La tormenta cesó y el pueblo yacía apacible. Los cielos parecían lamentarse por la lluvia impetuosa de ayer. El quiquiriquí disonante de los gallos hacían un llamado solemne a dejar la haraganería y ponerse a trabajar. La lluvia había anegado casi todo el pueblo, y los caminos se habían vuelto lugares peligrosos para el vestuario harapiento de algún pueblerino. Nuevos riachuelos se inauguraron al lado de cada choza.
Con los ojos lagañosos y semiabiertos. Asbel vio que el sol salía tímidamente y su miedo a las chulpas se tomaba un breve descanso. El muchacho se levantó con algarabía. Acomodó su avejentada cama que, con la sábana, parecía recién comprada; si llegara a olvidarse de hacer eso, ya no se levantaría hasta el día siguiente.
El ronquido de Wally era lo único que avivaba la choza del intimidante silencio. Wally no despertaría, aunque una comparsa se instalara en el lugar. La choza se entregaba al aroma del borracho que despedía un alucinante tufo a bebida fermentada y a chabacanería.
El paisaje brumoso y fresco llamaban a Asbel, por lo que este se situó en la puerta con el rostro esperanzado de poder aguantar los gazapos de su tío, y los espantos de los insectos otro día más. Con el olor a tierra mojada instalado en sus fosas nasales, se estiró un poco y dio un gran bostezo para dejar que la flojera se tomara el día libre. Su necesidad de higiene lo llevó con urgencia hacia la pila de agua, sorteando con osadía el enorme lodazal que obstaculizaba su camino y a la tortuga que se había movido veinte centímetros.
Entre tanto, su tío comenzaba a moverse como si tuviera gusanos en sus enormes pezuñas. Como de costumbre, dio unos cuantos estornudos al aire, y comenzó a levantar su sobrealimentada panza. A los pocos segundos, su tío quedó milagrosamente sentado en el piso y exponiendo un rostro casi cadavérico. Su aspecto, luego de una borrachera, era de las peores; con unos cuantos sarpullidos en las mejillas, ya se superaba así mismo. Sus ojos querían seguir durmiendo, pero su cuerpo tenía necesidades fisiológicas.
Antes de que su vejiga lo traicionara por segunda vez, trató de ponerse de pie, pero al apoyarse en el piso, con su gruesa mano izquierda, sintió un estremecimiento que recorrió su columna vertebral y provocó que saltara de dolor, al sentir que sus huesos comenzaban a bailar. Presintiendo una luxación, tocó su mano adolorida e inmediatamente su rostro grasiento, se arrugó al presentir que su mano lo abandonaba. Un solo movimiento provocó que Wally soltara un rugido estremecedor como si le estuvieran abriendo el vientre.
—¡Asbel, Asbel! —vociferó Wally extenuado y a punto de enloquecer por el dolor.
Su sobrino, que jugaba a los picoteos con las gallinas, se inquietó al oír a su tío escandaloso. Por lo general, su tío solía ponerse un poco orate cuando bebía, pero ahora sus gritos eran semejantes a un animal en pleno apareamiento. Pronto dedujo que había problemas, y más graves que los de antes, así que se movilizó y apareció en la puerta a pesar de haberse pintado de barro. Aquellos gritos escalofriantes no le dejaban nada a la imaginación.
—Tío, ¿qué fue? —preguntó Asbel con aplomo.
—¿¡Qué me pasó ayer!? ¿¡Me pasó una compactadora por encima!? —exclamó su tío irascible y a punto de emblanquecer sus ojos.
—Pues, lo de siempre, tío. Esta vez no tuvo tanta suerte.
—¡Hic! —Wally soltó un hipo que atenuó su dolor—. Siento como si un elefante hubiera caminado encima de mí.
—Ay, tío. No pierdo las esperanzas de que algún día llegue a la casa sin tener que saludar al piso.
—Mozalbete... ¡Cállate! —gritó su tío con esa voz de borracho que se negaba a irse—. Mejor ve a mi cuarto a traer el ungüento y una venda.
—Está bien, pero me espera vivo hasta que vuelva.
—¡Apúrate!
Asbel soltó una queja mental de insatisfacción y se dirigió, de forma presurosa, hacia la sucia caja de primeros auxilios. Se deshizo de las canastas de mimbres y, para suerte de él, encontró lo que buscaba.
—¡Eureka! —gritó Asbel con algarabía.
—¡Asbel, carajo!
Su voz de transportista lo había alcanzado como una Granada, por lo que cogió el ungüento y una venda polvorienta, y se alejó de la inmunda caja. Con paso de tortuga se la trajo a su tío convaleciente.
—Aquí está la venda —Se la mostró y la dejó caer sobre su regazo.
—¿Qué esperas para vendarme? ¿invitación? —gruñó su tío.
—Espere, que voy respirar profundo...
—Pónmelo, pero con cuidadito. No quiero perder mi mano.
—Ya perdió la cortesía, tío.
—¡Hazlo sin hablar!
Asbel obedeció con rezonga la orden de su tío que, a pesar del estado debilitado en el que se encontraba, todavía sacaba fuerzas para mostrar una actitud inflexible y rigorista con su sobrino.
—¡Asbel, con cuidado! —exclamó el barrigón con desaire.
Pero Asbel se mostraba impasible mientras lo cubría con la poca venda que quedaba.
—¡Asbel, carajo! —gritó Wally con voz áspera—. ¡Acaso te volviste sordo, mocoso!
—Espere, tío. Guarde la compostura.
—¿¡Ahora qué te pasa, mocoso del demonio!?
—Solo aguanté la respiración para evitar su tufo, ya que no tenemos una máscara antigás.
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Insecto letal ©
HorrorAsbel le teme a los insectos. Cada noche, los escalofríos juegan en su contra. Pero cerca de su casa, un extraño suceso le provocará más que un simple escalofrío. La historia transcurre en un pueblo ficticio, pero está inspirado en miedos y experien...