Sudado, agobiado y con la respiración pidiendo permiso para irse, Wally llegó a su choza para contagiar su desconcierto. En una simple caminata, había perdido al amigo que le pagaba las cervezas. Beber ya no sería lo mismo sin él. De inmediato, la puerta comenzó a retumbar por el brutal golpeteo.
Asbel, que jugaba con un trompo en la cama que ya había reparado, oyó el festival de golpes que se producía en su puerta. Sin dudarlo, dejó de jugar y se desplazó hacia la puerta bailarina. Esos golpes eran propios de un animal que de su tío.
—¿Quién es?
—¡Soy yo, muchacho! ¡Abre la maldita puerta!
Asbel respiró aliviado y desatascó la puerta. Al abrirse la puerta, Wally ingresó como una cebra huyendo de un león, ante la cara de asombro de su sobrino. El muchacho cerró la puerta y no despegó sus ojos de su tío.
—¿Tío, algo grave pasa? —preguntó Asbel sintiendo una corazonada.
—¡Asbel, tenemos que irnos de aquí!
—¿Qué sucedió?
—¡Algo terrible! —gritó Wally sin poder encontrar la manera de describirlo a su sobrino.
—¡Dígame, por favor!
—¡Insectos por todos lados! ¡Son peligrosos!
—¿Ahora usted le teme a los insectos?
—¡No me lo recuerdes, mocoso!
—Nunca pensé que este día llegaría —Asbel se cubrió la boca.
—Debemos irnos a la ciudad —Wally se tomó la frente.
—No puedo creerlo... —dijo Asbel sin encontrar algo mejor que decir.
—Así que empaca lo necesario. En la madrugada nos iremos de este asqueroso pueblo.
—Pero tío...
—¡Ni una palabra más, Asbel!
Sin oportunidad para rezongar la irrevocable orden de su tío, Asbel puso en marcha su dictamen y comenzó a empacar sus pertenencias. A estas alturas, contradecir a su tío era adelantar su funeral. Su miedo al insecto era un punto a su favor.
La hora avanzaba totalmente indiferente a la situación de ambos. Semidormido, Asbel ya había empacado en su maletín lo necesario para partir, como ser sus trompos, sus canicas y sus aros. Encontrar ropa que no estuviera rota o deshilachada habría sido un milagro. En poco tiempo, toda esa ropa sucia y lanosa, terminaría siendo la cama de algún perro salvaje.
Wally yacía acostado en su cama y con las manos en su cabecera. Su rostro era capaz de poner serio hasta al hombre más alegre del mundo. La preocupación lo empezaba a someterlo y su mente visualizaba con incertidumbre lo que harían después de salir del pueblo. Sus pensamientos eran implacables, capaces de recrear la muerte de su amigo o recordarle que hace mucho no tocaba una botella.
Al poco rato, Wally quedó a merced de su traicionera imaginación que ponía una cerveza bien helada en sus manos. El miedo por el insecto había empacado sus maletas para no volver más. Los problemas recientes habían conseguido que su boca se convirtiera en un lugar árido y chabacano. Tenía tantas ganas de maldecir al aire, pero se contuvo para no despertar a su sobrino. Si no conseguía alcohol pronto se volvería loco.
Abandonó su cama y se tomó la cabeza, en claro signo de estar a punto de devolverle el saludo a la locura. Sus manos solo querían sostener una botella: ya se había aburrido de no sostener nada. Antes de que la locura se mudara a él, cogió un abrigo y las últimas monedas que quedaban, y que serían las que cubrirían el costo del pasaje.
Con dinero en mano y mucha sed, Wally abrió su puerta por última vez. La espalda de Wally fue lo único que le mostró a su sobrino. Su alcoholismo no tenía parangón alguno.
Sin más, Wally se mezcló entre la oscuridad de la noche, y se dejó llevar como un sabueso ante el olor a alcohol que lo llamaba a gritos para que se uniera a una fiesta imaginaria.
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Insecto letal ©
HorrorAsbel le teme a los insectos. Cada noche, los escalofríos juegan en su contra. Pero cerca de su casa, un extraño suceso le provocará más que un simple escalofrío. La historia transcurre en un pueblo ficticio, pero está inspirado en miedos y experien...