Al llegar a la choza del viejo, Wally hizo un esfuerzo por mantener su rostro afable y sereno. Luego, comenzó a tocar la puerta con una piedra casi del tamaño de su puño. Hizo una promesa, para sus adentros, de llegar a la casa del anciano sin el ceño fruncido. Se tomó sus recaudos y se llevó paciencia de sobra, ya que había la posibilidad de que Don Severino no le abriera la puerta al primer intento.
Al final, pasó lo impensado. Wally sacó un destornillador de la caja y comenzó a usarlo para tocar la puerta. Según él, ahora sí saldría de su madriguera al notar el fuerte golpeteo como si estuviera clavando su puerta con un clavo. Pero lo único que provocó fue una abolladura demencial con dicha herramienta y, de paso, se machucó un dedo por el vértigo. A la puerta le faltaba el tiro de gracia para abandonar la casa del viejo.
En poco tiempo, la paciencia armó sus valijas y abandonó a Wally, y este se hartó de esperar. Sintió un profundo deseo de tirarle con las herramientas, pero, como la puerta estaba a nada de abrirse, tuvo una idea eficiente: le dio una patada ascendente y la puerta se abrió casi rompiéndose en el acto. Puso una de sus pezuñas en la entrada y comenzó a llamarlo en medio de la oscuridad que reinaba ahí.
—¡Severino! —gritó Wally—. Aquí le traigo algo que le puede interesar... Unas herramientas en perfectas condiciones. La llave trece está impecable.
—¡Ñam... Ñam! —Don Severino parecía estar comiendo en medio de la oscuridad.
—¿Don Severino? ¿Qué le pasa? ¿Esa hambre no es normal?
Wally no tuvo respuesta y, en su lugar, una voz quejumbrosa se fue acercando poco a poco hacia él. Por los ruidos que emitía, similares a un animal salvaje, Wally retrocedió unos pasos temiendo por su seguridad.
—¿Es usted Don Severino o es un perro? —preguntó Wally inseguro de lo que se iba acercando.
—¡Ñam...!
—¡Don Severino, me está asustando!
La figura de Don Severino venció a la oscuridad y cayó al suelo pesadamente. Un horrible hedor emanó de su arrugado cuerpo que se serpenteaba agonizante. El anciano tenía los dientes incrustados en su antebrazo ya mordisqueado y con signos de una severa infección. La otra mano era ya un esqueleto que daba la impresión de ser de utilería. Literalmente, el hombre se estaba comiendo así mismo y ya andaba por su segunda porción.
La espeluznante escena carecía de toda lógica para Wally. «El hambre lo ha sometido y sin látigo», se dijo. El viejo daba a entender que sus gustos culinarios habían tocado fondo. Semejante escena le hubiera provocado un infarto a más de un chef.
—¡Miércoles, no voy a aguantar mucho! —masculló Wally y se tapó la boca.
El esfuerzo que hacía Wally por no vomitar era digno de un galardón. Pero era consciente de que ese líquido iba a salir en cualquier momento. Por lo que empezó a retroceder sin perderle la vista ni un segundo. De pronto, Don Severino gruñó y luego se arrancó otro pedazo de su propia carne podrida y luego la empezó a masticar como si estuviera comiendo carne de res. Con aquel pedazo arrancado, su antebrazo pasaba a convertirse en su hueso cúbito.
Sin la necesidad de cubiertos, Don Severino lo masticó y la carne atravesó, a duras penas, por su garganta, y eso fue el golpe de gracia para Wally que quedó a merced de las náuseas. Don Severino seguía con hambre: este se arrancó su tercera porción del día y, con eso, ya no necesitaba almorzar ni cenar.
Wally salió de la casa y comenzó a convulsionar del torso para arriba. Inmediatamente, en tromba, un torbellino de vómito incontrolable salió de su boca durante varios segundos, sin importar lo que hubiera en frente. Luego, sosteniendo su estómago, se desmoronó en una zona pedregosa estando muy cerca de un lugar más cómodo. Si no abandonaba la vivienda de Don Severino, el olor provocaría que Wally cavara su propia tumba al frente de su casa.
A rastras, logró llegar a la puerta de su choza, pero su ropa pasó a mejor vida. Instalado en el umbral, con visibles vahídos, agradeció a los santos que su casa estuviera cerca a la del viejo. Con las últimas fuerzas que le quedaban, abrió la puerta y entró como un borracho. Los pasos dados, estando adentro, no fueron suficientes para llegar a su cama. Su cuerpo se derrumbó en el piso y una fuerte jaqueca que comenzó su oficio. En ese estado, su mente lo retrotraía a las innumerables veces que llegaba tarde por irse a beber.
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Insecto letal ©
HorrorAsbel le teme a los insectos. Cada noche, los escalofríos juegan en su contra. Pero cerca de su casa, un extraño suceso le provocará más que un simple escalofrío. La historia transcurre en un pueblo ficticio, pero está inspirado en miedos y experien...