Capítulo extra

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Con paso errante, Wally llegó a su choza y traía consigo su cantimplora con vino que con dos sorbos ya sería historia. Casi embriagado, puso a reposar su holgado cuerpo en una piedra aplanada. Bajó la cabeza y empezó a rememorar hechos en un silencio luctuoso. Sus añoranzas se extendieron por largos minutos, hasta que comenzó a proferir a mansalva palabras malsonantes de todos los colores. El aire se enrareció gracias a los improperios del borracho. 

Cuando su boca estuvo a punto de beberse el último sorbo de vino, un escozor súbito, arriba de sus ojos, detuvo sus ansias de pimplar lo que quedaba del líquido. Dos antenas se movían con alegría en su frente: una chulpa obstinada se negaba a moverse. Antes de que levantara la mano, el insecto buscó refugio en su boca hasta descender y atorarse en su garganta. A Wally se le obstruyó la respiración y sus pies lo llevaron de manera torpe hacia el abrevadero de animales. Pero sus zapatos lo traicionaron y terminó cayó al lodazal junto al abrevadero. 

El insecto atravesó su esófago y pasó a formar parte de su organismo. Al cabo de unos minutos, abrió los ojos y miró a los alrededores. Al instante, se dio cuenta que era lo único que podía mover. Del cuello para abajo, parecía un maniquí tendido en la tierra. Su cuerpo había perdido la motricidad de un momento a otro. Wally se sentía como si estuviera amordazado y amarrado a unas estacas. 

Los animales rumiantes, indiferentes a la situación comprometida de Wally, se entregaron al sueño acurrucados en sus pequeños terruños, y dejando a su dueño a merced de su suerte. La noche era un aliado de los animales salvajes, y eso Wally no podía evitarlo. Su situación se agravó al percibir sonidos estridentes y nada alentadores. 

—¿¡Quién anda ahí!? —gritó Wally sintiendo que su voz se le escapaba. 

Unos sonoros chasquidos de pisadas se fueron acercando hacia el cuerpo inerte del alcoholizado de Wally, este sonrió pensando que sería un campesino que venía a socorrerlo; pero estaba muy equivocado. 

Un jabalí, que moraba cohibido, se acercó a él con curiosidad e instaló su hocico en su panza, atraído por el tufo a alcohol y carne fresca. Luego, sucedió algo que Wally no lo esperaba, el jabalí comenzó a abrir su vientre brutalmente con sus afilados colmillos hasta dejar su aparato digestivo con una vista panorámica y listo para elegir. El animal vio el menú y probó su intestino, pero no le gustó. Sin sentir nada, Wally no era consciente de lo que el animal hacía. Pensó que tal vez estorbaba su búsqueda de comida. Por último, su apetitoso corazón fue desalojado de su cuerpo y terminó mudándose a la boca del animal. Pero, a los pocos segundos, lo escupió: 

El jabalí le arrancó casi todos los órganos, pero lo escupió todo y se fue. Wally murió de una forma horripilante y, para colmo, ya no pudo ser un donante de órganos. 

Insecto letal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora