Rogando al cielo que sus náuseas se apiadaran de él, Wally se instaló en su habitáculo luego de pasar una odisea hasta llegar a la alfombra y, mucho más, para llegar hasta su sábana. Se sosegó y trató de alejar de su mente la imagen cadavérica de Don Severino; pero sin éxito alguno. Gracias al anciano caníbal, Wally comenzó sus retahílas altisonantes, debido a su arrepentimiento por haber ido a aquella casa sin estar preparado psicológicamente.
Pese a los quejidos rimbombantes de su tío, Asbel mantuvo una actitud de benevolencia.
—¿¡Tío, qué fue!? —preguntó Asbel preocupado al ver a su tío a punto de enloquecer.
—¡Se comía, se comía así mismo! —exclamó Wally mirando hacia arriba.
—¿Quién? —preguntó Asbel sintiendo un leve escalofrío.
—¡El viejo, el viejo!
—¿Está borracho, tío?
A pesar del innumerable rodeo que a veces Wally ponía en práctica, y que provocaba que se ganara un par de manotazos, esta vez fue directo al grano y, en unas cuantas frases claves, el pequeño Asbel sintió como esas simples palabras, que salían de esa boca de cerdo, erizaban su piel y le provocaban comezón por la aparición de piojos imaginarios en la cabeza. Inmediatamente, su mente lo puso a prueba, y su fobia a las chulpas apareció en las primeras planas en su cabeza.
Muy temprano, al frente de su casa, una jauría de perros hambrientos se comían los restos pútridos del señor Severino. Al final, el anciano jamás hubiera imaginado que terminaría siendo el desayuno de unos perros salvajes. Minutos después, unos hombres harapientos vinieron con una bolsa de plástico a llevarse lo que quedaba del hombre. Como los restos habían sido desparramados por el suelo, no sabían si habían recogido huesos o las ramas de un árbol.
En la choza, el golpeteo de la puerta arruinaba el sueño placentero de Wally. Con la modorra encima de su zarrapastroso cuerpo, puso a trabajar sus pezuñas y, antes de llegar a la puerta, soltó un bostezo prolongado. Asbel, en cambio, dormía plácidamente en su cama.
—¡Qué mierda pasa! —masculló Wally semidormido.
En la entrada, estaba su gran amigo de milongas, llamado Genaro. Un tipo de rostro afable y cuerpo corpulento. Su mediana estatura contrastaba con su vestuario que llevaba algunos orificios ornamentales. Ataviado con una camisa a cuadros, pantalón deshilachado, y una vieja gorra para paliar el sol: su rostro era lo único que no estaba roto. Su mirada fría mostraba preocupación y, a la vez, unas ganas de beber.
—¡Wally, qué te ha pasado! —preguntó su amigo con cara de sorpresa.
—¡Genaro! —exclamó Wally—. Casi se me olvida hasta tu nombre.
Sin más ceremonia de recibimiento a su amigo del alma, lo invitó a pasar a la casa e inmediatamente le ofreció un cómodo asiento: un taburete con patas horadadas, pero irrompibles. Luego, le trajo un té de canela y un pan duro de hace unas cuantas semanas, con visibles rastros de moho por los contornos. Ambos se sentaron y comenzaron a hablar en el idioma oriundo del pueblo.
Al escuchar el parloteo sonoro que se inauguraba en la cocina, Asbel despegó los ojos y, con los pies descalzos, se levantó con curiosidad rumbo a la puerta. Sin importar lo áspero y frío que estuviera el piso, acercó la oreja a la puerta y comenzó a oír todo lo que hablaban.
—¿Qué te pasa, Genaro? —preguntó Wally tratando de descifrar sus palabras.
—Hoy ni el alcohol podrá cambiar mi expresión —replicó Genaro repiqueteando la mesa con sus inquietos dedos.
—No me acuerdo la última vez que te vi con esa cara.
—Algo extraño está pasando y nos involucra a todos...
—¿Qué cosa...?
—Me dijeron que hay muertes colectivas.
—¿Cómo es posible? ¡Esta gente es de hierro!
—Algo está sucediendo... Don Rómulo los atribuye a una plaga o infestación de insectos.
—¿Y tú le creíste a ese cascarrabias? Ese hombre no está en sus cabales.
—Puede ser, pero él corrió la voz de que un insecto era el causante.
—¿Un puto insecto? —preguntó Wally con sorpresa.
—Sí, y empecé a notar ayer que esos insectos salían de la casa de Don Rómulo. No eran insectos comunes.
—¿De la casa de Don Rómulo?
—Eso es lo extraño —replicó Genaro con sobriedad—. En esos dominios encontraron muerto al hijo de Don Rómulo y muchos siguen diciendo que fue un suicidio.
—¿Será su alma en pena que se manifiesta de esa forma?
—Espero que no, pero lo mejor será ir a corroborar lo que el hombre dice, ¿no te parece?
—Vamos, pero yo no creo en eso —concluyó Wally ocultando un mal presentimiento.
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Insecto letal ©
HorrorAsbel le teme a los insectos. Cada noche, los escalofríos juegan en su contra. Pero cerca de su casa, un extraño suceso le provocará más que un simple escalofrío. La historia transcurre en un pueblo ficticio, pero está inspirado en miedos y experien...