El asedio continuaba, y al no oír ninguna señal de parte de Wally, mas solo el paso de una bola de heno, el hombre levantó el arma y esta desató su furia sonora. Accionó el gatillo y los pistoletazos fueron al cielo; el revólver provocaba un estruendo ensordecedor que acribillaba al silencio. Las balas solo cumplían la orden de su asesino. El hombre abrió la boca para soltar otra advertencia.
—¡La próxima vez dispararé a matar!
Wally y Asbel no tenían más remedio que usar la cama como trinchera por si la situación tomara la forma de una película Western. Asbel se preguntaba en su interior cómo es que habían terminado así. La realidad tomaba el lugar de la ficción. Evitar hacer ruido era imposible con el continuo repiqueteo que Wally hacía con sus dedos.
—¿Tío, ahora qué hizo? —preguntó Asbel tratando de que su voz no se elevara hasta el cielo.
—Un pequeño accidente...—susurró su tío haciendo un esfuerzo sobrehumano para ocultar su vergüenza.
—¿Pequeño? Pero si un hombre lo quiere matar —replicó Asbel con animadversión.
—¡Cálmate!
—Usted acabó huyendo y el otro con un arma. Qué mala suerte tiene...
—Fue un pequeño accidente en el trabajo. Élmer me vio huir de ahí.
—Huir creo que fue un error, tío.
—¿Y qué querías que hiciera? —replicó Wally tomándose la quijada—. La otra vez fueron piedras ahora es un arma...
—No me quiero imaginar lo que será la próxima vez.
—¡Escucha, muchacho! —interrumpió Wally poniendo su oreja a trabajar.
—¡Ay! —gritó el hombre de afuera—. ¿¡Mierda qué es esto!?
Extrañados por aquello, salieron de su barricada improvisada, ante el espectáculo auditivo que se inauguró allá afuera. Ambos, al mismo tiempo, se asomaron a la ventana con incredulidad y vieron al tipo, del sombrero con penacho, haciendo un terrible esfuerzo por rascarse cada parte de su cuerpo. Parecía un hombre con viruela tratando de aliviar, con sus uñas inexistentes, el terrible escozor que lo invadía al punto de ignorar todo a su alrededor.
—¡Mierda! —volvió a gritar—. ¡Ten misericordia de mi, por favor!
Con un par de movimientos histriónicos, el hombre quedó desarmado y sus pasos se tornaron cada vez más torpes y toscos. Sin dejar de rascarse, Élmer se fue alejando del lugar hasta perderse entre la exuberante vegetación. Asbel y Wally ya no pudieron divisarlo desde la ventana.
Sin poder aguantar más la rasquiña, Élmer se tiró a lo que él creía eran unas suaves plantas de maíz. Pero, desafortunadamente, fue a caer hacia un lugar nada cómodo: una trituradora de caña. En segundos, su cuerpo fue despedazado por las cuchillas de la máquina que lo rebanaron como loncha de res y escupieron los pedazos de piel muerta y tripas en el maizal, listas para que las cabras se sirvan y lo degusten. Irónicamente, Élmer murió en el lugar donde se ganaba la vida.
Sin saber la carnicería que se había gestado afuera, Wally y Asbel respiraron aliviados por la ausencia de Élmer. La calma había regresado por unos momentos.
—¡Élmer puede regresar o tal vez el capataz! —exclamó Wally manteniendo la incertidumbre en su rostro.
—De seguro, tío... Y no vendrán con ganas de estrecharle la mano.
—¡Si vuelve con una escopeta estamos perdidos, Asbel!
—O tal vez con un tanque de guerra.
—¡Necesitamos dinero para irnos de este pueblo!
—Tío...
—Lo mejor es ofrecer las herramientas a Don Severino.
—Tío, escúcheme.
—¡No quiero oír recriminaciones!
—Quiero hablarle del dinero...
—¡El dinero! ¿¡Trajiste el dinero!?
—No, y todo porque...
—¡Dame una buena razón, por favor!
—Don Esteban está muerto.
—Buen intento, muchacho. Por poco caigo en semejante mentira. En serio, cada vez te superas.
—Es verdad, tío. Su cuerpo estaba casi cadavérico. Al entrar a su casa, fue como si hubiera entrado a una morgue.
—¡Basta! Ve a ofrecer las herramientas al frente. O Mejor voy yo porque ya no puedo confiar en ti.
—¿Y yo qué haré?
—No sé... Prepara algo, cualquier cosa mientras vuelva. Comeremos lo que haya.
—¿Aunque solo haya canela y pan duro?
—Sí… ¿O quieres comer insectos?
—No, gracias.
—Bueno, ya regreso.
—No se tarde, tío.
Wally agarró las herramientas y, cambiando su rostro de homicida por uno bienhechor, salió envalentonado a terminar su faena. Su semblante transformado, mostraba a un benefactor preocupado por su prójimo. Un tropezón, por un mal paso, no lo detuvo en ningún instante en su andar, ni siquiera haber quedado tendido en el suelo un par de segundos luego de la caída. Peor habría sido que alguien lo hubiese visto.
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Insecto letal ©
HorrorAsbel le teme a los insectos. Cada noche, los escalofríos juegan en su contra. Pero cerca de su casa, un extraño suceso le provocará más que un simple escalofrío. La historia transcurre en un pueblo ficticio, pero está inspirado en miedos y experien...