Asustado, Asbel dejó la osamenta de su tío al amparo de los animales y las plantas silvestres. Su miedo lo alejó del lugar, pero sus ojos no veían por donde iba. En uno de esos momentos, se desvió del camino de tierra para adentrarse por una vegetación exuberante. Pero su sandalia no aguantó más y rompió: Asbel cayó abruptamente.
Algo maltrecho, se hincó, alzó la cabeza y vio con estupefacción un vasto osario humano desparramado por todo el sembradío. Incluso, algunos cuerpos se hallaban en plena descomposición, y poco les faltaba para unirse a los demás. Asbel se tapó la boca para postergar su grito y dejó que sus pies lo llevaran a su suerte a cualquier otro lugar. Pero, a los pocos metros, impactó, a bocajarro, con un remolque que lo dejó aturdido.
Pasaron varias horas hasta que Asbel abrió los ojos y se dio cuenta que no se encontraba en su choza, al no percibir el olor a tío. Su cuerpo descansaba en una acogedora cama de madera, junto a una suave manta. Al lado de él, había un recipiente con agua y un pañuelo seco: su captor se le había olvidado ponérselo. El impacto lo había dejado tan sensible que un golpe de viento o un regaño sería la estocada final.
Con moretones y hematomas en algunas partes de su cuerpo, el muchacho se levantó para huir. Encontrarse con la puerta semiabierta era un aliciente para continuar. Se asomó a la salida algo cohibido y desguarnecido, pero con el espíritu inquebrantable. Al llegar a la puerta, vio al señor Rómulo llevando un rastrillo y una hoz. Asbel jamás imaginó que terminaría en la casa de un hombre el cual detestaba a muerte. El miedo ya no parecía hacer mella en él, por lo que lo siguió a paso lento.
Rómulo se detuvo para observar una excavación en el suelo. Su cabeza no parecía levantarse.
—¿Señor, Rómulo? —dijo Asbel sintiendo que se le iba la voz.
—Chiquillo, ya despertaste —respondió Rómulo con la voz áspera de siempre.
—¿Usted me trajo acá?
—Sí, te golpeaste la cabeza muy duro.
—¿En serio?
—Así es, pequeño.
—Hace poco descubrí que mi tío murió...
—Oh, lo siento mucho, pequeño.
—Sí, murió de la forma más horrible que se pueda imaginar.
—Él también debió haber muerto por...
—¿Por un insecto?—interrumpió Asbel soltando las palabras que llegaban de inmediato a su mente.
—Temo decirte que sí, pequeño.
—Puede llamarme por mi nombre, no se preocupe —dijo Asbel volviendo a la calma.
—Está bien, Asbel. Todo el problema radica aquí —Rómulo apuntó al suelo.
—¿Qué hay ahí?
—Miles y miles de chulpas.
—¿Chulpas? —exclamó Asbel a punto de comerse las uñas por una súbita onicofagia.
—Efectivamente. Estos insectos se encuentran varios metros bajo tierra: en una especie de zanja húmeda que las cobijó hasta ahora.
—¿Cómo es posible eso?
—Su modus operandi consiste en salir a la intemperie a buscar comida, y al no encontrarlo estas dejan su vómito y se van. Llegan a otro lugar y vuelven a repetirlo. Lo extraño es que las personas que murieron recurrieron al canibalismo, y yo no le encuentro respuesta a eso. El punto es que mantenerte muy cerca de estos insectos puede ser fatal.
—¿Vomitan? ¡Mierda!
—Para acabar con ellas debemos abrir un hoyo en la tierra y poner explosivos.
—¿Y si no salen? ¿Qué pasará?
—Lo más seguro es que devasten todo el pueblo —Rómulo movió la cabeza y su voz parecía apagarse—. Incluso pueden llegar a la ciudad y eso sería fatal.
—No puedo creerlo.
—Por eso debemos eliminar su refugio subterráneo y abandonar el pueblo por unas horas.
—¿Qué funcionaría?
—Dinamita, por ejemplo.
—¿¡Dinamita!?
—Exacto, y tú pondrás la dinamita.
—¿Yo? —exclamó Asbel confundido.
—Si, porque soy muy viejo para morir... —replicó Rómulo esbozando una inédita sonrisa —. Luego te diré. Ahora entremos que me muero de hambre, supongo que tú igual.
—Sí, pero... ¡Espérame!
Luego de un plato de fideo con pollo, el señor Rómulo fue a roncar a la segunda planta. Asbel que quedó acostado en el cuarto de huéspedes, que tenía apenas una cama y una mesa.
Pasada la media noche, Asbel se levantó de la cama llevado por la necesidad imperiosa de vaciar su vejiga. Con linterna en mano, salió a orinar al pequeño baño fétido instalado en la parte derecha de la casa. Al lado, descansaba un enorme árbol de roble que daba sombra a la casa.
Luego de sentirse aliviado, Asbel se dispuso a volver en la compañía del gélido viento. Al regresar por el mismo lugar, se dio cuenta que la sombra que él proyectaba en la pared era desigual. Aquello lo asustó y, más aún, cuando un golpe de viento sacudió el árbol provocando el terror desenfrenado de Asbel, que corrió a la casa antes de terminar en un hospital por un desmayo.
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Insecto letal ©
HorrorAsbel le teme a los insectos. Cada noche, los escalofríos juegan en su contra. Pero cerca de su casa, un extraño suceso le provocará más que un simple escalofrío. La historia transcurre en un pueblo ficticio, pero está inspirado en miedos y experien...