Capítulo 16

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Del interior de la olla, una leve pestilencia comenzó a incomodar a Genaro. Por un momento pensó que el hedor emanaba de él. Lo verificó varias veces hasta que un chirrido agudo se reveló ante sus oídos, pero sin que pudiera saber su origen, mas solo las hipótesis descabelladas que empezaban a gestarse en su cabeza. Con cautela, los ojos curiosos de Genaro se acercaron a la olla, pero su rostro y su nariz se mostraban en desacuerdo ante la decisión. 

Antes de que pudiera resoplar, una chulpa salió volando del orificio, espantándolo y dejándolo a un metro de la cacerola. Confundido, se levantó del suelo y empezó a manosear su cuerpo en busca del insecto. Antes de que la chulpa insurgente se fuera sin despedirse, lo aprisionó con sus dos manos. Asomó sus ojos y el insecto se liberó de los barrotes humanos hasta desaparecer. 

Su intención era volver a asomar la cabeza a la cacerola, pero de forma extraña sintió un cosquilleo en su ombligo. A los pocos segundos, su cuerpo empezó a fallarle y una terrible jaqueca rompió el pacto de saludable tranquilidad. Para colmo, unos terribles mareos se unieron a la rebelión contra Genaro. Ya desguarnecido y traicionado por su sistema inmunológico, se entregó a la desesperación que sojuzgó a la razón. Sus piernas se habían adormecido y no sostendrían por mucho tiempo su pesado cuerpo. 

Tiempo después, un comezón vino a empeorar su ya lamentable situación. Su mano izquierda le pedía a gritos que cesara el terrible escozor. Sus dentadas uñas solo le provocaban cosquillas. Su picazón se iba por segundos y luego volvía con más intensidad. Poco a poco se fue expandiendo por otras partes de su cuerpo: ni siquiera una herramienta pudo aliviarlo. Su piel se fue lacerando y su garganta sufría una sofocación lenta. Por último, sus globos oculares comenzaron a desprenderse.

La preocupación por su amigo Genaro hizo que Wally se detuviera en el acto. La tardanza injustificada abría un hueco para que las sospechas le martillaran la cabeza. Sus vagos pensamientos juzgaban a su amigo y le exhortaban para que fuera a crucificarlo.

En medio de todo ese batiburrillo de voces internas, una botella helada de cerveza interrumpió sus pensamientos para instalarse en su cabeza y ya no irse más. Su sed lo obligó a volver.

Entre tanto, Genaro se degeneraba de forma galopante, y el taller actuaba como único testigo de tal escena rocambolesca. Su piel se arrugaba a un ritmo alarmante: parecía como si su piel fuera reemplazable. Lamentablemente, Genaro no era serpiente. La picazón era tal que se había arrancado casi todo el cabello. Sus globos oculares yacían completamente desprendidos de su cavidad ósea: Literalmente, colgaban como péndulo. Con ese aspecto espeluznante, lo único que Genaro conservaba intacto era su nombre. 

Wally llegó al lugar y se acercó con celeridad al taller, al escuchar los extraños sonidos cacofónicos que salían de la boca del desahuciado de su amigo. Aquello, le provocó un escalofrío repentino y su inquietud lo llevó a apoyarse en una endeble pared. Wally preparó los ojos para ver algo asqueroso.

Asomó la cabeza con recelo para cerciorarse y, en pocos segundos, su rostro se llenó de horror. Inmediatamente, su intención de beber se había esfumado y, de su memoria, ya no sacaría jamás la escena desgarradora que sus ojos grababan con espanto. Totalmente inerte, Wally miraba a su amigo que se contorsionaba, de manera horrenda, bajo un surco de tierra húmeda. Genaro trataba a toda costa de no mordisquearse la mano y realizarse una biopsia innecesaria. Su picazón ganó categóricamente y su brazo se ganó un mordisco.

La horripilante escena provocó en Wally, nuevamente, un terrible vahído súbito que ya no lo pudo contener en su aparato digestivo. Las náuseas lo habían dominado y, con total indiferencia, soltó un remolino de vómito que bañó por completo el cuerpo moribundo de Genaro. Inmediatamente, este escupió un pedazo de su propia carne hacia la humanidad de Wally. Luego, Genaro se movió de forma ondulante hacia su amigo. Su agonía le permitía decir algo más.

—¡Salgan, Salgan! ¿¡qué esperas!?

—¡No me digas eso! —gritó Wally sin poder hacer nada por su amigo.

El cuerpo moribundo de Genaro se derrumbó sobre la tierra ante los ojos de Wally que veían en vivo y en directo como su amigo pasaba a formar parte de los muertos. 

Como si hubiera encontrado refugio, una chulpa se posó campante en el toldo de madera. El insecto se mostraba indiferente al suceso y a la presencia de Wally. La chulpa movió sus alas como si estuviera dándole un ultimátum. Wally tragó saliva y retrocedió unos cuantos pasos para luego iniciar la huida.

Insecto letal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora