Capítulo 14

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Wally se lamentaba en su interior no poder tener una sola gota de alcohol en la casa para poder amenizar un poco el parloteo, y así evitar ponerse a pensar o entregarse a la preocupación. En cambio, Genaro, con la vejiga a punto de estallar de tanta canela, dejó a su amigo hablando solo para ir a regar las hojas. En tanto Wally, con la palabra en la boca, se despegó de su asiento y caminó hasta la habitación de su sobrino. 

Las pisadas altisonantes de Wally alertaron a Asbel, que corrió, como un felino, rumbo a su cama, pero se resbaló por culpa de una canica inoportuna. Su cuerpo terminó escurriéndose con la sábana hasta tocar el suelo. Aún maltrecho, saltó a la cama sin pensar que se quedaría sin un lugar donde dormir. La caída destrozó el mueble, pero él salió ileso, pero triste por el destino que había sufrido su linda cama. Hubiera preferido ganarse un chichón que ver en ruinas a su creador de sueños y pesadillas. 

Inmediatamente, su tío abrió la puerta y, antes de que soltara sus primeras palabras, su boca quedó árida al ver el zafarrancho que había creado su sobrino. Luego, se quedó inerte unos segundos con el semblante totalmente grogui.

—¡Jesús! —masculló Wally tratando de divisar a su sobrino en medio del risible descalabro recién inaugurado en el suelo. 

—Tío, ya amaneció, ¿no? —preguntó Asbel simulando que abría los ojos por primera vez. 

—Sí, hace una hora, Asbel. 

—Buen día, tío. 

—Se ve que no pudiste dormir. 

—¡Ah! —exclamó Asbel—. Sí, un poco. Creo que tuve una pesadilla con unos insectos. 

—Qué pena... —dijo Wally tomándose la frente —. Vuelvo en un momento. 

—¿A dónde va a beber ahora? 

—¿Quién dijo que voy a beber? 

—Mi boca. 

—¡No voy a embriagarme, mozalbete! 

—¿Entonces va a robar comida otra vez? 

—¡No! —gritó Wally furibundo—. Mira, cuando vuelva te diré a dónde fui. No abras a nadie ni a los fantasmas. ¿Entendido? 

—Yo quería abrir a los fantasmas, pero bueno... De acuerdo, tío. No tarde mucho. 

—No tardaré, a menos que encuentre a Freddy Krueger en el camino —Wally tragó saliva y salió de su habitación a paso lento. 

Minutos después, Asbel apareció en su cocina buscando algo que tuviera menos de una semana.  Luego, comenzó a cumplir la orden de su tío, a excepción de los fantasmas que podían entrar como Pedro por su casa. Aunque hubiese querido que los espíritus le ayudaran a reparar el descalabro hecho en su cama. 

Era casi mediodía y el astro rey hacía sentir su crueldad con treinta y tres grados. Suficientes para asar pollo al aire libre. Tanto Wally y Genaro, luego recorrer un largo camino por un terreno accidentado capaz de dejar sin zapatos a cualquier terrateniente, llegaron finalmente a la casa de Don Rómulo. Ambos quedaron sorprendidos al ver que su inmunda choza se había convertido en una vivienda de ladrillos para una gran familia y, por si fuera poco, con un jardín adyacente. Suficiente para contener toda la ira de Don Rómulo, ya que la alegría solía perseguirlo, pero nunca lo alcanzaba, y eso no era nada bueno para el desdichado pueblo. 

En la parte de atrás de la casa, se hallaba el minúsculo taller mecánico de Don Rómulo, que lucía casi igual que antes de que Alberto muriera en extrañas circunstancias. A excepción del ambiente gélido y tétrico que el muchacho había dejado luego de su muerte. La curiosidad llevó a Wally y a Genaro a cruzar el alambrado de púas e ir primero al taller antes que recibir algunos improperios de Don Rómulo. 

El lugar se cobijaba bajo un gran toldo de calamina y madera, apoyada sobre dos fuertes columnas laterales de roble incrustadas sobre la tierra. En su interior, había un gran abanico de herramientas de ferretería, como tronzadores y llaves colocadas en la pared por medio de ganchos de punta y repisas. Todo eso al amparo de dos mesas de madera que estaban a punto de jubilarse. En una de ellas, había una sierra eléctrica que era la atracción principal. Las cajas de herramientas exhibían su aspecto grasoso y antihigiénico. Debajo, había más cajas sucias con más herramientas. Aquí no existía la palabra limpieza. 

A primera vista, no había nada de particular ni de extraño en ese muladar cochambroso. Nada que hiciera que ambos comenzaran a conjeturar. Ni un animal se asomaba al lugar, por más que este fuera digno de reemplazar a un establo inmundo de chanchos. Todo era tan funesto que ni las moscas tendrían ánimos de visitarlos.

Insecto letal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora