Capítulo 18

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La luz de la mañana reverberó en la cama de Asbel. La flojera ya había perdido su batalla contra el sol. Si seguía tendido en la cama ya no se levantaría nunca más. El sueño repentino de ayer, hizo que durmiera en compañía de su maletín: un lugar idóneo para alojar gratis a insectos. 

Con buen semblante, el muchacho se levantó y fue a complacer a su estómago. El tiempo parecía correr más rápido. Hasta ese momento, a Asbel le pareció extraño que su tío no se hubiera dado cuenta del bullicio que había hecho hasta ahora. «¿Se está volviendo sordo?», se dijo. 

Su inquietud lo llevó hasta la cama de Wally. Abrió la cortina y vio el cuerpo de su tío cubierto con la sábana. «Aquí hay algo extraño», se dijo el muchacho. Se acercó a la cama con cautela, cogió la sábana y lo removió solo para encontrarse con ropa vieja y almohadas que emulaban un cuerpo dormido. El borracho había desaparecido o se había convertido en almohadas y ropa vieja. El problema empezó a crecer de tamaño.

Asbel regresó a su cama para ser sometido por sus propios pensamientos. Para colmo, el reloj se unió a la tortura: la locura tenía ganas de aparecer. Por ahora, solo podía seguir esperando con estoico la llegada de su tío, aunque sea en dos piezas.

Inexorablemente, la puesta del sol fue el nocaut que le faltaba para entregarse a la desazón. Sus problemas hacían fila para azotarlo sin piedad. De un momento a otro, su rabia se reveló de forma brusca y los objetos, que se encontraban cerca de él, fueron historia. Tenía hambre, pero tenía que aguantarse. Así que con una tremenda frustración por no ver a su tío en todo el día, se durmió con parte de la rabia que ya había hecho erupción.

Al día siguiente, con más ganas de llorar que de levantarse, el muchacho despegó sus ojos. Una voz ronca, parecida a la de su tío, se oyó afuera. Inmediatamente, se levantó con ahínco y corrió hasta la puerta: esta parecía atorada por la humedad, como si estuviera adherida con un pegamento extrafuerte. Su curiosidad hizo que sacara energía extra, por lo que la abrió y salió a la intemperie. Pero la desilusión lo noqueó al ver como un hombre, de avanzada edad, conducía con desgano a su pequeño rebaño de ovejas.

La situación era propicia para golpear algo y desahogarse, pero no lo hizo. Con una decepción más grande que el pueblo, se dispuso a entrar a su choza para entregarse completamente a sus tribulaciones. Antes de eso, las vacas comenzaron a mugir de manera altisonante. Extrañado por aquello, se acercó a indagar a la zona oeste de la choza, donde su tío solía alimentar con el follaje al ganado. 

Franqueó con audacia el abrevadero de las vacas para adentrarse por un suelo escarpado y lodoso. Nada particular había ahí, nada que sus ojos no hubieran visto antes. Las vacas se aglutinaban para devorar los restos de hierba, y los cerdos dormían plácidamente en su inmundicia. 

Dos vacas actuaban de forma extraña asentadas en un pedazo de tierra. Aquello despertó su curiosidad de inmediato. No perdía nada indagando un poco, por lo que se desplazó por el terreno lodoso hasta llegar a la rareza. Las vacas, asustadas, se apartaron al verlo, y Asbel se agachó y descubrió con espanto una osamenta humana cubierta de tierra y follaje.

Asbel se tapó la boca para no despertar a los cerdos. Luego del impacto al ver los huesos humanos, el muchacho se entregó al escepticismo. Lo peor fue que a unos pasos de él, un abrigo yacía enterrado. Al instante, Asbel constató que aquello pertenecía a su tío desaparecido, y lo que pisaba eran sus huesos. La desazón llegó antes que sus lágrimas. Asbel comenzó a retroceder y, sin querer, pisó el fémur de su tío. Aquello, fue suficiente para que saliera corriendo.

Insecto letal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora