Capítulo 5

95 12 5
                                    

Wally disfrutaba de un momento de paz. El dinero prestado de Don Rómulo lo tranquilizaba. Prestarse era fácil, pero devolverlo no lo era tanto. Pero Wally tenía un plan: devolver el dinero dentro de un par de años. Hasta ese tiempo ya sería rico. 

—¡Tío, tío! —exclamó Asbel ingresando a la casa—. Don Rómulo está pobre y no tiene ni siquiera para vestirse. 

—¿Qué cosa? —masculló Wally—. Eso me suena a una mentira más grande que esta casa. 

—Es verdad, tío. Por poco no llego con la ropa puesta. 

—Me impresiona cómo mejoran tus mentiras... 

—¡Es verdad, cada vez se lo ve más iracundo! —respondió Asbel con un nerviosismo evidente—. La próxima vez puede que salga de esa casa en un ataúd. 

—Mira, olvidémonos del barbón cascarrabias por ahora... —dijo Wally con ganas de ahorcarse—. Mañana irás a la choza de enfrente y le pedirás dinero al anciano que vive ahí.

—¿Quiere que vaya a la casa de Don Severino? —preguntó Asbel con sincera preocupación. 

—Estoy seguro que ese carcamal tiene dinero bajo su arrugada piel. 

—Pero dicen que ese señor está algo loco y nunca se lo ve en el día. 

—Eso no es nada, Asbel —dijo Wally con mirada siniestra—. ¿No te conté que varias personas se suicidaron en esa casa? 

—¿¡Como!? 

—Parece que no te conté. Lo haré otro día cuando sea luna llena y haya malvaviscos. 

—Luego de decirme eso cree que me dará más ganas de ir a la casa de Don Severino? 

—Con ganas o no, irás a la casa de ese hombre y punto. 

—Espero que los santos me protejan y a usted también. 

—¡Vamos, muévete, Asbel! 

—Oiga, tío. Estas palabras pueden ser las últimas que usted escuche de mí —dijo Asbel tragando saliva—. El viejo ya debe estar poseído de estar tragando tantos fantasmas.

—¡Lo importante es que ese paleto tenga algunos billetes, Asbel! 

—¿Y si no tiene? 

—Nuestra última oportunidad es mi amigo Esteban. Luego de Don Severino, vas a donde ese ganapán, de parte mía, y le pides el dinero, aunque sea su diente de oro. 

—¿Y usted qué hará? 

—¡Preocúpate por el dinero, no por mí! 

—Solo preguntaba... 

—Yo iré a trabajar y luego a hacer algunos trueques con los terratenientes de la zona. Tú trata de conseguir el dinero. No te confíes de mí. 

—Está bien, tío. Lo único que espero es que no suba la temperatura.

—Tanto hablar me dio hambre. Iré a la cocina, a ver si hay algo crudo para comer —Wally se dio la vuelta y dio por concluida la confabulación de su plan. 

Antes de que el hambre pudiera comérselo, Wally sería capaz de hacer comestible cualquier cosa si lo aderezaba con un poco de sal y pimienta. Tener la panza agrandada y contenta era primordial para mantener el buen humor un rato, aunque tuviera que pagar un precio por ello, como tragarse la comida del perro. 

Por más que Asbel rogara a los santos que el tiempo no cambiara hasta el día siguiente, la humedad rechazó sus plegarias y la temperatura le dio la contraria. A su tío no le importaba cocinarse allá adentro, pero para el muchacho el calor y la noche eran sus otros enemigos que compartían el podio con el insecto. El calor era tal que fácilmente podrían abrir un sauna. El piso era idóneo para usarlo de sartén y freír un par de huevos. 

Mientras los ronquidos de su tío espantaban a los grillos, Asbel, con cobijo y cojín en mano, se preparaba para pernoctar toda la madrugada a la intemperie y hacerle compañía a los sabuesos. Su decisión fue irrevocable luego de que sus ojos vieran, con gran repugnancia, una chulpa desorientada que buscaba comida, pero sin ganas de espantarlo. El insecto, inquieto, terminó adentrándose por la cocina y perdiéndose entre la lúgubre oscuridad. 

Asbel quería evitarse alguna sorpresa inesperada. Su cuerpo ya había temblado mucho el día de hoy. Ver un insecto cada noche era suficiente para sus ojitos. Pero, lastimosamente, dos es mejor que uno. Una chulpa sobrevoló la choza hasta quedar pegada a la pared de adobe. Aquello, casi provoca que Asbel termine con el corazón hacia afuera. En ese instante, Don Esteban, el amigo de Wally, corría apresurado, seguramente rumbo a su vivienda o abastecerse de cerveza. 

—¡Buenas noches, Don Esteban! —gritó Asbel, pero el hombre no le devolvió el saludo. 

El hombre mostraba indicios de estar enfermo o tener diarrea, debido a la velocidad de su desplazamiento. Esteban se perdió en la oscuridad y Asbel se olvidó de él y del insecto. 

La lucha contra el sueño hizo que el muchacho cediera ante el implacable deseo de pegar las pestañas. Al poco rato, ingresó a la choza llevado por su cuerpo extenuado y cansado que pedía algo cómodo y acolchado. Pero eso era pedir demasiado. El calor se apiadó de él muy tarde, pero, a fin de cuentas, su sueño se volvió reconfortante. La temperatura ya estaba de buen humor cuando a nadie le importaba. 

Tras ver los primeros destellos del astro rey, que entraban sin permiso por los resquicios de su ventana, Asbel abrió los ojos y, sin dudarlo, se levantó del piso. Echó una ojeada necesaria a la misma para verificar si algún insecto no había dormido con él. No ver al bicharraco boca arriba fue un aliciente para su salud. Su alegría duró unos segundos al acordarse de su tío. Con su cuerpo invadido por la flojera, se desplazó hacia el cuarto contiguo dividido por una cortina. Preparó un rostro afable y lo abrió, pero su tío ya había desaparecido. Asbel soltó un bostezo y de inmediato se cambió los ropajes desgarbados, y salió predispuesto a cumplir su deber como buen sobrino.

Insecto letal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora