Capítulo diecisiete.

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Cerca de las cinco de la madrugada estaban devuelta en Los Angeles, el trayecto fue más corto debido a la hora y a las siete con unos minutos encima. Dolly fue la primera en acercarse a la pareja, se lanzó a ella; Doris les avisó que había desaparecido y no vuelto a casa desde ayer. Courtney era la única que sabía el escape, gracias a Justin y porque la chica necesitaba ropa para cambiarse. Eve llegó a llorar de la desesperación y la reprochó como una madre. Les rogó que lo dejaran así durante el día y luego ella lidiaría con la señora Bauers.

Careen nuevamente se les acercó en el almuerzo con una mirada de complicidad, estaba al tanto de la desaparición de Justin y la muñeca del instituto. El director pidió hablar con Abby y ahí se encontró con el monstruo que quería evitar; no era la primera vez que Doris le daba una bofetada y no se confiaba de que fuera la última. Deseaba que la mujer apareciera sin alcohol encima y el de arriba escuchó sus plegarías; sin ojeras, una sonrisa y los ojos aguados. Hipócrita, pensó la castaña.

Se la llevaron a la casa luego de la charla que tuvieron, sin embargo, la chica no tuvo mucho que aportar porque, a pesar de la rabia que sentía a la mujer, en su cabeza cruzaba lo del prototipo que construyó con los años. Maldijo en voz baja al no poder delatarla, era lo que quería hace un buen tiempo o, desde que su madre le comenzó a hacer citas sin su consentimiento. Olvidó a su padre, él tenía que saber lo que está pasando y le diría, Sebastian estaba pronto a pedirle el divorcio y, aunque la mujer quedara triste, una farsa terminaría al igual que la tortura que seguía.

—Te vas a tu habitación y no saldrás hasta la cena, quiero que te arregles porque vendrá mi jefe —su tono neutro le erizó los pelos—. Después, cuando esté tu padre también, hablaremos tu castigo. Corres suerte de que tenga cosas que hacer ahora porque estoy furiosa, el instituto entero supo lo de tu escape y te verán como una loca. Yo no me meteré, que hagan lo que quieran. Echaste a perder tu reputación.

Cerró la puerta de golpe detrás de su cuerpo. La mamá le gritó que se comportara pero se echó a llorar en la cama. Volver a su casa significaba sufrir porque de esta no saldría ilesa, que Doris le haya dicho que con su padre verían su castigo significaba que ella tomaría medidas extremas y no quería imaginarse lo que venía por delante. Una vez trajo una mala calificación a casa y la encerraron en su habitación por una semana, el típico castigo pero más intenso; le dejaban la comida y se aseguraban que no saliera de ahí si no era para ir a la escuela, después de eso la mujer ignoraba a su niña de diez años ¿qué pequeño o pequeña podría soportar eso? Cuando la veía hablar con Cedric sentía celos de él, muy pocas veces odió a su hermano por quitarle la atención de la madre. Con los años fue peor, jamás vio los castigos que le daban a su hermano porque implicaban violencia, ya que él nunca hacía caso con los castigos como los de ella.

Recordó a su hermano, buscó su móvil pero no se encontraba. Hizo una línea del tiempo para ubicarlo; debe de haberse quedado en el vehículo de Justin cuando la dejó con sus amigas. Entró al computador buscando sus contactos de facebook, le envió varios mensajes en vano, el menor aparecía desconectado desde que se fue. Lo extrañaba y ni siquiera han pasado más de dos días sin él a su lado.

(***)

— ¡¿Están enfermos?! —Gritó Justin frente a sus padres—. De ninguna manera firmaré esa porquería que está en la mesa. Teníamos un acuerdo para una fecha, no pienso aguantar que me adelanten cosas que ni siquiera quiero.

—Tampoco estás cumpliendo con tu parte del trato —su padre se levantó encarándole—, con eso dejo claro que al final yo tomo la decisión. Es obvio que el fin de semana y la noche anterior te fuiste con esa muchacha que no sirve aquí, ni encaja.

Sentimientos de una muñeca © j.b.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora