La noche llega pero el descansar no; duermo a ratos y el dolor se agolpa en mi vientre.
La ausencia de las rosas en mis días se hace notar desde hace dos semanas y un poco más. Me confirman que algo malo está pasando, esta fiebre no me deja y mis temores son los peores. Te llamo pero, como siempre, no estás. Tengo un miedo que me aterra.
Ríos de color rojo inundan mi cama; trato de no prestarle importancia a este dolor que me que estruja por dentro; entro en la ducha con la esperanza de recibir tu llamada pero no pasa nada.
Me preparo para ir a mi trabajo; a mi rostro pálido no hay maquillaje que le de luz ni color; pongo mi mejor sonrisa para salir a la calle.
Cada paso que doy es una tortura y el flujo sigue con más intensidad y el dolor se incrementa. El pantalón me aprieta y mi cuerpo solo quiere reventar.
La jornada es larga, llega la hora de la comida y no tengo hambre. Cojeo del lado derecho; me apoyo en el brazo de una compañera para poder caminar. El día por fin termina y me voy a casa.
Te he vuelto a llamar pero tú sigues sin dar señales de vida. Llamo a mi madre para que me ayude a bajar del taxi; ella me recibe en la entrada y su cara es de angustia y terror. "Hija, te llevaré al hospital", me dice mientras me apoyo en ella. Entro al baño y me echo a llorar con furia. Mi madre entra y me dice: "Hija, tranquila, no grites", la miro con los ojos nublados y le digo: "Déjame llorar, que me he aguantado todo el día"; ella me acaricia la cabeza y me dice: "Llore todo lo que quiera, desahogue su alma porque sé que no sólo te duele el vientre, también te duele el corazón".
Me cambio de ropa, me abrigo bien y salgo del brazo de mi madre, cobijadas en la noche como dos asesinos que van a dejar un cadáver; camino con ella pidiéndole que me cuente algo que me ayude a dejar de pensar en este dolor; comienza a relatarme historias que vivimos juntas pero es inútil, sigo con ese dolor que casi hace que por un momento me desmaye. Por fin logramos tomar un taxi; mi madre le dice al conductor: "Hasta el hospital Barros Luco", mientras que yo seguía llorando por aquel dolor. El conductor mira a mi madre y le pregunta: "¿La llevo a Urgencias de Maternidad?", mi madre le dice: "Sí, pero rápido, por favor". Mi madre me consuela mientras yo sigo pensando en dónde estarás, por qué no apareciste, por qué me dejaste sola, miles de preguntas se agolpaban en mi cabeza. Llegamos al hospital y me hacen pasar en seguida; una enfermera me toma la presión y me dice que espere junto a otras mujeres, algunas de ellas tienen cinco y hasta ocho meses de embarazo, mientras que yo me aferro a la ilusión de que todo está bien. Trato de calmarme para no seguir llorando; de pronto una doctora me llama, entro en una sala con unas tres personas más y un doctor; me preguntan qué es lo que me pasa y qué me duele; paso a relatar de la forma más rápida y simple lo que me sucede y de pronto la doctora me hace la pregunta. "¿Estaban buscando un embarazo?", me quedé en silencio por un instante pero para mí fue eterno. "Sí, pero...", la doctora vuelve a preguntar: "¿Estás con tu pareja?", con vergüenza en la cara y con lágrimas amontonadas en la garganta le respondo: "No, ahora estoy sola".
"Bueno, ahora póngase esta bata que la vamos a revisar". Entro a un frío y húmedo baño, la luz parpadea, es horrible estar en ese lugar; salgo con la bata y me subo a una camilla. "Abra las piernas y relájese", me dice la doctora; me introduce un aparato de metal en la vagina frío e invasivo; trato de estar lo más relajada posible; luego me revisa con los dedos como buscando algo, mirando al cielo y poniendo cara de "aquí hay algo"; me pide que baje las piernas y me manda a otra sala. Camino por un pasillo acompañada de una doctora. En esa sala hay un doctora extranjera; ella me hará una ecografía transvaginal, algo que jamás en la vida me habían hecho. Me subo otra vez a la camilla y abro mis piernas, toma un aparato largo parecido a un pene pero delgado y molesto, me lo introduce y comienza a mirar la pantalla. Observo su rostro y trato de adivinar sus gestos pero es en vano; ella muy seca y directa me dice lo que me ocurre: "Señorita, lo que usted tiene es un embarazo tubario o ectópico". La miré como si me hablara en otro idioma, no entendía nada; la doctora me miró y me dijo: "Le voy a explicar: usted tiene el embrión fecundado alojado en la trompa derecha y se ha roto, por eso el dolor; el embarazo no es viable, por esa razón la vamos a operar para sacar la trompa". Las lágrimas no se hicieron esperar al igual que el miedo. Ahora tenía que salir y comunicarle a mi madre que me dejarían hospitalizada y que me operarían. Apreté los dientes y salí, abracé a mi madre y le dije: "Me tengo que quedar"; mi madre lloró y el odio hacia aquel hombre que no apareció se veía en sus ojos. "Otra cruz para mí", decía. La miré algo molesta, era a mí a quien le sacarían una trompa, no a ella. En fin, llamé a mi madrina para que fueran por mi madre al hospital, no iba a dejar que se fuera sola, no a tan altas horas de la noche. Me despedí de ella y me subieron a una silla de ruedas y me llevaron hasta otra habitación. Me puse otra bata, me quedé casi toda la noche despierta; me pusieron una intravenosa la que me dolió hasta lo más profundo del corazón, me dieron medicamentos para el dolor; no podía dejar de pensar en "él", "¿le habrán llegado mis mensajes?, ¿sabrá que estoy en el hospital?".
Temprano por la mañana cuando ya casi me quedaba dormida, llegó un grupo de médicos para decirme que me operarían. El miedo me invadía, no me di cuenta cuando estaba prácticamente desnuda en el pabellón frente a todos esos ojos. Quería que terminara pronto. Me pusieron una inyección en la columna que gracias a Dios no sentí. Comencé a entrar en un sueño profundo. Después de un rato me comenzaron a despertar; a lo lejos escuchaba la voz del doctor que me decía: "Ya, niña, despierta, te sacamos la trompa derecha". Yo no lograba comprender nada; a lo único que atiné fue a decir que sí con la cabeza, como animal adiestrado. Me llevaron a la sala de recuperación donde podía ver como a las demás mujeres les traían a sus bebés mientras que yo sólo podía llorar por dentro.
En la noche me llevaron a otra sala para que pudiera recibir visitas; llegó mi madre, me trajo cosas para el aseo personal y un pijama, pero yo sólo quería que él viniera a verme o que me llamara.
Mientras hablaba con mi madre recibí por fin la llamada tan esperada. "¿Dónde estás?, ¿qué fue lo que pasó?, ¿estás bien?, te he llamado muchas veces". Sus preguntas eran tantas que no me daba tiempo de contestar ninguna; le conté con detalle lo que me había pasado, le pregunté: "¿Por qué no te encontré cuando te llamé?" y mi voz se quebró; como dicen, "El que explica se complica". Me preguntó cuáles eran los horarios de visita para poder ir a verme y dijo que iría al otro día en la tarde.
Le conté a mi madre que "él" vendría a visitarme. Su cara no fue de alegría. "No estoy de acuerdo", dijo con tono duro. "¿Para qué vendrá si cuando lo necesitaste desapareció y ahora quiere hacer presencia?", la indignación de mi madre era mayúscula y yo la entendía; "Mamá, necesito verlo, por favor no te enojes". Ella me miró con toda la comprensión del mundo y me dijo: "Está bien, pero si me lo topo no me pidas que sea una taza de miel".
Al otro día mi madre me visitó temprano para no toparse con "él", mientras que yo esperaba con ansias su llegada. Llegaban personas a visitar a otras niñas mientras que yo seguía esperando. Luego de un rato ya había perdido la esperanza de que viniera a verme cuando de repente apareció. Venía bien arreglado y peinado con una cola de caballo, se acercó a mí, se puso a llorar y me pidió disculpas por no estar. Me trajo bombones, pero ¿quién lleva bombones a una persona recién operada? Pero, bueno, los guardé, luego consolé su llanto (como si no tuviera ya suficiente lo tuve que consolar yo); sentí que estaba aquí sólo por compromiso, que sus lágrimas no eran más que un buena actuación. La hora de visita terminó y él se marchó. ¿Creyó que trayendo algo dulce podría calmar mi amargura?, si lo que necesitaba era a "él"...
Me quedé llorando en esa cama de hospital sola y sin ganas de volverlo a ver.
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Dioses y Demonios en la vida de una mortal
RomansEste libro es un compilado de historias y poemas de amor, los poemas son cortos pero intensos, esta lleno de pasión, decepciones , alegrías y triunfos, habla del amor y de la magia que lo envuelve, no es apto para los que no creen que en el amor...