Casi llego a los veintiséis y aún sigo virgen. ¿Cuánto más tendré que esperar?, conozco todo sobre el deseo y la pasión, mis gustos son distintos, tal vez nunca encuentre al hombre que me lleve hasta donde quiero. ¿Es que acaso tendré que seguir masturbándome por toda la eternidad o tal vez mi destino es morir de este modo?, todos esos pensamientos nadan en mi mente mientras voy en la micro hacia una nueva posibilidad de trabajo.
Llego al lugar y me presento. Al parecer a la jefa le agrada mi presencia y mi puntualidad. "Bueno, señorita, el trabajo es fácil y sólo se trabaja con máquinas; esta es una lavandería muy importante y de muy alto prestigio". Me habla de la renta, la que no me parece mala, luego salimos de su oficina con dirección hasta el lugar donde se trabaja; me presenta con mis futuros compañeros de labores, ellos me reciben con cordialidad y familiaridad, pero hay uno de ellos que me mira de manera insistente, como si nos conociéramos de otro lado. Logra su objetivo y me pongo nerviosa. Cuando me estaba marchando, este se acerca y me dice: "Será grato trabajar contigo". Lo miré y le respondí con una sonrisa.
Al otro día comencé en el nuevo trabajo y él se mantenía cerca y no dejaba de mirarme. A la hora de la comida vamos juntos, hablamos de su vida y de la mía; pasan los días y me gusta más y más. Comienzo a preguntarme: "¿Será él con quien pierda mi virginidad?"
Siguieron pasando los días y un día sucedió. Mientras caminábamos por un parque de Santiago salió el tema del sexo. No sabía cómo decir que aún con veinticinco años seguía virgen; me quedé callada por un rato largo mientras que él me contaba su primera experiencia. Notó mi silencio y me preguntó: "¿Qué pasa?, ¿por qué tan callada?", de la vergüenza hasta las orejas se me pusieron coloradas; lo miré a los ojos y le dije: "Bueno, yo no podría contar ningún tipo de aventura ya que sigo esperando al hombre correcto". Sé que es lo más tonto que he dicho pero fui fiel a lo que sentía. Me miró y me dijo: "Pero eso no es malo, al contrario, debo admitir que me sorprende tu confesión de muy grata manera". Seguimos caminando pero esta vez ambos guardamos silencio. Me dejó en el metro y me fui a casa con el temor de no saber de él nunca más; a pesar de ser pololos tenía temor de que me dejara por lo que le había contado, lo que habría sido comprensible: quién quiere estar con una mujer que no sabe lo que es el placer de la carne.
Al otro día me llamó. Me dijo que saliéramos a pasear todo el día; nos juntamos y ese día fue diferente a otros. Me besó de manera distinta, me abrazó de un modo distinto, porque ese era el día. Nos besamos toda la tarde sentados en una banca de un parque como si fuéramos estudiantes; el calor me mataba, él lo notó y no perdió tiempo, me tomó de la mano y nos fuimos a un motel. Cuando entramos en este mis pensamientos chocaban con otros y me decían: "Mejor que no, es mejor que te vayas, disfruta, no seas tonta, estás a un par de semanas de cumplir veintiséis, ¿y si sólo quiere sexo y ya no lo veo?", todas esas preguntas se agrupaban en mi cabeza. Él me llevaba de la mano la cual sudaba como si en esta tuviera una manguera. Llegamos a la habitación y los nervios me consumían por dentro pero toda la excitación que tenía acumulada le restaba importancia a mis nervios. Él se me acercó y me sacó la cartera que traía bajo el brazo, me quitó una pañoleta de hilo que tenía sobre mis hombros, acomodó mi cabello despejando mi cuello y comenzó a besarlo suavemente. Me quedé quieta, inmóvil, como congelada. Luego bajó los tirantes de mi vestido amarillo uno a la vez. Bajó el cierre de este y lo dejó caer hasta mis pies; ahí estaba yo frente a él sólo en ropa interior, envuelta en vergüenza, miedo y excitación. Me llevó hasta la cama y comenzó a tocarme; me humedecí con rapidez, quería tocarlo pero me sentía torpe y la timidez me ganaba. Tomó mis manos y me hizo sacarle el cinturón. Me quitó la poca ropa que me quedaba, se desnudó, tenía un cuerpo tan blanco como el mío, imponente y grande. Se recostó sobre mí; trató de entrar en mí sin suerte, la tarea no era fácil; hasta que lo consiguió, pero yo sólo me quedé en blanco sintiendo nada. "¿Y para esto esperé tanto tiempo?" Pasé de la excitación a querer ver televisión. "¿Serán los nervios?", me dije; sólo miré el techo y no le vi lo maravilloso al asunto; sangré un poco, sí, me dolió un poco tal vez, pero no era lo que yo esperaba. El único que gozó en esa habitación al parecer fue él, porque yo dudaba hasta de mi opción sexual. Luego de un rato me preguntó cómo estuvo; su cara era como la de un niño en Navidad esperando el regalo soñado y le di una respuesta positiva, como buena mujer adulta que se respeta le dije: "Oh, sí, increíble", total es mentira blanca y Dios no se enoja. La sonrisa de ese hombre era impagable; era como si hubiera descubierto la cura para el cáncer. Luego de esa tediosa charla me fui a bañar, a lo que él también se sumó. Fue algo completamente invasivo pero a esas alturas no podía ser desagradable, mal que mal me había ayudado con el tema de mi virginidad. Así que me lo tomé con simpatía.
Salimos del lugar y sentía que todo el mundo me miraba como sabiendo de dónde venía y lo que había hecho. Me despedí de él casi desanimada; me fui pensando en que había perdido lo único que por tantos años me había hecho sentir valiosa. "¿Habrá valido la pena hacer lo que hice?" Cuando llegué a la casa mi madre me estaba esperando porque era tarde y no contesté el teléfono en toda la tarde. Me observó y me dijo: "Ya, no me digas nada porque en la cara se te nota". Fue severa pero sólo por un rato. Me fui a mi habitación en la que me puse a llorar pensando en lo que había hecho. Ella golpeó la puerta y me dijo: "¿Puedo pasar?", "-Sí, mamá, pasa". Me sequé las lágrimas, ella se sentó en la cama: "¿Por qué lloras, hija?, no ha pasado nada malo; siento el haber sido tan pesada pero estaba preocupada". La miré, puse mi cabeza en sus piernas y le relaté mi aventura: "Mamá, fue algo malo y tedioso, como que no sentí nada, incluso me quedé pegada en el techo mirando una araña, lo que me pareció más interesante". Mi madre soltó una risa y me dijo: "Tal vez estabas nerviosa; tal vez la segunda vez sea mejor". Ella me dio consuelo y me dormí.
Pasó tiempo cuando estuvimos juntos por segunda vez pero tampoco fue mejor que la primera. Pasaron los días y hasta de matrimonio me habló. Pasaron los días y las cosas cambiaron. Dejé aquel trabajo por otro; la distancia sólo empeoró la relación. Lo llamaba y no respondía. Un día me llamó una mujer hablando de que él jugaba conmigo porque ella era su polola y bla, bla, bla, bla, lo único que le dije aquella mujer fue: "Esto es simple: si quieres a un hombre tan 'increíble' como este, pues ahí lo tienes. Y, a propósito, estoy siendo sarcástica por si no lo notaste porque de increíble no tiene nada".
Nunca más supe de aquel hombre que ni un orgasmo me regaló.
ESTÁS LEYENDO
Dioses y Demonios en la vida de una mortal
RomanceEste libro es un compilado de historias y poemas de amor, los poemas son cortos pero intensos, esta lleno de pasión, decepciones , alegrías y triunfos, habla del amor y de la magia que lo envuelve, no es apto para los que no creen que en el amor...