La primera vez que estuve cerca de la excitación fue en una tarde de verano. Ese día habíamos ido con mi mamá y mi abuelita a dejar unos vestidos y pantalones que una señora le pidió que arreglara. Nos fuimos caminando desde la casa porque no teníamos dinero para tomar micro; yo me fui jugando todo el camino, como era una niña no sentía el cansancio ni que el trayecto era largo.
Ese día mi mamá me puso un vestido blanco con un cinto color rosa pálido; lo ató fuerte a mi cintura y me peinó con dos chapes, me puso unas chalitas blancas. Mientras mi abuela me bañaba en colonia le pregunté: "¿Vamos a un cumpleaños, abuelita?", "-No, niña", "-Y entonces ¿por qué mi mamá me arregla tanto?", "-Porque vamos a dejar un trabajo con tu mamá a una casa bien 'encopetada'". "-Abuelita, no entendí; ¿a dónde?", "-A la casa de gente de clase alta; por eso tienes que verte bonita y portarte como una señorita. Nada de andar subiéndose a los árboles ni pateando piedras como los hombres, ¿entendió?". Abracé a mi abuelita, la besé y le dije: "Prometo estar calladita y portarme bien".
Llegamos a una gran casa con jarrones en la entrada y con una fuente de agua. Nos hicieron pasar y nos sirvieron un rico jugo bien frío porque el calor era abrasador. La señora de la casa nos recibió muy contenta a mi madre, a mi abuelita y a mí. "Pero qué bueno que llegó, justo le estaba diciendo a mi hija que seguramente hoy traían la ropa ya arreglada". La casa era tan linda y grande, en el patio de atrás había una inmensa piscina. Me senté en la orilla y me puse a jugar con el agua; mi madre me dio un grito para que me sentara junto a ella: "¡Hija, venga, ¿acaso no se da cuenta que es peligroso?, se puede caer y usted no sabe nadar". La señora de la casa le baja el perfil a la situación: "Pero qué linda es tu hija, parece una muñeca; y qué ojos más verdes tiene, si parece de porcelana de lo tan blanca que es". La señora era una mujer muy elegante con un vestido rojo bien ceñido al cuerpo y con unos zapatos de taco aguja aún más rojo que su vestido; tenía en una mano un cigarro y en el otro un vaso; con un anillo en casi todos sus dedos. De su cuello cuelga una cadena de oro; en sus orejas unos aros que le hacen juego con su collar. Se agacha y me pregunta: "¿Te gustaría entrar a la piscina, muñequita?", y viene a mi mente la frase que me enseñaron mi mamá y mi abuela: "No, pero gracias". La mujer insiste: "¿Tal vez otro día?", yo miro a mi mamá como preguntándole: "Y ahora ¿qué digo?", ella responde por mí: "Sí, señora, tal vez otro día". "-Te felicito. Tienes bien enseñada a tu hija. La mía se habría tirado con zapatos y ropa, pero, bueno, su padre la tiene tan malcriada... Lo bueno es que lo ve sólo los fines de semana y sólo si yo quiero. Pero mejor muéstrame la ropa, qué tal quedó. "Sí, claro", responde mi madre. Saca los vestidos y la mujer y su hija mayor comienzan a probárselos; alaba a mi madre: "Eres maravillosa. Me quedan justo como yo quería. Cuando los compré me quedaban enormes pero tú eres una maestra de la costura". Por otro lado, la hija también aplaudía el trabajo de mi madre, mientras que yo seguía sentada muerta de aburrimiento. Luego de una charla la mujer le pagó a mi madre. Justo cuando nos íbamos apareció un hombre en la casa. Saludó a mi madre y le preguntó: "¿Usted es la señora de las costuras?", ella algo confundida le respondió: "Sí, soy yo". "-¿Podría arreglarme estas camisas?, lógicamente le pagaré". Mi madre, abuela y yo no entendíamos quién era él hasta que él mismo se presentó: "Disculpe, me presento: yo soy el esposo de la señora de la casa", pero ella no se demoró en corregirlo: "Ex-esposo. Que eres desubicado, ellas ya se van, así que toma tus trapos y dile a la mujercita con la que vives que te arregle tus cochinadas". El hombre insistió: "Por favor, le pagaré bien". Necesitábamos el dinero, así que mi mamá accedió, le tomó las medidas y sin darnos cuenta la noche ya había llegado. Nos despedimos rápido. El hombre se ofreció a llevarnos pero mi mamá dijo: "No, no, gracias, caminaremos. Además la noche está fresquita". Nos despedimos y nos fuimos. Comenzamos nuestro retorno a casa; la noche está perfecta para caminar.
La calle está sola. Mi madre no me deja correr y me toma fuerte de la mano. El sueño me empieza a invadir; sé que la única manera para no quedarme dormida de pie es ponerme a correr. Por fin me logro zafar de la mano de mi madre y salgo disparada corriendo hasta la esquina. Corro y corro mirando el cielo lleno de luces. El viento sopla entre los frondosos árboles que adornan la calle. Llego hasta la esquina, me quedo en el borde y suelto una risa. Me volteo hacia mi madre y abuela, las saludo con los brazos en alto; mi madre me mira y me sonríe. De golpe su expresión cambia, pega un grito diciendo mi nombre: "¡Hija, ven, ven!", me dice. Me giro y de la nada había aparecido un hombre. Me toma por el cuello y me pone una corta-pluma en el. Mi madre corre hasta mí, lo golpea para que me suelte pero yo no tengo miedo; sé que es raro, pero me siento tranquila incluso a gusto. Sé que puede sonar perturbador. Comienzo a sudar y mi respiración se agita. El hombre le pide a mi madre el monedero: "Dame la plata o le corto el cuello a tu cabra". Por otro lado mi abuela grita y pide ayuda pero sin éxito, le tomo el brazo al hombre y lo miro. Él me observa de reojo. Mi madre le dice: "¡Suelta a la niña, maricón!". Nos quita el poco dinero que teníamos y se va; yo me quedo con una pequeña marca en el cuello. Tuvieron que pasar años para entender lo que me había pasado: me había excitado por primera vez.
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Dioses y Demonios en la vida de una mortal
RomantiekEste libro es un compilado de historias y poemas de amor, los poemas son cortos pero intensos, esta lleno de pasión, decepciones , alegrías y triunfos, habla del amor y de la magia que lo envuelve, no es apto para los que no creen que en el amor...