Capítulo 4:

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Un tercer estornudo se escuchó, el cual al muchacho que lo observaba le pareció lindo, en cierta forma tierno. Caminó acercándose, y se dio cuenta de que el lugar se hacía más solitario, casi no había personas ahí. Y cuando vio una cabellera rubia sonrió.

Se quedó desde lejos mirando al muchacho. Este tenía un libro entre sus manos, estaba lleno de polvo, y quizá a eso se debían los estornudos. Sonrió, le dio una última mirada al chico, y se alejó de ahí, sin hacer ruido. Justo como había llegado.

Y es que no debería de estarle espiando... o quizá el chico no debería de darse cuenta de que lo estaban espiando.

Era lo mismo al fin y al cabo... o no.

Las horas pasaron rápido y pronto todos se dirigían a casa. Cuando Niall se dirigió a su casillero y abrió la puerta vio la camisa manchada de café en una esquina, sonrió. No conocía en nada al chico que le había dado su camisa, y sin embargo la aceptó.

Cuando llegó a casa, su madre se extrañó por verlo con una camisa que no era de él, y que aparte no podía ser de él. Ya que le quedaba un poco (demasiado) grande.

El rubio tuvo que inventar una excusa, la cual su madre (obviamente) no creyó, aunque le hizo creer lo contrario a su hijo, y no le hizo más preguntas.

Sus sospechas aumentaban, más porque al preguntarle a Niall, parecía bastante apenado y nervioso. Una vez que el rubio se fue muy sonrojado, la mujer intercambió una mirada con su hija y ambas sonrieron.

El rubio subió corriendo a su habitación, justo entrando por la puerta se resbaló con algo en el piso, cayendo de espaldas.

Soltó un gritito agudo, más como un chillido, y no tanto por la caída. Al levantarse se dio una palmada en la frente, mientras hacía un berrinche. Estaba lamentándose bastante.

Se agachó y tomó la corona de flores, o lo que quedaba de ella, y la miró tristemente. Esta se había desbaratado, y partido por la mitad.

El muchacho no sabía cómo volverla a hacer, aunque pareciera que a su hermana le parecía una cosa tan sencilla que hasta dormida la haría ¡Definitivamente no iba a pedirle a su hermanita que la hiciera de nuevo! ¡Que vergonzoso!

La dejó en un cajón del mueble junto a su cama, al darse vuelta se miró en el espejo y vio la camisa que traía, sonrió otra vez ese día por la misma razón. Por algún motivo no se la quería quitar, y no iba a hacerlo. Olía a ese chico castaño, y le gustaba recordarlo. Sin ninguna razón, claro, (obviamente no) igual no tendría porque explicarlo, ¿o sí? Pues no.

Salió de su habitación y le avisó a su madre que saldría a comprar algunas cosas, y aunque su madre insistió en acompañarlo, Niall terminó yendo solo. Por suerte.

El muchacho se encontraba frente al centro comercial, se le había olvidado investigar en dónde vendían las cosas que necesitaría, y se notaba que estaba bastante nervioso.

Empezó a morderse las uñas mientras pensaba qué rayos haría, cuando sintió que alguien besaba su mejilla, y le daba un rápido abrazo.

—¡Ayy! —soltó un gritito—. ¿Qué? —se separó con un paso atrás, y volteó a ver a la chica que estaba riéndose—. Espera, ¡¿Perrie?! ¡Madre mía, Perrie! ¿Qué haces? ¡Me has asustado!

—Lo noté —sonrió. Se abrazó al brazo izquierdo del chico y empezaron a caminar un poco—. Te dije hola y tú ni en cuenta —soltó un suspiro—. Bueno pues, y entonces ¿qué haces aquí, eh?

—Eh... —el muchacho se detuvo de golpe, y volteó a ver a la chica algo asustado—. Uh, b-bueno, yo...

—¿Estás esperando a alguien? —cuestionó emocionada, deteniéndose con él.

¡Y todo por una apuesta! |Niam| (Reescrita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora