23. Inesperado

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— Oikawa, ¿estás ahí?

— Déjame solo, Mattsun — repuso Tooru con cansancio.

— Vamos, Oikawa, deberías ir al doctor y lo sabes — insistió el alfa desde el otro lado de la puerta. Hanamaki y él habían llegado a la conclusión de que el castaño no debía seguir ignorando su salud, así que ese día era Issei el encargado de intentar convencer a Tooru de salir.

— Estoy bien, Mattsun — repuso Tooru sentado en el suelo—. Deja de ser tan molesto.

Matsukawa suspiró apoyando la cabeza contra la puerta.

— Oikawa… no lo sabrá, así que está bien...

— Mattsun, eres irritante y amable, pero no tienes nada de qué preocuparte — contesto el castaño con una pequeña y triste sonrisa —. Tomaré un baño, así que no te atrevas a espiarme.

— ¡Oh, diablos, me has descubierto! — bromeó el moreno un poco animado por el atisbo de buen humor del omega— . Estaré abajo.

— Bien, bien… ahora vete — dijo Oikawa con voz suave.

Cuando Tooru notó que al fin Matsukawa se había ido, soltó un largo suspiro y abrazó sus piernas. Por un segundo pensó que debería tomar realmente un baño y cambiarse de ropa, más pronto recordó que no tenía ni el más mínimo deseo de abandonar la habitación donde se había recluido, así que permaneció sentado en el suelo.

El castaño pensó en lo miserable que se había vuelto su existencia y en las palabras que Akaashi le dio la última vez que salió de la habitación y de la mansión que se convirtió en su prisión: Keiji le pregunto muy seriamente si todo estaba bien y si necesitaba ayuda, pues si así era, él podría ayudarlo en caso de ser necesario. Oikawa le mintió a su amigo y le dijo que todo estaba en orden pese a que tuvo deseos de llorar y confesarle lo mucho que sufría.

Con tristeza Tooru se encogió en su lugar sintiendo el dolor de su cuerpo, ya no soportaba más días como esos pero tampoco había mucho que pudiera hacer, no cuando Iwaizumi se aseguró de hacerle saber que nada de lo que hiciera dentro y fuera de su casa, pasaba desapercibido para él. El castaño no tenía idea de cómo lo lograba, pero tampoco tenía ya deseos de intentar averiguarlo ni de luchar, simplemente quería encontrar un poco de la paz que le fue arrebatada.

Oikawa no era tonto ni tan cínico como para no admitir que él fue quien empujó las cosas hasta que llegaron a ese punto, más no por eso dejaba de sufrir ni de estar triste y eso se reflejaba principalmente en su salud. Estaba más delgado que de costumbre y eso se debía a que su apetito había disminuido considerablemente, pues apenas salía de su escondite una o dos veces al día para buscar algo de que comer. Tampoco dormía muy bien, pues si Iwaizumi no hacía lo que quería con él a mitad de la noche, simplemente no podía conciliar el sueño, lo que terminaba por causarle un aletargamiento constante.

Aún así, pese a sentirse débil y mareado casi todo el tiempo, Tooru no tenía la más mínima intención de hacer algo por su salud, pues tenía la estúpida idea de que ya nada podría ser peor para él. Además, secretamente pensaba que mientras más lamentablemente fuera su aspecto, más asco sentiría Iwaizumi, por lo que continuaría visitando a otros en vez de él.

Tooru observó la pijama verde con franjas blancas que llevaba usando desde hacía una semana, se pregunto si debería hacer el intento de comer ese día o si era mejor recostarse para tratar de dormir.

— Sería genial no despertarme… — dijo Tooru dejando unas pequeñas lágrimas salir de sus ojos.

Mientras lloraba en su ya acostumbrado silencio, su móvil empezó a sonar anunciando una llamada de Kenma. Kenma, pensó el castaño, el gatito sin duda tenía mejor suerte que él; era en esos momentos de profunda tristeza donde Tooru admitía envidiar inmensamente a Kenma y a Akaashi, pues ellos eran verdaderamente amados por sus esposos.

DevórameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora