47. Fugaz

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Los ojos de Iwaizumi seguían con discreción cada uno de los movimientos de la figura parada frente a él.

Ante su vista se extendían unos pechos grandes y firmes que eran de su agrado, una caja torácica fina coronada por una cintura diminuta, caderas bien proporcionadas, piernas carnosas y firmes, muñecas y tobillos delicados, piel suave y un buen perfume corporal, todo acompañado de un rostro bastante hermoso.

Sin embargo, no solo observaba la belleza física que era imposible ignorar, también podía ver las cualidades que combinaban a la perfección con ese cuerpo: la mujer frente a él era lista y perspicaz, responsable, ordenada, poseía una seductora y linda sonrisa que hacía caer a la gran mayoría de sus compañeros que añoraban una oportunidad para salir con ella, tenía un buen gusto para vestir de manera sexy sin parecer vulgar, era diligente y lo escuchaba con atención, gozaba de una buena educación y, sobre todo, al mirarlo dejaba en claro lo mucho que lo anhelaba.

Hiyori era, en pocas palabras, lo que siempre buscó en una mujer, en una compañera...

El alfa no dijo nada cuando su asistente le sonrió al preguntarle si le prestaba atención o si, por el contrario, había algo más en su mente.

Gruñó como respuesta haciendo reír a la mujer que con sutileza se mordió los labios.

Iwaizumi conocía el significado oculto tras ese simple acto, por lo que no le sorprendió que su asistente dejará sobre el escritorio los documentos que sostenía, para caminar hasta la puerta con el propósito de ponerle llave antes de volver a donde se encontraba.

No dijo nada cuando Hiyori bajó la cremallera de la ceñida falda que vestía.

Sus músculos no se movieron cuando la blusa blanca de la alfa quedó en el piso.

Tampoco sintió nada cuando ese semi desnudo cuerpo se sentó sobre sus piernas.

¿Por qué permanecía tan calmo? Porque no era la primera ocasión en la que eso ocurría.

¿Cuándo paso de observar a la alfa con discreción y cierta molestia, para aceptar cada una de sus insinuaciones? Poco después de entender que no había nada por lo que seguir torturándose.

¿En qué momento dejó de pensar en las consecuencias de sus actos? En cuanto la satisfacción y el placer cegaron cada uno de sus sentidos.

¿Qué fue de la vocecilla en su cabeza que le decía una y otra vez que no hiciera nada de lo que pudiera arrepentirse después? Esa voz que lo atormentó durante años ya no existía, era libre de ella.

No más razones para ser un hombre complaciente y entregado a una sola persona.

No más Tooru, no más dolor.

Hajime recordaba con claridad -pese a la ironía de haber estado ahogado en alcohol- la primera ocasión en la que se permitió borrar la línea profesional que trazó entre su asistente y él, dando paso a más de esos encuentros donde lo único importante era saciar los impulsos sexuales que los invadían.

La primera vez que Hiyori y Hajime tuvieron sexo también fue en la oficina del alfa, durante una tarde donde llegó totalmente alcoholizado y harto de quedarse en su enorme casa para auto compadecerse cuando no tenía razones por las que hacerlo, no cuando ya se odiaba lo suficiente como para sentirse una mierda sin ayuda de nadie.

Hiyori lo había visto llegar bastante extrañada, pues un par de horas antes dejó la oficina con un humor tan malo que le hizo mandar al diablo a Matsukawa en el momento en que quiso hablar con él.

—Iwaizumi-san, ¿Se encuentra bien? —le había preguntado.

No, no lo estaba y se lo dijo mientras se sentaba en la silla frente a su escritorio.

DevórameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora