26. ¿Dónde está Tooru?

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Un fuerte hombre entró a su casa riendo al lado de una bella mujer de negros cabellos, anchas caderas y fina cintura, firmes y torneadas piernas y ojos castaños. Tras ellos, Hanamaki y Matsukawa mantenían una seria mirada.

La risa de la mujer que esa noche acompañaba a Iwaizumi resultaba muy molesta para Issei, más nada podía hacer si su amigo y jefe había decidido pasar cada tarde con una mujer diferente. Takahiro estaba igual de disgustado, pues creía que el alfa de verdes ojos debería estar buscando a su fugitiva pareja en vez de disfrutar la compañía de personas extrañas.

Sin embargo, pese a lo mucho que les incomodaba la situación, Makki y Mattsun nada podían hacer más que contar los días que habían pasado desde que Oikawa Tooru desapareció.

Issei revisó su correo electrónico para ver si por obra del dios de la buena suerte, Oikawa había contestado uno de los muchos mensajes enviados con la esperanza de que éste le dijera que estaba bien. Nada. No había ningún indicio del chico.

Hanamaki apoyó su cabeza sobre el hombro derecho del más alto como una muda muestra de comprensión: él tampoco tenía noticias de Tooru.

—Borren esas caras tan serias —les dijo Iwaizumi pasando a su lado. Estaban en el salón de juegos de la mansión y el hombre buscaba unas copas y vino para que todos tomaran.

—Iwaizumi-san, no me haga esperar —dijo la mujer con una coqueta sonrisa, misma que asqueó a Makki.

—En verdad no creo poder tomar más —repuso Issei rechazando amablemente el ofrecimiento de Iwaizumi—. Lo siento, pero hoy conduzco así que…

—Pueden quedarse… vamos, hay un montón de espacio —contesto Iwaizumi. Después volvió junto a su pasajera compañía que lo llamaba insistentemente.

—En verdad lo lamento, por esta ocasión debo pasar —insistió Matsukawa con su amable sonrisa.

—Igual yo, ya tomé suficiente — dijo Makki observando con desagrado a la alfa que se  ponía demasiado cómoda en el sofá.

—Como quieran… ustedes se lo pierden.

Mattsun y Hanamaki apenas se despidieron al salir del frío y desolado hogar de Iwaizumi, ni siquiera le dijeron algo a la mujer que seguramente no volverían a ver jamás. Sencillamente dejaron a su jefe disfrutando la nueva libertad adquirida.

—Debe estar bien, Makki —le dijo el alto alfa a su compañero mientras se dirigían a su departamento—. Oikawa es listo y sabe cuidarse.

—Debería dejar de perder el tiempo con esas zorras… —se quejó Takahiro recordando la despectiva mirada de Oikawa cada vez que se refería a Hiyori.

—Prefiero que se olvide de él, Makki —contesto Matsukawa— ¿Crees que sería mejor que siguiera furioso buscándolo por todas partes? Yo no quiero que Oikawa vuelva a ser tratado así por Iwaizumi, como si no valiera nada.

Hanamaki lo pensó antes de contestar; sí, en definitiva era mejor saber que Oikawa había decidido romper con la miseria en la que vivía, a escuchar su llanto y sus débiles súplicas cada vez que Hajime llegaba de mal humor o simplemente con la intención de someterlo y humillarlo.

Pero no podía dejar de preguntarse si Tooru en verdad estaba bien.

—Sólo quiero que el idiota nos diga que está bien —dijo Makki observando por la ventana las calles de la ciudad.

—También yo, y aun así creo que lo mejor es que no sepamos nada de él… Iwaizumi volverá a perder el control si sabe que Oikawa está bien.

—No creo que lo haga… —repuso Takahiro.

—Quién sabe… —contestó el moreno pensando en la mañana en la que Iwaizumi perdió el control una vez más gracias a Oikawa Tooru.

Desde la última vez que Issei vio a Oikawa habían pasado ya poco más de cuatro semanas, semanas en las que el chico borró cualquier rastro de él.

El alto alfa solía pensar que todo era su culpa, pues tenía la creencia de que pudo hacer algo para ayudar al castaño que poco a poco se veía más miserable. Su tonto consuelo era saber que el menos el omega reunió el valor necesario para escapar de la triste vida en la que quedó atrapado al desatar la furia de su alfa.

También pensó en la ira de su jefe cuando descubrió que en sólo una noche, Oikawa se esfumó.

Eran las 8:00 de la mañana de ese 16 de noviembre cuando Makki y Matsukawa recibieron una llamada de Hajime, el colérico hombre les exigía su presencia en la mansión lo antes posible así que ellos no hicieron otra cosa más que obedecer a su jefe.

En el camino al hogar Iwaizumi ambos alfas hablaron sobre lo que deberían hacer en caso de que Oikawa hubiera hecho enfadar a su esposo al punto de éste estuviera mucho más violento de lo usual, así que acordaron hacer todo lo posible con tal que sacar de ese infierno al trágico matrimonio. Decidieron también llevar al castaño con el abuelo de Hajime, pues sólo el anciano inspiraba un profundo respeto en el joven alfa.

Sin embargo, pese a todas sus previsiones, nada los preparó para saber que Oikawa, y todas sus pertenencias, habían desaparecido.

Hajime daba vueltas de un lado para otro como un león enjaulado, uno que no entendía cómo era posible que su presa hubiera escapado prácticamnete frente a sus narices. Para el hombre no había una explicación lo suficientemente buena como para entender cómo, despúes de todo lo que había hecho, el castaño que tanto lo humilló meses antes, tuviera aún la voluntad de desafiarlo.

Y sin embargo, Tooru en verdad se marchó llevándose con él las pocas cosas que delataban su presencia en la mansión Iwaizumi.

Iseei y Takahiro observaron en silencio la furia y desesperación que poco a poco se apoderaron de Hajime. En un principio se dijo que no pararía hasta arrastrar de vuelta a su miseria al chico que creía poder huir de él, no le importó delatar con sus amigos el pésimo estado de su matrimonio ya que estaba seguro de que Oikawa había huído con alguno de ellos en busca de ayuda y refugio. Pero sus amigos se mostraron en verdad sorprendidos al saber que el castaño no estaba en su hogar, tanto que de inmediato se sumaron a la búsqueda de Hajime.

Durante los primeros tres días todo fue confusión, nadie se explicaba por qué Oikawa se había marchado sin una aparente razón válida hasta que fue el mismo Iwaizumi quién le confesó a Bokuto y a Kuroo lo que pasó

Cada palabra que salió de Hajime fue escupida como veneno, sin ningún arrepentimiento les contó a sus amigos que Oikawa lo engañó con uno de los chicos de su universidad, y de la misma forma les dijo que se había dedicado a hacer que su vida como pareja fuera de verdad una pesadilla; tampoco omitió ningún detalle, ni siquiera le dio importancia a ocultar el hecho de que forzó y humilló al omega tantas veces como lo quiso.

El que hablaba por el alfa era su ego herido y su corazón destrozado, así que pese a lo cruel y cruda que fue su confesión, Hajime no se arrepentió de nada. Todo lo que quería era tener de vuelta a Oikawa pues estaba decidido a sufrir a su lado pese a lo mucho que dolía.

Porque sí, Hajime sufría pese a que su rabia y dolor tomaban el control de sus acciones. Debajo de cada palabra de desprecio con la que se dirigió y trato al castaño que lo enloqueció de mil formas diferentes mientras estuvieron juntos, se encontraba herido y molesto consigo mismo por no ser capaz de entender que Tooru jamás lo querría de la misma forma en la que él lo quiso. El dolor de saber que nunca tuvo una oportunidad con el omega lo cegaba y hacía actuar de una forma totalmente errática y la prueba de ello era que reaccionaba con furia.

Kuroo, más que Bokuto, entendía el dolor de Hajime, y si bien no estaba nada feliz o a gusto al saber que su amigo perdió el juicio al tratarse de su pareja, trataba de comprender los horribles sentimientos y la forma de pensar de Iwaizumi.

Por su parte, Bokuto y Akaashi accedieron a ayudarlo a buscar a Tooru pero no sin antes decirle al furioso alfa que si encontraban al chico no dejarían que se acercara a él de nuevo, incluso Bokuto le avisó a Iwaizumi que él sería el abogado de Oikawa y que se aseguraría de ganar el juicio de divorcio que iniciaría apenas el castaño estuviera a salvo.

Ambos alfas tuvieron una fuerte discusión gracias a eso, pues el de ojos verdes decía que nada impediría que su omega regresara a su lado y que se hundiera en su miseria, mientras que el fornido hombre de amarillentos ojos le recordó que tenía un acuerdo prenupcial que respetar. Kotaro también le dijo a Hajime que nada justificaba sus acciones, y que llegaría hasta las últimas consecuencias con tal de asegurar que Oikawa estaría bien.

Desde entonces Kotaro y Hajime no se dirigían la palabra, dejando a Kuroo entre la espada la pared, pues ambos hombres querían creer que tenían la razón.

Tetsuro le había a Matsukawa que no podía juzgar del todo como mala persona a Iwaizumi porque él también era consciente de lo mucho que se esforzó por lograr que su relación y matrimonio funcionaran, y si bien desde un principio todo apuntó a que la batalla estaba pérdida, no podía culpar a Hajime por estar con el corazón roto si en verdad había amado a Tooru. En cuanto al castaño no tenía mucho que decir más que al final buscó lo único que deseaba de su esposo y que jamás encontró en él: libertad.

Aún así, pese a que habían estado al lado de Iwaizumi desde que su falso matrimonio tocó fondo, ni Takahiro ni Issei eran capaces de comprender el gran dolor que llenaba noche y día al alfa que era su amigo y por el cual sentían un gran aprecio.

Todo lo que ellos veían era a Iwaizumi ignorando totalmente que aún estaba casado y que por ende debía respetar su matrimonio, en pro de pasear cada noche con una mujer diferente que no tenía ni la menor idea del verdadero estado emocional del hombre. Ellos, al igual que sus demás amigos, estaban convencidos de que Hajime buscaba cobrar venganza por la humillación recibida de parte de su omega.

Nadie tenía idea de lo que pasaba realmente por la cabeza de Hajime Iwaizumi.

Mientras el alfa le quitaba el sujetador a su pasajera compañía, pensaba que ese cuerpo no era el de Tooru; tampoco sentía en esa piel el fresco olor a lavanda de su chico, ni sus manos de dedos fríos que lo tocaban con ansias y molestia. No, aquella mujer cuyo nombre no recordaba no era la persona que añoraba, más debía aceptarla para poder olvidar rápidamente los castaños ojos que seguían dolorosamente grabados en su memoria.

Hajime empezaba a desesperarse por no ser capaz de seguir con su vida pese a que había decidido seguir el consejo de Akaashi y olvidarse de Tooru, simplemente no podía por más que lo intentaba y eso era gracias al maldito remordimiento que lo acechaba noche y día.

Pese a lo que todos creían, él ya había buscado por mar y tierra a Tooru, rastreó cada movimiento que hizo desde sus tarjetas de crédito y llegó a la conclusión de que sólo existía un lugar donde el chico podía huir creyendo que estaría a salvo de él, así que deliberadamente dejó pasar un par de semanas antes de ir a la casa de playa del omega con la intención de darle una falsa seguridad antes de arrastrarlo de vuelta a la ciudad.

Hajime estuvo tan seguro de que ahí se escondía el castaño que pensó en llegar al sitio ya entrada la noche para así estar de vuelta en su hogar poco antes del amanecer. Pensó en tomarse un par de días libres para volver a demostrarle a Oikawa que no había absolutamente nada que pudiera hacer para librarse del infierno al que los condujo al momento de escupirle al amor y la paciencia con la que lo trató casi cuatro años, más no pudo hacerlo cuando, a mitad de la madrugada, entró a la casa donde el chico se escondía y lo encontró dormido en uno de los sofás de la sala.

Apenas lo vio, Hajime sintió como su corazón se estrujaba en su pecho.

Ese chico de piel pálida y marchita no era su Tooru, resultaba imposible de creer que el omega terriblemente delgado y ojeroso que dormía en una posición incómoda sobre el sofá, era en verdad el alegre y despreocupado castaño que solía sacar de quicio a Hajime por el simple placer que verlo molesto le causaba.

Tooru no lucía, no debía lucir, así de frágil e indefenso. No, Tooru siempre tenía en su rostro una sonrisa altanera que combinaba a la perfección con sus hermosos ojos llenos de orgullo y determinación, él no podía haberse marchitado tanto al grado que apenas su esposo que dio todos de sí con tal de verlo feliz, podía reconocerlo.

Sin embargo, y muy dolorosamente, Iwaizumi sabía que en verdad era Tooru quién dormía en el sofá tan profundamente que apenas se sentía su respiración: su casi imperceptible olor que llenó los sentidos del alfa cada noche que durmieron juntos, seguía ahí como si fuese lo único de Tooru que aún no moría.

Hajime no pudo más y se arrodilló junto a Tooru mientras lloraba en silencio. Toda la ira que sintió desde que se supo traicionado desapareció al darse cuenta del enorme mal que le hizo al omega cuando se aferró a creer que aun había un “nosotros” entre ellos cuando en verdad nunca lo hubo. No pudo con el dolor que de nueva cuenta lo llenaba al saber que su estúpido egoísmo había empujado y roto tanto a Tooru, que acabó huyendo de todo y todos con tal de dejar de ser un prisionero suyo.

En ese instante Hajime se dio cuenta de que Tooru prefería sufrir las consecuencias que su larga separación le traía, antes de volver a su lado para dejar que todo lo que poseía le fuera arrebatado por él, el tipo que nunca pudo comprender que sin importar lo que hiciera, nunca lograría ser apreciado por el omega al que desde un principio forzó a aceptarlo aunque lo hizo pensando en su beneficio.

Las manos de Hajime temblaron cuando rozó la mejilla de Tooru, su omega ni siquiera protestó como lo hubiera hecho antes porque en verdad, libre ya del temor que el alfa le provocaba, podía dormir sin pensar que en cualquier momento su cuerpo sería usado para romperlo desde lo más profundo de su ser. Iwaizumi recordó todas las lágrimas que causó en Tooru y apartó velozmente su mano del chico; no tenía derecho alguno a tocarlo.

Hajime se percató del monstruo en que se convirtió sólo cuando se percató del terrible daño que le infligía al castaño que había amado.

Antes de volver a la ciudad sintiéndose una escoria total, Iwaizumi acomodó a Tooru y lo arropó apropiadamente para que pudiera dormir mejor. Después se marchó decidido a dejar libre al omega.

Iwaizumi no le dijo nada a nadie, fingía no pensar más en Tooru aunque cada vez que llegaba a su hogar y comprobaba que en el no había el menor rastro del castaño, sufría por dentro al no tener ni siquiera una foto de él para recordarlo en medio del frío de su soledad.

Pero también sabía que era lo mejor, si lograba olvidar por completo a Tooru los estaría librando de su estúpida necedad de amar a alguien que jamás lo amaría y al que sólo lastimaba en su deseo de ser correspondido.

Iwaizumi quería olvidar a Tooru más no podía, no cuando aún lo buscaba entre las mujeres que llevaba con él a casa con la esperanza de encontrar en ellas algo que le recordara al irritante y soberbio omega que colapsó su vida desde el momento en que lo vio.

Pero todos sus esfuerzos parecían ser en vano, no podía avanzar porque el remordimiento hacia estragos en su mente, tanto que se decía que no merecía intentar seguir con su vida después de lo que le hizo a Tooru. Tristemente necesitaba beber más alcohol del acostumbrado para poder tolerar la compañía de esas mujeres extrañas con las que intentaba no dar marcha atrás a su decisión.

La alfa que esa noche le haría compañía a Hajime notó que el hombre estaba un poco disperso en sus pensamientos, así que decidió bajar a su entrepierna para hacer que le prestará atención. Después de todo se consideraba victoriosa por poder llegar tan lejos con aquel atractivo hombre que se encontró en el bar.

Lo único que le molestaba de Iwaizumi era la sortija de matrimonio que tenía en su mano, más se decía que seguramente el alfa no tenía problemas para pasar un buen rato a su lado, de lo contrario no habrían llegado tan lejos como para estar a punto de tener sexo.

Lo que la alfa no sabía era que Hajime conservaba su sortija pese a haber aceptado que todo había llegado a su fin, con la intención de no olvidar ni por un momento que estaba teniendo sexo con alguien que en verdad no le interesaba para forzarse a dejar en paz y de una buena vez por todas, al triste y consumido omega que escapó de él cuando no pudo más con su sufrimiento.

Hajime se colocó un condón antes de penetrar a su compañera y consideró la opción de hacerse una vasectomía, pues estaba seguro de que jamás querría tener hijos si no los tenía al lado de Tooru.

Con amargura se dijo que debía sacar de sus pensamientos cualquier cosa que involucrara al castaño y se concentró en disfrutar -o al menos intentar- del momento.

Así, mientras cerraba los ojos e ignoraba a su corazón llorando por dentro, siguió teniendo sexo con esa mujer que estaba a miles de años luz de darle el placer o el consuelo que sólo encontró en la piel de Tooru, ignoró que esa mujer no era lo que en verdad quería y necesitaba al mismo tiempo que se repetía una y otra vez, que debía olvidar dónde estaba Tooru, porque con Tooru estaba su alma y sin ellos no podía ni sabía vivir.












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