𝐩𝐫𝐞𝐜𝐢𝐨𝐮𝐬 | «𝐜» 𝐠𝐢𝐩

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—¡Ella se te estaba ofreciendo como toda una puta!

—¡Tú crees que todas las mujeres que me dirigen la palabra están ofreciéndose! ¡Dime si eso tiene algo de lógica!

—¡Bueno, si!

—¡Bueno, pues estas loca!

—¿Me llamaste loca? —dije totalmente ofendida.

—¡Así es como has estado actuando siempre que salimos!

—¡Ya deja de gritarme! —grité.

—¡Deja de gritarme tú!

—Bien.

Termino de estacionar el coche y salí rápidamente de éste para entrar a la casa hecha una furia.

—¡Lauren!

La escuché gritar mi nombre pero no me detuve.

Entré a la casa y me dirigí a nuestra habitación. Puse el pestillo cuando escuché sus pasos en las escaleras.

El pomo de la puerta fue sacudido y al ver que no abriría, comenzó a darle golpes a la puerta.

—Abre la puerta, Lauren.

—Vete, no quiero verte.

—Necesitamos hablar esto.

—Regresa con la rubia, tetas grandes.

—¡Sólo me pidió la hora! ¡Dios!

Suspiré una vez más.—Como sea, vete, quiero estar sola.

Después de unos segundos, escuché como bajaba los escalones.

Entré al baño y me puse frente al espejo.

Fijé la mirada en mis ojos, habían perdido el brillo que algún día tuvieron.

Mi cara era un asco.

Yo era un asco.

Mis mejillas eran el doble de grandes, pareciera que estaban hinchadas por alguna cita al odontólogo.

La piel debajo de mi barbilla se notaba cada vez más, día con día.

Bajando la mirada, veía mis brazos, grandes, gordos.

Ni siquiera quería seguir con el camino.

Agaché la mirada, mirando mis pies, después, los miraba a través del espejo. Mis muslos eran el doble de grandes, había aumentado cuatro tallas.

Es por eso que ella ya no me tocaba.

Es por eso que ella veía a todas esas mujeres en la calle.

Incluso ellas sabían que yo ya no era competencia.

Mientras todos esos pensamientos me invadían nuevamente, seguía subiendo la mirada a través de mi reflejo.

No pude retener más las lágrimas cuando mis ojos miraron lo que no quería ver; mi vientre, mi estómago, mi cintura.

Soy un asco.

Apoyé mi espalda en la pared y me deslicé lentamente hacia el suelo hasta terminar en él, abrazando mis piernas contra mi pecho. Llorando, una vez más, hasta quedar dormida en el frío suelo.

9:42 p.m.

Ya habían pasado unas horas desde que Lauren se encerró en nuestra habitación.

No bajo a cenar.

Normalmente nos reconciliábamos en la cena. Pero esta vez no fue así.

Había estado iniciando peleas por celos absurdos últimamente y con mucha frecuencia.

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