Los pasillos siempre emitían sonidos, las personas iban de allá para acá y de aquí para allá. Más de cien puertas se abrían y cerraban cada segundo, si existía una ciudad que no dormía también un laboratorio que no descansaba.
La corporación pagaba absurdas cantidades de dinero para mantener las instalaciones funcionando las veinticuatro horas del día. No existía el descanso, no cuando hay una guerra que se tiene que ganar.
El gobierno central de Criesnos no estaba dispuesto a perder otra guerra. Habían apostado todo al nuevo futuro, a la tecnología que movía el mundo y que estuvo a punto de acabar con el.
La profesora y especialista en tecno-neurosis, Camila Cabello, caminaba con expedientes apretados hacia su pecho en dirección a la habitación XF-01, en ella se llevaba a cabo el proyecto JL-96.
Sólo pocas personas tenían acceso al proyecto, a su información y al pasillo en el cual se encontraba la habitación donde se estaba llevando a cabo el proyecto, llevaba un siglo de desarrollo, no iban a confiar el trabajo de dos vidas a cualquiera. El proyecto ultrasecreto del gobierno de Criesnos sería el arma que les haría ganar la guerra.
—¿Qué harás exactamente en este proyecto? —preguntó su asistente.
—No puedo decirlo aquí, espera a que lleguemos ahí.
Ambas mujeres eran escoltadas por dieciséis hombres armados y el líder del proyecto; el profesor Guerrin.
—Con suerte, en un par de años seremos los líderes del orden mundial. No habrá ningún otro país que se nos compare o que se atreva a desafiarnos —decía Gerrin.
—¿Y así acabarán las guerras? —preguntó la profesora Camila.
—Así haríamos que haya menos guerras, profesora Camila. Las guerras son ineludibles, son causadas por los errores humanos y el ser humano vino al mundo a errar. Podemos prevenirlas, pero no evitarlas. Con suerte, cuando estemos al mando, habra otra guerra en al menos unos miles de años.
—Eso suena bien —fue lo único que respondió la profesora.
Llegaron a la puerta de un elevador y el profesor coloco la palma de su mano sobre un escaner, cuando su palma fue leída, y autorizada, las puertas metálicas se abrieron a los lados de manera horizontal.
—Los guardias esperarán aquí, el piso al que vamos es seguro — informó el profesor.
Él entró y Camila detrás de él. La asistente de Camila, Jane Hansen, hizo ademán de entrar detrás de Camila, pero el profesor la detuvo con su palma extendida en señal de alto.
—Ella no viene.
—Ella es mi asistente —respondió Camila—, es de confianza, ha trabajado conmigo toda la vida.
—He hecho un voto de silencio y discreción ante el proyecto, comprometiéndome con la ciencia y el gobierno, profesor, Guerrin. Soy totalmente profesional y confiable. No me atrevería a traicionar a la profesora Camila y mucho menos a mi país —dijo Hansen.
El profesor la miró por unos segundos, pensó que no tenía caso alguno negarle el acceso, seguramente ya estaría enterada de cierta información y no se iba a arriesgar a que fuera divulgada.
Una vez que los tres estaban en el elevador, las puertas se cerraron y el elevador comenzó a bajar... piso tras piso.
La profesora Camila se sintió curiosa porque dentro del elevador no había nada más que el foquillo de luz que les brindaba claridad. Pasaron dos minutos y el elevador se detuvo, abrió sus puertas y el pasillo frente a sus ojos parecía no tener fin.