⚠️ | Incesto.
El despertador de la mesilla marcaba las 2:34 a.m. y mis ojos no se cerrarían pronto.
Los ruidos en mi cabeza no iban a parar. No importaba cuánto lo intentará.
Hazlo. Hazlo. Hazlo.
No quería hacerlo de nuevo, no otra vez. Ya no podía soportarlo. La culpa me estaba matando y cada vez que me veo en el espejo siento asco.
Mi frente comienza a sudar con los pensamientos, mis manos aprietan las sabanas hasta que siento los huesos de mis nudillos rozar la piel del dorso. Cierro mis ojos, apretando con fuerza, intentando ahuyentar todas esas malas ideas. Paso las manos por mi rostro y sin pensarlo por más tiempo, me levanto de la cama.
Intento hacer el menor ruido posible al caminar hasta su habitación, nuestros padres están dormidos y no quiero despertarlos. Tampoco a ella.
Una vez que estoy frente a la puerta de su cuarto, tomo un par de respiraciones profundas, alentándome a seguir, ya estoy aquí, ya llegué hasta aquí, no me puedo acobardar en este punto.
Giro el pomo lenta y cuidadosamente. Una vez que puedo meter mi cabeza, entro por completo a la recamara. Cierro nuevamente y coloco el pestillo. Me paro frente a su cama y la observo unos segundos.
Luce tan hermosa.
Su rostro está hacia la ventana, donde se cuelan los rayos lunares que ilumina sus perfectas facciones. Sus labios rosas, su nariz, sus cejas, sus pómulos.
Una vez que he admirado su serenidad, me doy cuenta que la manta solo llega hasta sus caderas, duerme usando una pequeña blusa de tirantes que está subida hasta las costillas. No tiene puesto el sostén y sus pezones son notorios. Eso sólo me hace querer chuparlos y morderlos.
Su pecho sube y baja a una velocidad constante. Su abdomen está expuesto y mi lengua llora por querer saborear su ombligo.
Me acerco y rodeo la pequeña cama individual, levanto un poco la sabana y me recuesto a un lado de ella, con suma lentitud y cuidado para no despertarla.
En un movimiento involuntario, se gira, dándome la espalda. Aprovecho para hundir mi nariz en su cabello y aspirar su olor.
Su aroma hace que mi polla se sacuda, activa mis sentidos y hace pesar mis bolas.
Pongo una mano en su cadera, anhelando tocar su piel, acariciando hacia arriba, en su costado.
Sin perder más tiempo, acerco mi erección a su culo y, lentamente, comienzo mi tortura, que a la vez, es mi alivio. Me froto contra ella, buscando saciar mis deseos lujuriosos.
Cuando muevo mi mano un poco más arriba, con la intención de tomar su seno en mi palma, siento su mano posicionarse sobre la mía, deteniendo todo movimiento, incluyendo el de mis caderas.
—¿Camila?
Su voz sale en un susurro.
—Si, soy yo —respondo.
—Creí que ya no vendrías —dice.
No eres la única. Yo también creí eso.
—No podía estar sin ti más tiempo.
Ella se gira para estar de cara a mí. Me mira a los ojos y es cuando puedo verlo en los suyos —con ayuda de la luz de la luna—; deseo, ese que ha ido creciendo todos estos días que hemos intentado mantenernos alejadas, todo esa lujuria que se ha estado acumulando, se está desbordando ahora.
—Te he extrañado.
Demuestra la verdad de sus palabras y empuja suavemente mi hombro hasta que estoy completamente recostada en la cama. Se posiciona sobre mí, a horcajadas, y hace que su coño esté en contacto directo con mi doloroso bulto. Incluso a través de su pijama y la mía, puedo sentir su calor.