◇Capitulo:1◇

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La balada no fue de las mejores aquella noche. No compensó todo el
trabajo que tuve que hacer para poder salir a escondidas del Abuelo Steeven, que me prohibió una vez más salir durante la semana. Llegué a casa más temprano que de costumbre, alrededor de las cuatro de la mañana, loca por caer en la cama. Nubes pesadas cubrían la luna, dejando la casa muy sombría. Siempre encontré la mansión medio espeluznante al caer la noche, pero el abuelo la adoraba, tenía buenos recuerdos incrustados en las paredes de color crema.Para no llamar la atención, subí sigilosamente las escaleras del fondo que comunicaban la cocina con el piso superior, pero me obligaban a pasar por el corredor del cuarto de mi abuelo. Contuve la respiración, intentando hacer el mínimo ruido posible al pasar por la puerta blanca con detalles delicados. Mi esfuerzo fue inútil, claro.
—¡Kimberly! —llamó mi abuelo, en voz baja, pero siempre firme.
Suspiré pesadamente, aflojando los hombros antes de abrir la puerta y meter la cabeza a través de una brecha en el cuarto apenas iluminado por la luz de la lámpara.
El abuelo estaba sentado en la enorme cama, con un libro en las manos y el
rostro contrariado.
—¿Creíste que no notaría tu escapadita? ¿No crees que es un poco tarde para estar yendo a la cama? —Quiso saber el abuelo Steeven, observándome sobre sus gafas.
—Técnicamente es temprano, casi está amaneciendo...
—Entra, Kimberly —ordenó.
Gruñí, todo lo que quería era ir a la cama, en lo posible sin represalias. Sin embargo, sabía que el abuelo correría tras de mí hasta decirme lo que me quería decir. Era inútil tratar de escapar.Arrastrándome con valentía, como un condenado a la silla eléctrica, me senté a los pies de la cama.
—¿Dónde estabas? —preguntó con la frente arrugada y los cabellos grisáceos ligeramente despeinados
—Con Lily. Era su cumpleaños. —Lily era mi mejor amiga desde...bueno, desde que recordaba. Nos conocimos en el maternal y, después de que ella me salvó de un monstruo horrible en el jardincito de la escuela, nunca más nos separamos. Éramos inseparables.
—Claro. ¿Ella cuántos años tiene ahora? ¿Ciento tres? Porque en los últimos dos meses has ido por lo menos a ocho fiestas de cumpleaños de tu mejor amiga. ¡Mierda!
—¿Dije cumpleaños? Quise decir despedida de soltera.El abuelo suspiró.
—Kimberly, soy lo bastante viejo para saber cuando estás queriendo engañarme. —Cerró el libro con un movimiento brusco y se quitó las gafas de lectura—. No lo entiendo. Siempre te he dado todo, nunca te faltó nada. Creo que el problema fue exactamente ese, ¿no es así? Terminé mimándote demasiado. Eres una mujer adulta hace un tiempo. Tienes veinticuatro años, pero aún actúas como una adolescente irresponsable. ¿Cuándo asentarás cabeza, querida?
—Abuelo, yo...
—Estas no son horas de volver a casa, aún más un martes. ¿Ya te has dado
cuenta que pasas todas las noches y madrugadas en la calle, solo Dios sabe haciendo qué?
—No estaba haciendo nada malo. Nunca hago nada malo —me defendí.
Sus ojos azules, exactamente del color de los míos, se estrecharon, las
arrugas alrededor volvieron todo más amenazante.
—Necesité enviar tres abogados a Ámsterdam para sacarte de la cárcel. ¡Ámsterdam, Kimberly! —Enfatizó con un rostro duro—. ¡Dónde todo está permitido! Evidentemente, tenías que encontrar una forma de cambiar eso...
—¡Fue un mal entendido, ya te expliqué! —¿Nunca nadie me dejaría olvidar aquella historia? ¡Caramba! ¿Una chica no podía cometer un error de nada?
—Túnez. Bulgaria. —Continuó enumerando mis errores—. Aquella noche que terminaste en el hospital por causa de un coma etílico... ¿Fue todo un mal entendido?
—La prisión en Túnez ya te lo expliqué, fue abuso de autoridad. La de Bulgaria... —Suspiré, tratando de recordar lo que me había llevado a participar en aquel desfile. En ese momento, protestar desnuda con otras ochocientas personas pareció tan estupendo—. Vale, no tengo excusas para esa. Y me excedí un poco en la graduación de Lily, lo que es normal para alguien de mi edad. —Bajé los ojos hasta mirar las sábanas blancas.
—Nada de eso sucedió conmigo ni con tu padre o cualquier amigo suyo. No creo que sea normal. —Suspiró pesadamente—. Kimberly, no siempre estaré cerca para salvarte en los líos que te metes. Estoy viejo y no aguanto más verte jugando con tu vida. Algunas veces, me arrepiento de no haber escuchado a Clóvis. Debería haberte enviado a un colegio en Suiza. Tu padre y tu madre, que Dios los tenga en su gloria, deben estar remordiéndose de preocupación. Temo que, cuando me marche y deje todo por tu cuenta, termines sin nada, pasando hambre  y...Bla, bla, bla. Conocía bien ese sermón. Esperé que llegara a la parte en que sería enterrada como indigente y ni tendría derecho a un entierro cristiano, lo que me impediría ir al cielo para encontrar a mis padres y vivir feliz para siempre en el fastidio del Paraíso.
—Pasarás la eternidad vagando por allí. Un alma condenada. ¿Es eso lo que tú quieres?
—Vale, juro que mañana me quedaré en casa y haré algo bien aburrido —
prometí, deseando escapar lo más rápido posible para mi cama, a dos puertas de distancia.
—No quiero que te quedes en casa —apuntó—. Quiero que sientes cabeza y entiendas que la vida es mucho más que fiestas y chicos.Dudaba mucho de eso.
—Lo que tú necesitas es un buen hombre a tu lado. Alguien que te muestre el verdadero sentido de la vida, necesitas un marido. —Ahí vamos otra vez, pensé desanimada—. Si te enamoraras de verdad de un buen hombre, un hombre digno,
de carácter, y consiguieras mantener esa relación hasta llevarlo al altar, eso significaría que finalmente maduraste.
—Está bien, abuelo. Voy a ponerme a ello, pero sin marido en esta historia, ¿vale? Ahora descansa un poco. Es tarde, te despiertas muy temprano. ¿Has tenido ese dolor de cabeza otra vez? —pregunté, intentando cambiar el foco de la conversación.Lo negó.
—No. Pero tú me quitas el sueño, Kimberly.
—Discúlpame —dije sinceramente. No me gustaba preocupar al abuelo. Él
era todo lo que yo tenía; mi familia entera se resumía en aquel hombre de setenta y dos años, dueño de un buen humor extraño y de la sonrisa más carismática que conocía—. No necesitabas esperarme despierto.
—No conseguí dormir. Aproveché para leer un poco. —Volvió a abrir el
libro y colocó las gafas sobre la nariz recta.Respiré aliviada. Lo peor había pasado.
—¿Todavía no memorizaste ese libro? —bromeé—. ¡Lo lees tres veces por año!
—Hay mucho que aprender con Sun Tzu, querida. Deberías leerlo. Este libro contiene estrategias que pueden ser aplicadas en todos los aspectos de la vida. Puede ayudar en un momento de dificultad.
—Cierto. Cuando esté en guerra con alguien, lo leeré. Pero, abuelo, estuve pensando sobre tus dolores de cabeza. Has tenido muchos últimamente. Y puedo apostar que me ocultaste otros tantos. Son cada vez más frecuentes, ¿no es así? ¿No crees que es mejor ir a la clínica para hacerte algunos exámenes?
—Ya fui, no te preocupes. Es solo una jaqueca. ¿Quieres adivinar la causa?
—Levantó una ceja, pero estaba sonriendo.Puse cara seria, cruzando los brazos sobre el pecho.El abuelo rio. Adoraba su risa. Era tan rica y fuerte como un abrazo y me desarmó completamente.
—Buenas noches, abuelo. —Me levanté y besé su frente.
—Buenas noches, querida. Por favor, trata de escucharme, por lo menos esta vez...
Asentí y rápidamente alcancé la puerta, pero, cuando mis dedos tocaron la manilla, un rayo rasgó el cielo, anunciando una tormenta que se aproximaba. Me congelé.
—Ayyy... creo que dormiré aquí contigo, abuelo. Puede que precises alguna cosa en medio de la noche.
—¿Por qué precisaría alguna cosa? —preguntó burlón, mirando por la ventana.
Un fuerte relámpago clareó todo el cuarto. Corrí para la cama y me metí
bajo las sábanas.
—¡Nunca se sabe! Me quedaré aquí solo por si a caso —dije, encogiéndome como una bola.
—Tienes razón. Puedo precisar alguna cosa. —Colocó el libro sobre la
mesilla de noche, guardó las gafas y me extendió la mano. Se la tomé sin
pestañear—. Parece que va a caer el mundo. Puedo tener miedo.
—Ajá... —murmuré, contrayéndome y apretando los ojos cuando otro
estruendo rebotó por las paredes del cuarto.
—Va a estar todo bien, querida —dijo, envolviéndome con su brazo—. El abuelo está aquí.
—No tengo miedo, lo sabes —aclaré.
—Sé que no. —Mostró su sonrisa llena de arrugas, que calentaba mi
corazón y me hacía sentir segura y protegida—. Pero sabes... extraño esto. Cuando eras pequeña, tenía casi que echarte de mi cama todas las noches.
—Lo recuerdo. Pero no era miedo. Era... tu colchón siempre fue más suave que el mío.
Se rió, amortiguando un poco el murmullo furioso de la tormenta que ahora caía fuerte allí afuera.
—Ah, Kimberly, mi pequeña princesa. ¿Qué habría sido de este viejo sin ti y tus locas historias durante todos estos años?
—¡Tú no eres viejo! ¡Eres experimentado! Y tu vida sería... —Me encogí cuando un rayo pareció cortar el cuarto a la mitad—: más tranquila si fuera una nieta más madura.
—Sí, pero no serías tú. Te amo de la manera que eres. Solo me gustaría que fueras más prudente y responsable. —Me besó en la cabeza—. Quítate los zapatos o mañana estarás dolorida.
Obedecí. El abuelo permaneció a mi lado, con el brazo protectoramente a
mí alrededor, hasta que los ruidos se fueron apagando. Comencé a relajarme. Me dormí enseguida.
Poco después, al menos fue lo que me pareció, mi teléfono sonó, despertándome. Todavía lo tenía en el bolsillo de mis jeans.
—Seas quien seas, eres una persona muerta —me quejé.
—¿Dónde estás que aún no llegaste a la galería? —Breno, mi jefe hace
cuatro meses, exigió saber. Está bien, él hasta podría ser el dueño de la galería, pero eso no lo hacía mi jefe, ya que lo que yo hacía en la Galería Renoir no era bien un trabajo.
—Estoy enferma. Un virus. Muy contagioso. Altamente contagioso —
mentí, queriendo desesperadamente volver al delicioso sueño en que Ian
Somerhalder1 me perseguía para llenarme de mordidas vampíricas. Humm...
Breno suspiró.
—Tienes diez minutos para estar aquí. O llamo a tu abuelo y le cuento que
no trabajas un día entero hace más de una semana.
¡Argh! Odiaba a Breno. Principalmente su horrible manía de contar todo lo que yo hacía, o no hacía como era el caso, al abuelo Steeven.
—Está bien, no necesitas amenazarme. ¡Estoy yendo! —No quería molestar al abuelo otra vez. Y sabía que era muy probable que a él no le gustaría saber que no estaba yendo al trabajo por ir al cine o al parque municipal.
¡Trabajar en el anticuario Galería Renoir! Tiene un pésimo nombre; yo habría elegido algo como Cementerio de Usados o Mercado de Pulgas, ya que algunas piezas eran solo basura de gente muerta; había algunas realmente buenas, pero eran pocas y... ¡era un asco! Estaba allí, diciéndole a unos pocos clientes que raramente entraban las piezas deberían comprar, cuales no valían la pena, lo que combinaba con que, ese tipo de cosas. Claro que solo me postulé al puesto porque el abuelo me obligó a encontrar un empleo después de mi último viaje a Holanda.
Él no se tragó mucho mi historia en la cárcel, totalmente injusta, ya que no
sabía que no podía estar apasionada en la calle, al final estábamos en Ámsterdam, donde todo está permitido. Aparentemente, casi tener sexo en un callejón lo suficientemente oscuro no lo está. Ahora lo sé.Odiaba la galería casi tanto como odiaba el gimnasio. Aunque Breno, un nerd extraño con un cuerpazo, cabellos negros y ondulados, una sonrisa bonita en el rostro cuadrado, fuera muy bueno en conseguirme el empleo. Cursamos juntos en la facultad de artes, y desde esa época estaba enamorado de Lily. Ella no lo retribuía, pero sentía que alguna cosa había entre ellos, aunque nunca hubiesen salido juntos.
Gracias a él, tuve la disculpa perfecta cuando el abuelo Steeven me cuestionó por qué no trabajaba en una de sus miles de empresas.
Simple. El abuelo podría vigilarme de cerca. Y eso no era nada bueno.
El abuelo Steeven era uno de los hombres más ricos de la revista Forbes. Lily bromeaba que el setenta por ciento de la planta era agua, quince de los simples mortales y los otros quince pertenecían al abuelo Narciso. Exageraciones aparte, el patrimonio de mi abuelo era incalculable. Y aún así él se mantenía activo, trabajando. O en una de las oficinas, o planificando en la biblioteca de la mansión, conectado a las empresas del Conglomerado Jones .No tenía mucho de qué quejarme. A pesar de haber perdido a mis padres cuando era una niña, mi abuelo nunca dejó que algo me faltara, principalmente amor. Era por eso que me estaba arrastrando de su cuarto para mi baño esa mañana. No quería decepcionarlo dos veces en menos de doce horas.
El abuelo Steeven, como de costumbre, se había levantado al amanecer. No lo vi cuando bajé las escaleras corriendo. Mi cabeza estaba zumbando, todavía con sueño, pero me obligué a coger mi cupé del espacioso garaje y conducir los diez kilómetros hasta el centro de la ciudad, donde quedaba la galería.
—Para ser una chica rica, pareces una indigente —se quejó Breno al verme.
Miré hacia abajo y noté que tenía la camiseta del revés.
—Es la nueva moda en Budapest. Sabrías eso si viajaras más —retruqué, tirándome en una silla del siglo XVIII extremadamente incómoda.
—Inventas demasiadas historias, Kimberly. No soy tu abuelo para caer en ellas.
—Él tampoco cae. Pero no cuesta intentarlo —Me encogí de hombros—. ¿Y tú crees que habría alguna diferencia si me vistiera como una muñeca? Nadie entra en esta pocilga.
Como para contrariarme, la puerta se abrió y una señora exageradamente maquillada miró alrededor, con desdén, para los objetos del anticuario. Breno me lanzó una mirada exasperada.
—Vete a arreglar esa blusa y vuelve para hacer tu trabajo. Estoy sin paciencia hoy.
—Como quieras, jefecito.
Después de entrar al minúsculo baño, arreglar la blusa y ponerme un poco de maquillaje en la tentativa de esconder las ojeras por la falta de sueño, volví al salón de cosas antiguas. Tan antiguas como la señora que observaba una mesa de centro del siglo XIX.
—¿Puedo ayudarle? —me ofrecí, ya que Breno estaba al teléfono.
—No sé. Estoy buscando un jarrón Ming.
—Ah, tenemos uno en perfecto estado de conservación. Tiene solo un
mínimo saltado en el lateral. Se lo enseñaré. —Caminé por el laberinto que olía a sótano, seguida de cerca por la mujer de cabellos cortos con permanente, lo que la dejaba parecida a un poodle gris—. ¡Aquí está! Un jarrón legítimo de la dinastía Ming, confeccionado alrededor del 1370. Una verdadera rareza.
Su rostro levemente arrugado se transformó un poco mientras evaluaba el jarrón.
—¿Pero es realmente legítimo? ¿Tiene algún certificado?
—Solo trabajamos con productos legítimos, señora —le dije ofendida.
—¿Sí? ¿Y cuánto cuesta esa silla de allí? —Señaló para una silla reclinable de madera oscura—. Está escrito "El Rey estuvo aquí". ¡Mierda!
—Elvis Presley. ¡El Rey! —mentí, con más entusiasmo del necesario.
—Pero está en portugués —respondió, desconfiada.
—Sí, esa pieza es de aquella vez que Elvis vino a Brasil a grabar una película. Una pena que murió antes de terminarla. —Sacudí la cabeza—. Esa sí que es una verdadera rareza. No hay otra de esas a la venta.
—¿Es verdad? ¡No lo sabía! —Miró dudando la pieza—. Nunca supe que Elvis estuvo en Brasil.
—Fue todo muy sigiloso, sabe cómo es... El hombre no tenía mucha
privacidad para nada.
—¿Él se sentó realmente en esa silla? —Pasó los dedos por la madera, y un brillo inocultable de satisfacción surgió en sus castaños ojos. —¿Si se sentó? —Puse los ojos en blanco—. ¡Él prácticamente dormía en esa silla, de tanto que le gustaba! Quiso hasta llevarla a Graceland, pero tuvo un problemita en la aduana. —Me estiré un poco y susurré en tono conspiratorio—.Narcóticos.
—¡Ah! ¡Eso es tan Elvis! Lo amaba tanto en la adolescencia...
Aproveché mi oportunidad y asesté el golpe final.
—Es un verdadero pecado vender esa silla por tan poco. Quiero decir, ¡el rey se sentó en ella! Eso hace a esta pieza elegante y atemporal, que quedaría bien en cualquier ambiente.¡prácticamente un trono real!
Los ojos de la mujer se encendieron.
—¿Puedo sentarme en ella un instante? —preguntó.
—Por supuesto.
—Kimberly—llamó Breno, con cara de pocos amigos.
—Con permiso —le dije a la mujer, que se acomodó en la silla de madera barata con una sonrisa jubilosa en su redondo rostro. Algunas personas piden para ser engañadas...
La dejé cómoda en la falsificación barata de la silla que realmente pertenecía a Elvis y que Breno había comprado por internet pagando casi nada, con la intención de llevarla a su casa, claro, él no era muy normal. Pero vivía con la hermana (lo que solo reforzaba mi opinión de lo extraño que era), y ella no permitió que esa cosa horrorosa formara parte de la decoración. Por ese motivo, la silla yacía allí, al lado de otras piezas alarmantes.
—¿Qué te he dicho sobre engañar a los clientes? —Breno suspiró exasperado.
—Que está mal, pero esa regla entra en conflicto con otra. Aquella que dice: "tengo que vender todo lo que está en esta tienda" —señalé—. Solo estoy haciendo mi trabajo.
—¿En qué estaba pensando cuando te ofrecí el empleo? —Negó—. ¿Podría haber estado borracho?
—Ah, Breno, ¿cuál es? Yo... —mi teléfono sonó—. Ah, disculpa. Necesito atender.
—Está bien —dijo él—. Le explicaré a esa señora que hubo un mal entendido y luego vamos a conversar otra vez sobre las reglas de ventas.
Atendí la llamada.
—Kimberly, soy Clóvis —dijo con prisa el abogado de confianza de mi abuelo—. El señor Steeven acaba de ser internado.
—¿Internado? Es aquella jaqueca otra vez... ¿Qué es? ¿Cómo está? — pregunté por fin.
—Él está en la UTI (Unidad De Terapia Intensiva) ¿Puedes venir ahora?
—¿UTI? Pero... ¿P-por qué el abuelo está en la UTI? —Mi corazón comenzó a latir enloquecido. UTI no era bueno. Nada bueno.
—Por favor, Alicia, apresúrate. Te explicaré todo cuando llegues.
—V-vale —No me gustó el tono urgente en su voz. Un escalofrío recorrió mi columna.
Clóvis me esperaba en el corredor terroríficamente largo y blanco del hospital. Su rostro abatido demostraba desesperación. Me detuve inmediatamente.
—¿Mi abuelo se pondrá bien, no, Clóvis? —Él tenía que estar bien. Siempre estaba bien.
Sus labios se apretaron, transformándose en una pálida línea fina. Retrocedí un paso.
—Se pondrá bien, ¿no es así? —Repetí, apoyándome en la pared fría.
—Kimberly... tu abuelo descubrió hace un tiempo que tenía un... aneurisma cerebral —dijo, como si eso tuviese algún sentido—. Era demasiado grande. Inoperable, desgraciadamente. Hoy a la mañana se desmayó y fue traído inconsciente al hospital. El equipo médico hizo lo que pudo para salvar al señor Steeven, pero...
—¿Qué estás queriendo decir? —Mi pecho subía y bajaba demasiado rápido. El vértigo me impidió salir corriendo con las manos en los oídos para no escuchar lo que él tenía para decirme. Sin embargo, yo sabía lo que vendría. Claro que lo sabía. Ya había estado en esta posición antes, de pronto, tenía cinco años otra vez, pero esta vez el abuelo no estaba a mi lado, colocándome en su regazo y diciéndome que lo solucionaríamos, que de alguna forma todo estaría bien.
Clóvis retiró las grandes gafas de su redondo rostro y frotó sus ojos.
—Lo siento mucho, Kimberly. No había nada que hacer para salv...
—¡NO! —El grito explotó en mi garganta antes que pudiera ni siquiera parpadear. El dolor era tan intenso que adormeció mis miembros. Un vacío ocupó el lugar donde antes estaba mi corazón—. ¡No! ¡Él no puede hacer eso! ¡No puedo perder al abuelo también! Él necesita estar conmigo. ¡Yo solo tengo a mi abuelo, Clóvis! ¡Solo a él!
—Lo siento mucho, querida. Necesitas ser fuerte ahora. —Brazos rollizos y
gentiles me envolvieron, pero luché furiosamente contra ellos. No necesitaba ser consolada. Necesitaba de mi abuelo a mi lado.
—¡Suéltame! Necesito hablar con mi abuelo. ¡Quiero ver a mi abuelo! Él no puede dejarme. Simplemente no puede... dejarme aquí.
Pero él pudo. Esa mañana, me dejó.

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Hola ! Quería decirles que espero que les aya gustado y comenten que días quieren que publique los capítulos.
Y si alguna sabe hacer portas que se comunique conmigo.

Muchas gracias!! Besotes 😙

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