◇Capitulo: 6◇

269 10 0
                                    

Llegué exhausta a casa de Lily. Joyce me obligaba a archivar un millón de
contratos idiotas. No estaba segura si había guardado todo en el lugar correcto, pero, como no había nadie en el archivo para enseñarme, o delatar, hice lo que pude. Lily ya estaba en casa, y Ana preparaba enchiladas de pollo. La casa sencilla, con solo dos habitaciones, pero cálida, llena de vida. Lo opuesto a lo que
se había transformado la mansión. Pasaba más tiempo en casa de ellas que en la mía y tenía una pila considerable de ropa en el cuarto de mi amiga. No me gustaba invadir su privacidad de esta manera, pero en aquel momento no tenía muchas
alternativas.
Lily sin embargo, había pensado en una.
—Hablé con Boris, él resuelve los problemas jurídicos de mi contable. Buen tipo —explicó, echándose en el sofá de la sala pequeña, pero muy bien decorada—. Él dijo que si alegas por la salud mental de tu abuelo, tal vez se pueda anular el testamento.
—Clóvis dijo que no puedo alegar el testamento —le recordé.
—Lo sé. Pero alegarías a tu abuelo, no al testamento —sonrió, colocando
los pies en el sofá y abrazando sus piernas—. Es una manera de burlar la ley, ¿entiendes?
Hummm… Tener de vuelta mi casa, un poco de dinero y nada de levantarse temprano. Pero eso implicaría denigrar la imagen de mi abuelo Narciso, casi tan inmaculada como la Virgen María. Ni yo sería capaz de caer tan bajo.
—Ok Lily —respondí desanimada—. Pero creo que no puedo hacer eso.
No quiero transformar a mi abuelo en un loco. Seguiré tratando de continuar hasta que aparezca una nueva idea.
Ella suspiró.
—Imaginé que no serías capaz, pero no puedes ignorar esa posibilidad en
caso que… las cosas empeoren.
Me reí, sin nada de humor.
—¿Cómo podrán estar peor de lo que ya están? ¡Es imposible!
—¿Qué pretendes hacer, entonces?
—Tomar un baño y después calle —respondí. Lily sonrió, totalmente a
favor de mi plan—. Estoy cansada de esta vida llena de reglas. Necesito salir y olvidar la vida de criada. Mi dinero se está acabando, y tengo que comprarme ropa más correcta. Quizás así alguien me respete en esa empresa. Hoy escuché decir que
cobraremos el salario en estos días. Bien a tiempo o tendré que pedir dinero prestado.
Ella rió.
—¡Bienvenida al mundo de los pobres!
—Tú no eres pobre, Lily. Eres nutricionista y tienes tu propia clínica.
—Recién formada y casi sin ningún cliente que pague con dinero en
efectivo. ¡Lo que esos planes de salud pagan es una vergüenza! —Reclamó—. Y cualquiera de nosotros es pobre comparado contigo… por lo menos a lo que tenías antes de morir tu abuelo.
Tomé un baño rápido y me vestí con unos jeans oscuros y una blusa blanca con delicados bordados que había comprado en el Mercado Central de Riga cuando pasé por Letonia de camino a Oslo. Y ahora contaba monedas para comprar una cerveza nacional que probablemente estará caliente. Era el fin de la línea…
Producidas y ansiosas, Lily y yo entramos en la primera local nocturno que encontramos, y el ambiente oscuro y nuboso, pero vibrante, era estimulante. Tomamos varias. Tenía muchos motivos para beber. Uno de ellos era ahogar la
rabia que me dominaba por estar oficial y completamente huérfana desde hacía treinta días.
De todas formas, no me sentí mejor.
—¿Vamos? —Lily sugirió, ya entrada la madrugada—. Mi estómago está
muy revuelto. Creo que las enchiladas no me cayeron bien.
—Probablemente fueron las siete dosis de tequila lo que no te ha caído bien
—señalé. Más cansada de lo que me había dado cuenta, o tal vez fuese el alcohol que dejó mis miembros tan pesados, terminé concordando en irnos a casa. Mi dinero se había acabado de cualquier manera—. Despertar de madrugada no está
siendo fácil.
—Siete de la mañana no es madrugada, Kim.
—Depende del punto de vista.
—¡Ey! ¿Kimberly? —llamó una chica.
Giré y vi dos caras viniendo en nuestra dirección.
Ah, no era una chica. Era Rodrigo.
—¡Hola! Tanto tiempo —comenté, escondiendo la insatisfacción por tener que conversar con el hombre que hace pocos meses atrás había prescindido con poca sutileza. Me preparé para la venganza.
—Estuve viajando —dijo él—. Me enteré lo de tu abuelo. Lo siento mucho.
—Ahh… Gracias, Rodrigo —quedé sorprendida con su atención y traté de parecer amable—. ¿Por dónde has estado? ¿Algún lugar agradable?
—Ah, recorrí el mundo. Comencé por…
Lily sonrió un poco para el amigo de Rodrigo mientras éste describía toda
la ruta que hizo en su último viaje por América Central. Era hasta lindo con los cabellos rizados, un cuerpo bueno y carita de bebé. Salimos dos o tres veces, pero nunca pasamos de las preliminares. El gran problema era su voz, casi tan fina como la de una niña. Honestamente, no daba para encarar.
A no ser, claro, que cerrara la boca.
Algo que no parecía ser capaz de hacer.
—Lindo —dije cuando se detuvo para tomar aliento—. Fue genial volver a
verte, pero me estaba yendo a casa. Nos vemos.
—Ah, quédate, vamos a beber algo. No conversamos hace tanto tiempo…
Miré a Lily, que apenas encogió sus hombros.
—Yo pago —él insistió.
Bueno, ¿qué tenía que perder?
—Kim, despierta —llamó Lily, sacudiéndome bruscamente.
—Quiero dormir —murmuré, enterrando la cabeza debajo de la almohada.
—Tenemos que ir a casa a cambiarnos de ropa e ir al trabajo. ¡Por amor de
Dios, levántate, mujer!
—Estoy en casa —giré sobre mi estómago cuando me quitó la almohada de mi cara.
—No lo estás. Rodrigo está en el baño y Fabio está desmayado en la otra
habitación. ¡Vamos a salir ahora!
—¿Quién es Fabio? —murmuré somnolienta.
—El amigo de Rodrigo, que por cierto es el dueño de la cama donde tú estás ahora —ella tiró de la sábana.
—¿Ro-Rodrigo? —Abrí los ojos y me senté en un instante, completamente
despierta. Miré hacia abajo. Mi ropa se había evaporado—. ¡Ah, Dios! ¡No!
—Fue exactamente eso lo que quise gritar cuando vi a Fabio todo desnudo a mi lado en la otra habitación —arrojó mi ropa sobre la cama—. ¡Y fue malo! ¡Muy malo! No quiero tener que fingir que recuerdo algo. ¡Entonces nos vamos ahora!
—¡Ay mi Dios! ¿Yo y Rodrigo? —Aquella voz fina en mi oído, los gemidos de chica…—. ¡Eca!
—La próxima vez vamos a prescindir del absenta, ¿ok? —Sugirió ella,
buscando mis zapatos.
—Ok —me puse de pie y en tres segundos estaba vestida, saliendo
sigilosamente del apartamento ordenadito de Fabio y Rodrigo con los zapatos en las manos.
En cuanto alcanzamos la calle, me di cuenta que faltaba alguna cosa.
—Ehh… ¿dónde está mi auto?
—¡Kim! ¿No lo recuerdas? —Lily parecía frustrada, golpeando los tacones finos en la calzada llena de baches.
—¿Debería? —Mi cabeza comenzó a latir. Algo en mi estómago se agitaba
ferozmente, mi boca estaba seca y creí que vomitaría en cualquier momento.
¡Malditas enchiladas!
—Dejamos tu auto en el estacionamiento cerca de la balada. Vinimos aquí en el auto de Rodrigo. No estabas en condiciones de conducir ni un carrito de
supermercado.
Me detuve, empujándola bruscamente.
—¿Tú estabas sobria? ¿Estabas consciente cuando me viste con Rodrigo? —pregunté ofendida.
—¡No! ¡Claro que no! Quiero decir, no estaba tan loca como tú, pero estaba
bien arriba. Tú bebiste todas…
—¡No lo digas! —Continuamos caminando, alejándonos del edificio de ellos lo más rápido posible—. ¿Hice algún espectáculo vergonzoso?
Ella se mordió el labio.
¡Ah, mierda!
—Te subiste a la barra del bar y comenzaste a bailar como una stripper.
—¡No! —gemí.
—Relájate. No te quitaste la ropa esta vez, pero comiste aquellos cacahuetes repugnantes que están en la barra, donde todo el mundo mete mano.
—¿Por qué me dejaste hacer eso? —pregunté horrorizada.
—Porque yo también comí —suspiró derrotada—. ¿Crees que realmente que si hubiera estado en condiciones habría dejado que aquello se acercara a mi boca?
—¿Eran tan repugnantes? —La náusea aumentó.
—¡Ah, no! El cacahuete estaba bueno. Estaba hablando de Fabio. No puedo
creer que yo… ¡Argh! ¡Él tiene novia! Tiene una foto de los dos al lado de la cama.
¿Pero él me contó eso anoche? ¡No, claro que no! —Ella se cubrió los ojos con una de las manos—. Este día está lo bastante arruinado. Busquemos un taxi.
—¿Cómo? ¡Estoy sin dinero!
Ella miró su bolso y torció su nariz.
—Esto no alcanza para nada —entonces me lanzó una mirada piadosa—. Tendremos que coger el autobús. Disculpa.
—Para con eso, Lily —reclamé—. He cogido el autobús muchas veces.
—Esto no es Oslo, Kim.
No entendí bien lo que quiso decir hasta entrar al autobús lleno y ser
literalmente aplastada por todos lados. No había un único espacio libre, ni en el corredor. Nos quedamos de pie, presionadas por las personas alrededor. En cada frenada brusca, era empujada hacia el frente y luego rebotaba hacia atrás, donde un
hombre barbudo sonreía satisfecho, mostrando un diente dorado,mientras tocaba mi cintura. Y eso no era lo peor. Su olor era nauseabundo. No estaba segura si el olor venía de aquel hombre, ya que era demasiado temprano para que alguien hubiera sudado tanto.
Aguantando la respiración y tratando de contener las náuseas, soporté el
viaje, repartiendo codazos para todos lados. Conseguí un poco de espacio,
suficiente para ver la primera página del periódico, en manos de un señor sentado a pocos centímetros.
—¡Ah, qué diablos!
—¿Qué pasó? —preguntó Lily.
Apenas señalé al periódico, que estampaba una foto: yo sobre la barra, ¡por amor de Dios!. Seguida de letras inmensas:
PRINCESA DEL CONGLOMERADO LIMA ATRAPADA EN UNA
NOCHE MAS DE BORRACHERA”.
Cuarenta minutos después, bajamos a dos manzanas de la casa de Lily.
Examiné mi cuerpo y agradecí al cielo por estar entera, pero el olor del barbudo se había impregnado en mí. Lily voló al baño en cuanto llegamos. Esperé mi turno impaciente. Ana me recibió con un buenos días y un sermón por haber pasado la noche fuera durante la semana y sin avisarle. De una manera enferma, fue reconfortante. En cuanto Lily ocupó mi lugar delante de la furiosa Ana, corrí hacia el baño, demorado y revigorizante, intentando librarme del ajeno olor nauseabundo.
—Me marcho —anunció Lily—. ¿Quieres que te lleve?
Todavía estaba con el cabello empapado y sin maquillaje.
—¡Ah, quiero! Ni pienso entrar otra vez en eso. ¡No! —No pretendía repetir tan rápido la experiencia con el transporte público.
Tragué dos analgésicos y un antiácido y corrí para el auto. Lily condujo
como una loca por el caótico tránsito. Yo todavía trataba de arreglar mi cabello con los dedos cuando ella se detuvo en frente de J&J Cosméticos.
—Más tarde te busco e iremos a rescatar tu auto. Pásate alguna cosa en esa cara que está medio verde.
—Me siento verde —objeté—. ¡Follé con Rodrigo! ¡Puaj!
—Estás carente. Escuchó pacientemente todos tus lamentos y te consoló cuando comenzaste a llorar. —Recordaba vagamente algo de eso. Parpadeé, sin querer revivir esa escena embarazosa. Lily continuó—: Yo soy la que no tengo excusas, como siempre estaba borracha. ¡Ahora corre! —Ordenó, dándome un beso sonoro en la mejilla.
Obedecí, sabiendo que me estaba retrasando. Llamé el ascensor al mismo tiempo que intentaba aplicar máscara de pestañas, pero el artefacto de metal se detenía de piso en piso, de modo que, cuando terminé de maquillarme, decidí subir por las escaleras, al final siete pisos no eran gran cosa. Al principio, subí de dos en dos los escalones, pero en el segundo piso ya estaba exhausta. Hacer ejercicios nunca fue mi fuerte y, después de la cantidad de alcohol que había ingerido la noche anterior, mi organismo estaba más lento. En mitad del tercer piso, tropecé con algo grande y me desparramé por los escalones.
—¡Caramba! —exclamó alguien.
Traté de librarme de las piernas largas y fuertes envueltas en las mías.
—¡Justin!
—¿Tú nunca miras por dónde vas? —preguntó confundido, ayudándome a ponerme de pie.
—¿No se te ha ocurrido que la escalera no es el mejor lugar para estar sentado descansando? —Me enderecé un poco, apartándome de sus manos calientes. Mi codo comenzó a arder.
—No estaba descansando. Estaba… pensando —dijo, encogiéndose de
hombros.
—Lugar ideal para eso. ¡Ay, diablos! —murmuré cuando vi un poco de
sangre que salía de mi brazo hacia mi inmaculada camisa blanca.
—¿Te has hecho daño? —preguntó con una voz suave que casi no reconocí.
—No es nada. Es solo un rasguño.
—Déjame ver eso —pidió, ignorando lo que había dicho.
—¿Ahora eres médico?
—Déjame ver, Kimberly —y sin esperar se apoderó de mi brazo, girándolo para observar la herida al rojo vivo y goteando en el codo. No sé bien si yo estaba demasiado fría o si Justin estaba muy caliente, pero los puntos donde sus dedos tocaron me quemaban. Me sorprendió al retirar un pañuelo blanco del bolsillo de
su pantalón y presionarlo contra mi codo palpitante—. Es mejor lavar la herida. Está sucia, puede infectarse.
—¿Aún usas pañuelos de tela? ¿De qué siglo has salido? —Indagué para
distraerme de la súbita sutileza en su rostro.
—Nunca se sabe cuándo puede ocurrir una emergencia —sonrió. Por un momento, me sentí completamente tonta. Me quedé mirando su boca atónita. Era la primera vez que le veía sonreír tan relajado y desprovisto de ironía. Era toda una experiencia—. ¿Está siendo útil, no?
—Eres… extraño.
Él rió.
Me quedé observando mientras el mundo desaceleraba con el sonido de su risa cálida y rica. Terminé sonriendo en respuesta. ¡Qué cosa más idiota de hacer!
—¿Acostumbras atropellar a las personas de esa manera? Es la segunda vez que pasaste por mi lado como un tractor. Estoy pensando en denunciarte a las autoridades competentes —bromeó.
Allí estaba el Justin que aún no conocía. Que tenía buen humor y sonreía y cuidaba de mi brazo lastimado. Mi estómago se retorció furiosamente, y deseé que el viejo Justin apareciera para que él se aquietase.
—Algunas veces —respondí, un poco aturdida—. ¿Qué estabas haciendo
aquí?
Él se retrajo un poco. La sonrisa abandonó sus labios.
—Pensando, ya te dije —y allí estaba el viejo Justin otra vez. ¡Gracias a Dios!
—¿Estás con problemas? —Presioné—. ¿Yo… puedo ayudarte… en algo?
—¿Tú estás dispuesta a ayudarme? —preguntó, con algo extraño brillando
en sus ojos.
—Bueno… —me encogí de hombros—. Si puedo hacer alguna cosa para
quitar esa expresión de dolor de estómago de tu cara, estaré feliz.
Él continuó mirándome.
—¿Por qué?
—No lo sé. Me gusta la gente sonriendo, creo. ¿Pero necesitas ayuda o no?
Una pequeña sonrisa intentó curvar los bordes de sus labios.
—Yo… tengo la impresión que has llegado tarde.
—¡Caramba, es cierto! Intento llegar puntual, pero, hombre, no es fácil,
gracias por… ahh… —señalé el pañuelo con la cabeza.
Él asintió.
—A disposición.

Se Busca Marido (Jb)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora