◇Capitulo: 32◇

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En cuanto llegué a la J&J aquella mañana, noté miradas diferentes. No había más hostilidad en ellas, y hasta vi algunas sonrisas tímidas e inclinaciones de cabeza. Extraño, ya que nadie me hablaba, sonreía o saludaba sin que fuese estrictamente necesario.
—¿Justin, tengo algo en mi cara? —pregunté mientras seguíamos por el corredor en dirección a nuestro sector.
Él examinó mi rostro atentamente.
—No.
—Hmm…
Él no pareció notar la diferencia en el ambiente. En realidad, no notaba mucho en mí desde la noche anterior. Como esperaba, él estaba más distante que nunca. Por la mañana, actuó como todos los días, colaborador y educado, como si nada hubiera sucedido entre nosotros y el sofá. Ni sombra del hombre apasionado que me besara con tanta pasión diez horas antes. Tendría que cavar hondo si quisiera traerlo de regreso.
—Hola, Kimberly. Estaba pensando si tú… quieres almorzar conmigo —una oriental bajita de mirada distante, que nunca había hablado conmigo antes, me invitó, pareciendo nerviosa. Era una de las secretarias del segundo piso.
—Ahh… Yo… ¿Cómo es tu nombre? —pregunté.
—Amaya —sonrió, sin gracia—. Disculpa no haberme presentado antes.
—Tranquila. Hummm… Está bien. Vamos a almorzar, sí.
—¡Genial! —ella sonrió y continuó su camino.
Miré a Justin, que finalmente notó la diferencia.
—¿Extraño, no crees? —señalé a la muchacha con la cabeza.
—Quizás —dijo, pensativo—. Parece que has conseguido romper el hielo.
—¿Pero cómo? No hice nada diferente en los últimos días.
—Quien sabe si finalmente vieron quien eres de verdad —levantó los hombros.
—Lo dudo mucho.
Diversas personas me invitaron a sentarme con ellas durante el almuerzo, para conocernos mejor, para saber más sobre mí, para darme consejos de como pasar ilesa por RH en caso que llegara tarde otra vez. Era como si, de la nada, todos hubieran olvidado el rechazo gratuito que sentían por mí.
Desconfié cuando entré en el comedor a almorzar, pero Amaya estaba sonriendo, ansiosa, en una mesa cerca de la ventana. Justin se juntó al personal del Comex y me fui a sentar con ella.
—Pensé que no ibas a querer hablar conmigo, después de la forma en que te traté —comenzó ella, sin gracia.
—¿Has hecho alguna cosa que debo recordar? —comí un poco de pollo frito.
—Bueno… no —dijo avergonzada, mirando la bandeja—. Pero exactamente por eso deberías estar enojada. Nadie aquí hizo el mínimo esfuerzo para conocerte.
—No lo noté, Amaya —mentí, sonriendo. Estaba intrigada con el súbito cambio y quería saber lo que pretendía.
Sin embargo, terminé sin descubrir nada. Amaya dio inicio a una sesión interminable de preguntas, lo que me parecía el empleo, cómo era mi vida antes que el abuelo muriera, cómo era mi relación con él, qué tipo de películas me gustaban, que estaba leyendo, que prefería, Louboutin o Jimmy Choo. Y quedó bastante sorprendida cuando le dije que en realidad me gustaban más los zapatos nacionales, preferentemente tacones.
—¡Ah, mi Dios! ¡A mí también! —exclamó, como si hubiese acabado de descubrir el Santo Grial—. ¡Pensé que tú solo usabas marcas internacionales! ¡Caramba! Julia tiene que escuchar esto —y gritó llamándola, una chica bonita y tímida que se escondía atrás de unos grandes lentes.
Nuestra mesa de pronto se volvió pequeña para el gran número de mujeres a mí alrededor, atacándome con preguntas. Traté de recordar los nombres, pero varias veces tuve que pedir que los repitieran. Era mucha información.
Miré a Justin del otro lado del gran salón, a muchas mesas de distancia, observándome con algo diferente en los ojos y una sonrisa en los labios. Le lancé una mirada interrogativa, pero solo continuó sonriendo.
En cuanto me libré de mis más nuevas amigas de infancia y regresé al quinto piso, lo encontré apoyado en mi escritorio.
—¿Tienes idea de lo orgulloso que estoy de ti? —dijo sonriendo, los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Lo estás?
—¡Mucho! —la sonrisa se amplió, iluminando toda la sala—. No se habla de otra cosa en la empresa. Parece que Hector exigió que la dirección revisara los pisos salariales y que, a partir del cierre de este mes, todos los empleados tengan participación en las ganancias. Están todos en estado de gracia. ¿Y sabes quién es la responsable de eso?
—¿En serio? ¿Hector hizo eso? —pregunté, atónita. ¿La dirección había escuchado mis reclamos? ¿Hector me dio crédito? ¿Él, que había convencido a mi abuelo que yo no era capaz de ni de cuidarme a mí misma, aceptó una sugerencia mía? —Sí, él lo hizo. Los directores no tuvieron la menor oportunidad ante los argumentos presentados por Hector. Argumentos de una cierta empleada que tuvo el atrevimiento de decir en la cara del presidente que creía que su salario era una miseria.
Entonces comprendí el cambio.
—Fue por eso que de pronto todo el mundo estaba simpático conmigo.
Porque recibirán aumento —constaté, desanimada.
—No, Kimberly. No fue eso —se apresuró, descruzando los brazos y enderezándose—. Tú intercediste por ellos, defendiste a los empleados, fuiste la voz de todos en la dirección y conseguiste ser escuchada. No te acobardaste. Los empleados creían que eras solo una niña mimada, y quedaron todos sorprendidos con la mujer determinada que descubrieron en ti —él terminó con una sonrisa enorme, el orgullo brillando intensamente en sus ojos.
—Justin, yo no hice eso por ellos. Lo hice por mí —murmuré, apenada.
—No fue eso lo que Inés contó por ahí. Ella dijo que tú hablaste calurosamente en pro de los menos favorecidos —él explicó.
—Solo porque ahora soy una de las menos favorecidas —señalé.
—Mucho mejor —él se dio de hombros—. Perdona por lo que voy a decir, Kimberly , pero tu abuelo tenía razón cuando te obligó a trabajar aquí. Él conocía tu potencial de liderazgo. Cuando estés sentada en la silla de la presidencia, sabrás como los empleados se sienten, como se esfuerzan. Ellos no serán solo un puñado de números para ti, serán personas.
—¿P-presidencia? —balbuceé. ¿Yo en la presidencia? ¿Justin estaba loco? Probablemente explotaría la empresa antes de fin de año—. Espera, Justin, ¡yo no quiero presidir nada!
Él sacudió la cabeza.
—Era el cargo de tu abuelo. Pensé que tú querrías asumirlo —explicó, confundido.
—No. No realmente. Nada de presidencia.
Sonrió un poco, tocando mi rostro con la punta de los dedos.
—Tendrás tiempo para acostumbrarte con la idea. No necesitas tener miedo. Estoy aquí para ayudarte —y su pulgar acarició mi mejilla—. Conozco tu capacidad. Seré el primero en sugerir tu candidatura.
Con Justin tocándome de aquella manera cariñosa, mirándome de aquel modo íntimo y ardiente, como la noche anterior, podría haberme dicho que enormes verrugas verdes crecían en la punta de mi nariz y la respuesta sería la misma.
—¡Sería genial!
Él rió antes de soltarme y dirigirse a su escritorio.
Llamé a Lily para contarle las novedades sobre el aumento salarial, mi súbita popularidad y lo más importante, los besos de Justin y su terquedad en fingir que no me deseaba.
—Necesitas ayuda —dijo ella, emocionada—. Atacar con armas pesadas.
—¿Tipo qué?
—Cualquier cosa minúscula con encaje negro.
Suspiré.
—Pensé en comenzar de forma más sutil. Si Justin percibe lo que estoy tramando, huirá, estoy segura. Pensé en una película en casa.
—Puede ser que funcione. Justin es todo correcto —dijo ella—. Pero nada de palomitas de maíz, Kim. Esas cosas quedan entre los dientes y no es nada atractivo.
—Cierto.
—Trata de suspirar. Los hombres adoran cuando las mujeres suspiran a su lado. Y, por favor, nada de pantuflas de dinosaurio. Son lindas, Kim, pero nada sexys.
—Ni siquiera pensé en esa hipótesis… —mentí.
—¡Buena suerte, amiga! Haré fuerza para que todo salga bien.
Y yo para que Justin facilite mi vida.

Se Busca Marido (Jb)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora