◇Capítulo: 41◇

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Maratón: 2/6

Me desperté con deliciosos besos en la nuca. Grandes y suaves manos acariciaban mi espalda. El aroma del café impregnaba el aire. Podría acostumbrarme a aquello fácilmente.
—Buenos días, Bella Durmiente —susurró Justin en mi oído. Me di la vuelta, abrazándome a su cuello.
—Buenos días —murmuré.
—¿Tienes hambre? Imaginé que tendrías y pedí café. Tuviste una noche muy agitada —me mordisqueó la barbilla.
—Sólo un poco.
Justin acarició mi cuello con sus cálidos labios antes de llegar a la bandeja llena de comida. Café, leche, huevos, croissants, pan y mermeladas variadas, yogur, fruta y zumos. Mi estómago gruñó al ver tanta abundancia.
Él se rió entre dientes.
—Me alegro de que no tengas mucha hambre —se burló.
Me senté mientras me servía, sosteniendo la sábana debajo de los brazos.
—Es que normalmente tardo en despertar. Que tenga los ojos abiertos no significa que esté realmente despierta. Ya viste lo que pasó aquella mañana después de la tormenta...
—Gracias por el consejo. —Me entregó el plato abarrotado de comida, poniendo una fresa en mis labios.
Las pesadas cortinas blancas, estampadas con flores diminutas estaban cerradas, así que no tenía ni idea de la hora que era. Aproveché para observar la habitación, ya que la noche anterior estaba demasiado absorta en Justin y sus caricias. Era sencilla y refinada, con muebles rectos y elegantes. Los grabados en las paredes eran de buen gusto, y las líneas rectas del sillón rojo le daban a la sobria habitación un toque de relajación. Nunca me imaginé que existiera un lugar tan perfecto para nuestra tan esperada noche de bodas.
—¿Sabías que nunca me había alojado en este hotel? El abuelo siempre se hospedaba por lo menos una vez al año en cada uno de los hoteles de la cadena, para asegurarse de que el servicio era bueno. —Mordí una rosquilla suave cubierta con glaseado—. Qué delicia de hotel.
Justin sonrió con una impresionante sonrisa torcida.
—Yo también voy a tener recuerdos muy agradables —dijo, tomando su café negro.
—¿Sabes? Podrías haber dicho de inmediato que te sentías atraído por mí.
Habría facilitado todo.
—Podría, pero ¿y si tú no sentías lo mismo?
—Cuando nos besábamos ¿daba a entender que no quería? —Él negó con la cabeza.
—No lo entiendes. ¿Y si sólo estabas queriendo llenar el espacio dejado por tu abuelo? ¿Imaginas como serían de embarazosos para mí los próximos once meses? —dijo, mirándome fijamente, buscando señales de que eso pudiera ser cierto—. Pero esa noche, cuando tenías miedo de... uh... que estabas melancólica, vi algo en tus ojos. Algo que deseaba tanto, pero que iba en contra de todos mis principios. Parecía que me deseabas y yo estaba loco por ti. Deseaba tanto creer que lo que veía en tus ojos era real. Estaba tan cerca de arruinarlo todo... Como ya no me sentía en mi sano juicio, decidí pedir ayuda, y pretendía contarle a Paulo nuestra situación. Tal vez alguien de fuera podría ver las cosas con mayor claridad. Pero te vi con ese pequeño abogado pecoso y... Lo siento —dijo, pero sonrió descaradamente.
—Justin, vamos a dejar una cosa clara. Echo mucho de menos al abuelo. Tanto que a veces pienso que me voy a morir, que voy a ahogarme hasta languidecer por el dolor. Nunca dejaré de sentir su falta. Y nadie va a ser capaz de reemplazar al abuelo Steeven en mi corazón. Ni siquiera tú. El amor que siento por él es diferente, él era mi familia. Lo que siento por ti es... otra cosa. Es... uh... es como... como si me estuviese ahogando y de repente pudiese encontrar la superficie. —Nunca había sido muy buena con las declaraciones, pero esperaba que él entendiese cómo me sentía.
—Como si estuvieses al borde de un precipicio, sin ninguna protección, pero que, sin poder resistirme, saltaba.
—¡Exactamente! —¡Caramba! Era exactamente así como me había sentido tantas veces con él. ¿Él también se sentía así?
—Como si estuviera muriéndome de hambre durante décadas y, finalmente, pudiera satisfacer mi hambre —dejó la taza a un lado y comenzó a inclinarse hacia mí—. Cómo si descubriese que lo que mueve el universo no son las energías cósmicas, sino los pálidos ojos azules de una niña-mujer y me besó. Un beso largo y caliente que dejó a todos mis sentidos alerta.
Mi teléfono sonó, estridente, en alguna parte de la habitación. Justin suspiró y me liberó los labios. No era lo que yo quería.
Busqué con los ojos por el suelo alfombrado, en la mesita de noche, en la silla, pero no vi a mi bolso por ninguna parte.
—¿Dónde estás? —Gemí, moviendo la sábana con cuidado para no tirar la bandeja.
—Aquí —Justin levantó mi bolso del interior del cubo de hielo vacío junto a la silla roja.
—Pero, ¿cómo fue que... —Sacudí la cabeza y sonreí—. ¿Hola?
—Kimberly, ya son las nueve y todavía no estás aquí. ¿Puedo preguntar por qué? —Inquirió Breno, con voz muy irritada.
—¿Hoy es domingo? —Cubrí la frente con mi mano, cerrando los ojos, evitando gruñir.
—¡KIMBERLY! NO PUEDO CREER QUE HAYAS OLVIDADO... —retiré el teléfono para que los gritos no me perforasen el tímpano, haciendo una mueca.
Justin me miró con curiosidad.
—¡No lo olvidé! —grité, con el teléfono todavía a una cierta distancia de la oreja—. Tuve un imprevisto... y... estoy... ya… saliendo ahora.
—O llegas aquí en veinte minutos o puedes olvidarte del trabajo. —Me colgó.
—¡Mierda! —Me levanté de la cama y comencé a buscar mi ropa, que estaba mezclada con la de Justin, y esparcida por toda la habitación. ¿Cómo pude olvidar que era domingo y que tenía que trabajar? Bueno, por supuesto que podía olvidarlo.
Acababa de pasar una noche mágica en los brazos del hombre más caliente del planeta y me amaba. Y, por suerte, también era mi marido, lo que significaba que lo vería otra vez. Muchas otras veces. Y eso era suficiente para olvidar incluso el nombre del país en el que vivía.
—¿Qué estás haciendo? —me preguntó Justin, mirándome con expresión apenada. Comencé a vestirme con torpeza al tiempo que equilibraba una rosquilla entre los dientes.
—Me voy a la galería. Hoy es domingo, ¿verdad? Tengo que llegar en veinte minutos o seré despedida. Breno echaba fuego por la nariz. —Traté de subir la cremallera del lateral del vestido, pero estaba atascada. Parecía que cuanto más lo intentaba, más se negaba a obedecer. Esto sólo sucedía, por supuesto, porque estaba apurada. Si tuviera tiempo, la maldita cremallera se deslizaría como un tren por raíles nuevos—. ¿Me puedes ayudar con esto, por favor? —le pregunté, señalando la terca cremallera.
—Claro —dijo, aproximándose y subiendo la cremallera con destreza. Los cálidos dedos me tocaron suavemente—. ¿Vas a ir a trabajar con esa ropa?
—No tengo tiempo de ir a casa. —Trague el resto de la rosquilla—Inventaré cualquier historia. Siento salir corriendo así. Realmente olvidé que era domingo. —Me puse los zapatos.
—No voy a mentir, tenía muchas cosas planeadas para esta mañana... —sus brazos se enlazaron alrededor de mi cintura y sus labios se deslizaron por mi cuello—. Pero tenemos esta noche y el resto de todas las noches... Creo que puedo mantener a raya durante unas horas las cosas pecaminosas que pretendo hacer contigo.
—¿Qué tipo de cosas pecaminosas? —le pregunté, interesada. Su boca ya estaba jugando en mi oído.
—De todo tipo. —Sus dientes mordisqueaban delicadamente la piel sensible.
Me estremecí, enroscando los dedos en su pelo suave. ¡Oh, Dios! Justin no podía ser real. Era demasiado perfecto para ser real. Tal vez si me quedaba sólo unos minutos más... Entonces, por supuesto, Max me soltó.
—Yo te llevaré. ¿Puedo conocer la galería? —me preguntó, alcanzando la camisa y poniendo su chaqueta sobre mis hombros. Era enorme. Necesité subir las mangas para liberar mis manos.
—No veo por qué no. —Él se rió entre dientes.
—¿Por qué es siempre tan difícil conseguir de ti un simple sí?
—Oh, yo... —Me sonrojé un poco—. No lo sé.
Justin pidió la cuenta mientras terminábamos de vestirnos. Condujo hábilmente a través de las calles llenas de gente, y llegó a la tienda sólo cuarenta minutos más tarde. Todo un logro, ya que teníamos que cruzar media ciudad. Sin embargo, Breno estaba colérico.
—¡Maldita sea, Kimberly! ¡No puedo creer que ya el primer fin de semana me hagas esto! ¡Sabías que tenía una prueba importante del curso esta mañana! Puedes olvidarte del empleo. Sólo te quedarás hasta que encuentre a alguien que te pueda sustituir —gruñó.
—No he podido llegar antes... porque el coche se averió. —Argumenté con la voz más almibarada que pude encontrar—. Siento mucho lo de la prueba.
—¡Oh, por supuesto, el coche se estropeó! —Puso los ojos en blanco—. ¿Y qué ropa es esa? Vendemos artículos de decoración aquí, ¡por el amor de Dios! Pareces una cualquiera.
Agarré la chaqueta de Justin que envolvía mi cuerpo, mientras que mi cara ardía.
Justin se puso tenso a mi lado. Hasta ese momento no lo había mirado, así que me quedé muy sorprendida cuando escuché su voz fría y cortante, muy, muy amenazante, dirigiéndose a Breno.
—Esa no es manera de hablarle. Te estás excediendo, Breno.
—¡Ahora defiendes a Kimberly! —Breno echó la mochila al hombro y tomó su abrigo, sin dar importancia al tono intimidante de Justin—. Lily me contó sobre su acuerdo. No necesitas fingir que te importa, hombre. Kimberly siempre ha sido y será una irresponsable. Pronto lo descubrirás.
No sé muy bien, como se las arregló para actuar tan rápidamente, pero en un abrir y cerrar de ojos, Justin tenía la garganta de Breno bajo sus dedos, aplastándolo contra la pared de color crema de la Galería Renoir. Breno jadeó contra la pared, con la que Justin parecía querer fundirlo. Sus ojos parecían que se salían de las órbitas por el miedo. No podía ver el rostro de Justin, sólo el cuello enrojecido, pero sus nudillos, blancos como el hueso, indicaban que apretaba la garganta de Breno con demasiada fuerza.
—Nunca más hables así a mi esposa —dijo Justin con la misma voz baja, contenida y amenazadora. Y, oh, increíblemente sensual—. Nunca más te atrevas a ofender a Kimberly  con palabras groseras y toscas, o te juro que te hago tragar cada uno de estos trastos viejos que llamas obras de arte. ¿Entendiste lo que te dije?
Breno se limitó a asentir.
—Ahora pídele disculpas a Kimberly —ordenó Justin.
—No... no puedo... respirar... —murmuró Breno. Su rostro adoptó un tono púrpura.
Justin lo soltó bruscamente. Breno se deslizó por la pared, perdiendo el equilibrio, jadeando, tratando de llevar aire a los pulmones más rápidamente.
—¡Tío, estás loco! —Escupió, con los dedos alrededor de su cuello.
—Todavía no escuché tus disculpas —replicó Justin secamente.
—Lo siento, Kimberly. —Se apresuró Breno todavía en el suelo—. Exageré.
—Uh... Bueno —le dije.
Justin se volvió hacia mí. Su rostro había adquirido un nuevo brillo, tenía las pupilas dilatadas y la boca torcida en una expresión de reproche, pero había caloren sus ojos.
—¿Breno acostumbra a tratarte de esta manera? —me preguntó.
—¡No! Por supuesto que no. Por lo general es bueno... uh... está bien. —Él
asintió, quedándose a mi lado.
—Amigo, ¡pensé que ibas a matarme! —Breno se quejó, frotándose el cuello y tratando de ponerse de pie.
—Disculpa, Breno. Pero no me gustó la forma en que le hablaste a Kimberly.
Ella merece respeto. La culpa de su retraso fue mía. No puedes culpar a Kimberly y mucho menos tratarla de forma tan grosera —le explicó Justin—. No es una de esas mujeres.
—Ya lo entendí —dijo Breno, mirando a Max de soslayo—. No necesitas repetirlo. Me voy, Kimberly. Espero que Justin no haga que llegues tarde otra vez.
Justin sonrió, complacido de que su amenaza hubiera tenido el efecto deseado.
—Estaré aquí a la hora la próxima semana —garanticé—. Sin retrasos. ¡Lo prometo! Buena clase.
—O lo que queda de ella... Hasta luego, Justin —Breno saludo de forma poco amistosa y se alejó todavía tambaleante.
—¿Qué te ha pasado? —le pregunté a Justin en cuanto la puerta se cerró. No es que no apreciase mucho que me defendiese tan ferozmente... Además, yo quería estrangular a Breno personalmente desde que me enteré de que se había ido de la lengua, pero sabía que Lily se molestaría. Pero que lo hiciera Justin era otra historia, y yo no podía hacer nada al respecto.
Él se encogió de hombros.
—Breno te estaba gritando. Sólo por eso, sin duda merece una paliza.
—Sí, pero no necesitabas casi estrangularlo al pobre. Y yo medio me merezco mi reputación. Me pasé con Breno durante meses. Él tiene sus razones.
—Lo siento, Kimberly, pero no puedo encontrar una sola razón para justificar que un hombre le grite a una mujer o la ofenda.
—¿Este caballero gentil y heroico siempre ha estado ahí?
—A la espera de ser puesto en libertad por esta bella dama —susurró, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura.
—No te olvides de que estoy trabajando —señalé cuando vi que la lujuria brillaba en sus ojos. Suspiró.
—¿Por qué continúas con esto? No estarás pensando en esa idea absurda de comprar la moto ¿no?
—No. Me comprometí. Tengo que cumplir. Y a mí... no sé, me gusta estar aquí. —Una sonrisa apareció en sus labios.
—Te empieza a gustar el trabajo ¿no?
—¡No! De ningún modo. ¡No! —Nunca admitiría eso ante nadie. ¡Era degradante! Tenía una reputación que mantener.
—¡Sí que te empieza a gustar! Mientes. Estoy aprendiendo a desentrañar tus misterios —sonrió, besando mi frente—. Tengo que irme. Tengo que resolver algunos asuntos. Vendré a recogerte más tarde, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. No voy a tener mucho que hacer —me encogí de hombros—Nadie entra aquí. Tengo que acordarme de traer un libro. No voy a tener nada en que ocupar mi mente.
Él sonrió maliciosamente antes de pegar sus labios a los míos. El beso, intenso, sensual y caliente, me dejó lánguida, y derretida. Los recuerdos de nuestra noche de amor volvieron con una nitidez abrumadora.
Justin me miró a los ojos antes de liberarme de su abrazo y decir:
—Tal vez esto te ayudará a pensar en algo. —Y así fue.

Se Busca Marido (Jb)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora