◇Capitulo: 5◇

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Joyce continuó hábilmente asándome la paciencia, y nadie hablaba conmigo salvo lo necesario. Hasta el chico musculoso, o por lo menos lo que me parecía, y grosero, cuyo nombre no me tomé el trabajo de preguntar, se mantuvo distante después de dos o tres tentativas de abordarme. Huía de él tanto como del reloj de tiempo. Lo mismo sucedía en casa. Me deslizaba por la mansión, intentando evitar
cualquier encuentro con el dúo dinámico. Y lo terminé logrando, gracias a Lily, que me invitaba a dormir en su casa casi todas las noches. Telma y Clóvis no me preocupaban más.
Dos semanas después de comenzar mi martirio en la J&J, Clóvis dio el aire
de gracia durante el almuerzo al preguntar cómo me estaba yendo.
—Casi no te veo. Parece que ni vivimos en la misma casa —lo que para mí era un alivio—. ¿Cómo están las cosas por aquí, Kimberly?
—Hmmm…. —gruñí mientras mordía una patata mal cocida—. Mira
alrededor, Clóvis. Todo el mundo me adora. ¡Esto es el cielo!
Él observó los rostros curiosos que nos observaban. Joyce, en la otra punta del gran salón, parecía a punto de explotar, sin saber lo que estábamos hablando.
—Ellos pueden tener miedo de ti —él sugirió—. Al final todo esto será tuyo
algún día.
—Miedo —me burlé—. De la heredera arruinada. Soy realmente aterradora.
—Tengo una cosa para ti —colocó la mano en el bolsillo interno de su
chaqueta.
Mi corazón se disparó.
—¡Una carta!
Él sacudió la cabeza.
—Es una cosa que tu abuelo quería que tuvieras. Esto está fuera de la
herencia —me entregó una pequeña bolsa de terciopelo azul—. Sé que no tiene un valor comercial, pero creo que te gustará.
Jadeé cuando vi el reloj que el abuelo nunca se quitaba de la muñeca, la
correa de cuero negro, un poco desgastada, contrastando con la caja dorada.
—Fue el primer bien de valor que el abuelo compró con su propio dinero —apunté.
—Lo sé, él me lo contó. Pero no vale nada hoy en día. Lo siento mucho —se encogió de hombros.
Para mí valía más que un diamante del tamaño de la cabeza de Clóvis, lo
que no era poca cosa. No pude evitar las lágrimas.
—¡Gracias, Clóvis! —empujé la silla para abrazarle.
Él pareció avergonzado con mi demostración de gratitud, y dio unas
palmaditas torpes en mi espalda.
—Solo cumplo órdenes, Kimberly. ¿Pero has entendido el recado?Sonreí.
—¡Entendido! ¡Claro que lo entendí! El abuelo quería que alguna cosa de él estuviera conmigo, para que pudiera sentir su presen… —me interrumpí. Sacudí la cabeza y sonreí, sentándome nuevamente—. Quiere decir “No te retrases”, ¿es así?
Clóvis asintió.
—Joyce me dijo que te has retrasado todos los días desde que comenzaste a trabajar.
—No es así exactamente. Hoy llegué solo quince minutos tarde. Es casi lo
mismo que llegar a horario —me defendí.
Él se rió, sacudiendo la cabeza.
—Para tus normas, creo que debe ser lo mismo. Bueno, debo irme.
—Está bien. Gracias por entregarme esto —señalé el reloj—. Y… disculpa si he sido un poco agresiva, pero es que hay tantas cosas sucediendo y… no lo sé, no estoy logrando hacer todo correctamente.
—No te preocupes. Lo entiendo perfectamente —él sonrió un poco y se marchó.
Miré al gran reloj del restaurante y noté que el de mi abuelo estaba quince minutos adelantado. ¡Por eso nunca se retrasaba! Me reí, colocando la pieza fría en la muñeca. Cuando levanté la cabeza, encontré los ojos del camarada mal educado fijos en mi rostro, necesitaba dejar de referirme a él de esa forma; ¡camarada estaba
fuera de moda por lo menos hacía una década! El problema era que su apariencia no ayudaba. A pesar del traje alineado y de la postura seria, definitivamente había algo de salvaje en sus ojos, por no mencionar los cabellos, más largos de lo que los
hombres de negocios acostumbraban a usar. Había algo en él que me hacía pensar en fugas alucinantes y bungee jumping. Lo miré por un instante, negándome a apartar la mirada. Sentí un pequeño estremecimiento subir por la columna. El modo cómo él me observaba, incluso a la distancia, era invasivo, parecía dejarme en evidencia, como si un foco estuviera apuntándome. Como si pudiese verme por dentro. Ver mi alma.
Mi móvil sonó y, agradecida por poder librarme de las penetrantes
esmeraldas, atendí.
—¡Kim, no lo vas a creer! Creo que encontré la solución a tu caso. Ve directo a mi casa después del trabajo. Mi madre hará enchiladas. A la noche te explico todo con calma, pero te voy avisando que es una cosa cierta. Dije que te salvaría,
¿no? —Lily habló sin tomar un respiro
—¿De verdad? ¡Eso es maravilloso! —Finalmente un poco de suerte—.
Cuéntame todo. ¿Qué has pensado?
—A la noche conversamos. Es medio complicado. Me tengo que ir. ¡Besito!
Después de ese telefonema, me quedé más confiada de que todo iba a salir
bien a fin de cuentas. No tenía idea de lo que Lily tenía en mente y, de todas
formas, no me importaba, mientras pudiera tener mi antigua vida de vuelta. Estaba divagando sobre la posibilidad de un viaje a Bucarest en los próximos meses, por eso ni me di cuenta cuanto entré al ascensor lleno y, demasiado tarde, vi una cabeza que sobresalía de las demás. Una cabeza con cabellos color miel, más largos
de lo que la oficina requería, y que había evitado a toda costa en las últimas semanas. Sin embargo, cuando lo noté era demasiado tarde y las puertas se habían cerrado. Esperé ansiosa, mirando al frente, las manos sudando, hasta que el ascensor se abrió y el sexto piso surgió en mi campo visual. Me arrojé fuera del
ascensor, agradecida por escapar ilesa. Pero todavía no estaba a salvo.
—¿Puedo hablar contigo? —El muchacho dijo en un tono amistoso, antes de que pudiera desaparecer por detrás de una de las puertas de las pequeñas salas.
—Haaa…. En verdad estoy ocupada. Hasta luego —traté de ir a cualquier
lugar para escapar.
Me siguió con facilidad. No era de admirar, teniendo a la vista esas piernas largas y fuertes… No es que yo hubiera reparado en ellas.
—Por favor, espera —pidió, colocándose delante de mí.
Me volví a la puerta a su lado. Sala trece, sexto piso. La sala de las
copiadoras. Pero no tenía nada para copiar, a no ser que Joyce quisiera copias de otras partes de mi cuerpo.
Sin tener una disculpa razonable, desistí.
—¿Qué fue ahora? ¿Has venido a decirme alguna adorable suposición sobre mi relación con mi abuelo?
—En realidad, vine a disculparme —dijo, en una voz baja y suave. El rostro serio parecía sinceramente arrepentido—. No era mi intención hacerte daño.
Acabas de perder un ser querido y fui muy grosero. Aunque seas irritante y malcriada, no tenía derecho a ser grosero. Disculpa.
Crucé los brazos sobre el pecho. Por alguna razón, aquel extraño mal
educado me ponía incómoda.
—Sensacional tu pedido de disculpas, camarada.
—Justin—dijo, colocando las manos en los bolsillos del pantalón y atrayendo mi mirada casi instantáneamente a sus caderas estrechas, el volumen en… Desvié
los ojos rápidamente.
—¿Ehhh? —pregunté.
—Mi nombre es Jus.
—¿Jus? Tipo, ¿Bailas jazz ? —Provoqué.
Parecía avergonzado.
—No. Es el diminutivo de  Justin .
Quedé sorprendida. Era un nombre bastante fuera de lo común y muy, muy sugestivo para ese hombre enorme, con, por lo menos lo que parecía, no que hubiera reparado en nada de eso, músculos definidos en justa medida, como los de un nadador.
—Es tu cara —sonreí.
Se enderezó un poco.
—Era el nombre de mi abuelo.
—¿Tu abuelo era como tú? ¿Educado y gentil?
—Ya te he pedido disculpas —dijo firmemente, aproximándose. Quedamos a poco más de un metro de distancia el uno del otro—. ¿Qué más quieres, Kimberly?
—¡Mira tú, aprendiste mi nombre! —me burlé—. Tienes una manera muy
peculiar de pedir disculpas, pero las acepto, si con eso te mantienes lejos de mí.
Entonces…
Él enderezó los hombros, quedando una cabeza, un cuello y un pedacito de hombro más alto que yo. Maldije en silencio. Debería haber usado tacones y transformado mi mísero metro sesenta y tres en un fabuloso metro setenta.
—Entonces no tenemos nada más que hablar —profirió duro.
—No lo teníamos desde el principio. Buenas tardes, Justin—retruqué
levantando la nariz para encararle.
En aquella corta distancia, pude notar que sus iris cristalinos, de un verde
suave, tenían pequeñas manchas amarillas alrededor de las pupilas, dando la impresión que los colores se mezclaban en todo momento, como un caleidoscopio.
Me devolvió la mirada, la barbilla apretada, la respiración pesada. Estaba decidida a no ceder. Esta vez no desviaría la mirada para nada, aunque mi corazón latía más rápido y de forma irregular, por causa del desafío.
Justin levantó la mano para… ¿tocarme? Enderecé los hombros, esperando… qué, no sabía. Sin embargo, dejó caer su brazo y dio un paso atrás, mirando desconcertado, dejándome un poco decepcionada, por qué, tampoco lo sabía.
—Buenas tardes, Kimberly —dijo, con una voz ronca y decidida que me hizo estremecer.

Se Busca Marido (Jb)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora