◇Capitulo: 29◇

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—¿Adivina dónde vengo? —me preguntó Vanessa, apoyando sus manos sobre mi escritorio.
Examiné el rostro maquillado y el escote profundo.
—Humm... ¿Del infierno más próximo? —Bromeé.
Ella sonrió ampliamente.
—De la oficina del Presidente. Hector quiere hablar contigo.
Me tomó menos de un latido del corazón entender el significado de esa sonrisa. Le había contado a Hector mi acuerdo con Justin y Hector quería explicaciones, o algo peor.
Ella no esperó mi respuesta. Se acercó a su escritorio balanceando sus caderas.
Corrí hasta el noveno piso, y puse en mi cara la expresión más inocente, esperando que fuera suficiente para convencer a Hector y terminase con sus sospechas. Él e Inés, la secretaria del Presidente desde hace un millón de años, me esperaban en la sala de Presidencia con cara de pocos amigos y con una pila de papeles sobre la mesa que había sido del abuelo durante tanto tiempo. L&G fue la primera aventura del abuelo Steeven, y por eso le tenía un especial cariño a la compañía de cosméticos.
—Hice un estudio completo de los salarios de los empleados y analizándolos atentamente, vi que tenías razón, Kimberly. Lo que pagamos no es suficiente para que tengan una vida cómoda —dijo Hector, golpeando con un pie. No era lo que yo esperaba.
—No lo es —concordé, atónita.
—Ni tu abuelo ni yo fuimos informados al respecto. Verás, no puedo aumentar el salario de todos los empleados, así, sin más. Habría un agujero en el presupuesto de J&J.
—Lo entiendo. Pero, ¿no puedes dar prioridad a los salarios inferiores? —sugerí.
—No es así como funcionan las cosas. La empresa trabaja como un todo. No puedo aumentar el sueldo sólo a unos cuantos empleados. No es ético. Es casi ilegal —explicó, un poco impaciente.
—Humm... Creo que más personas deberían tener doble turno. No me estoy quejando sin sentido. Con lo que yo gano, no es suficiente para vivir decentemente, y me imagino que lo mismo le pasa a la mayoría de los empleados. Este mes tuve que elegir en qué gastar mi dinero. ¿Sabes lo que quiero decir? Nunca he necesitado hacerlo antes. Tal vez estas personas han hecho esto toda su vida, pero sinceramente, ¿cómo crees que una madre o un padre se siente al tener que elegir entre poner comida en la mesa o comprarle unos tenis nuevos a su hijo?   ¡Ser pobre es duro!
Hector pasó la mano por su barbilla ligeramente puntiaguda.
—Entiendo. ¿Y qué propones, ya que un día todo esto será tuyo? —me preguntó, abriendo sus brazos.
Desconfiada, le pregunté:
—¿Por qué mi opinión importa ahora?
—Porque eres la heredera de todo. En poco más de un año, todo esto será tuyo, ¿no? —Él me lanzó una mirada penetrante.
Bien. Así era como él quería hacerme confesar. Sólo que, al decírmelo Vanessa, me ayudó, y ya no me sorprendería.
Me enderecé en la silla, tratando de ser lo más profesional posible. Aquí estaba mi oportunidad de demostrar a Hector, Clóvis y al abuelo Steeven de que tenía buenas ideas sin terminar en la cárcel. Al menos, yo pensaba que la idea era buena.
—Si estás hablando en serio, entonces sí, tengo una idea.
—¿Y cuál es? —dijo, cruzando las manos sobre la mesa.
—Ya sabes que no sé mucho acerca de los negocios, pero pensaba en sugerir una participación en los beneficios para los empleados, tal y como algunas empresas ya hacen. Repartir entre los empleados lo que quede de las ganancias mensuales o anuales.
Él sonrió ampliamente. Parecía divertirse.
—¿Le darías parte de las ganancias para beneficiar a los empleados?
Me encogí de hombros.
—Sabes tan bien como yo que el dinero del abuelo Steeven es un pozo sin fondo. Para mí, no supondría una gran diferencia, pero creo que para el personal, sería significativo. Y, además, me imagino, que si el empleado está satisfecho, trabajará más y mejor. Lo que generará más beneficios a la empresa. Por supuesto, también podrías estudiar un aumento, para que la participación complemente el salario.
Él me miró, sus ojos negros brillaban.
—Entiendes más de negocios de lo que supones —habló suavemente, pareciendo satisfecho—. Muy bien, ya terminamos. Puedes volver a tu puesto. Inés, acompaña a Kimberly y llama a los directores. Es urgente. —Él volvió su atención a los papeles que tenía delante de él.
—Sí, señor —dijo.
—Gracias por escucharme —agradecí a Hector.
Acompañé a Inés, temblando ligeramente. Si esto fuese real, si Hector no estaba intentando hacerme confesar que había burlado las reglas del testamento, entonces, tal vez podría conseguir el aumento y comprar mi moto y así podría evitar las idas y venidas embarazosas con Justin, por no hablar de que me liberaría definitivamente del terrible autobús. Sonreí ante la idea de que al abuelo le daría un infarto si siguiese vivo y supiese que me iba a comprar una moto. Aunque también le daría un infarto incluso muerto, ante el horror de verme en uno de esos objetos mortales. Él montó un enorme alboroto cuando compré mi patinete.
Tenía unos catorce años y estaba pasando por una fase medio rebelde. El hechizo terminó cuando me rompí el brazo izquierdo y me estropeé el pelo. De todos modos, mi abuelo rompió el patinete.
Inés se volvió bruscamente y, para mi total perplejidad, sonrió.
—Tú abuelo se habría sentido orgulloso —me dijo en un tono suave.
—¿Seguro?
—Oh, sí. Pensaste en el equipo, tal y como él lo haría. Un gran hombre. Tu Steeven... —sus ojos marrones  se tornaron opacos, perdidos en otros tiempo  Y a juzgar por la nostalgia en su rostro, eran tiempos que había amado. Parpadeando y sacudiendo ligeramente la cabeza, volvió al presente y añadió. —Si necesita algo, si tiene dificultades, puede pedirme ayuda. Será un placer ayudarle, señorita Kimberly.
Casi jadeé con la sorpresa. Me quedé muy asombrada y un tanto emocionada, no sólo por el ofrecimiento, sino porque ella, de repente, me trataba con mucho respeto. Era como si ella me viese como... como... la nieta de Steeven Jones Alguien importante.
—¡Caramba! Gracias, Inés.
Ella asintió con la cabeza y se apartó para que pasase.
Apenas llegué a mi escritorio del quinto piso, del sector nueve, Justin me llamó por MSN.
Justin Bieber dice:
¿Qué pasó? ¿Por qué te llamó el presidente? ¿Tienes problemas?
Kimberly  Jones dice:
Al principio pensé que sí.
Vanessa fue al despacho de Hector, sólo Dios sabe a qué. Pensé que se lo había contado, pero sí lo hizo, él no le dio importancia o no quiso demostrar que lo sabía.
Justin Bieber dice:
Ella muy bien pudo haber dicho algo.
Y Hector es muy inteligente.
Tenemos que tener cuidado.
Kimberly Jones dice:
Sí, lo entiendo.
Justin Bieber dice:
Pero, ¿qué quería al final?
Kimberly Jones dice:
Me encontré con él ayer por la mañana.Dejé escapar que ganaba un salario miserable.
Él se sorprendió y quiso más detalles.
Hablamos de un aumento salarial.
Justin Bieber dice:
¿Pediste un aumento de sueldo?
Kimberly Jones  dice:
De hecho, medio lo exigí.
Justin Bieber dice:
¿Apenas comienzas a trabajar y ya pides un aumento de sueldo?   ¡Eres imposible!
Kimberly Jones dice:
Necesito dinero. Odio el autobús en esta ciudad y no me gusta que me tengas que llevar.
Decidí a comprarme una moto.
Justin Bieber dice:
¿QUÉ VAS A COMPRAR QUÉ?
¡Uuuh! El abuelo no sería el único molesto con mi moto.
Kimberly Jones dice:
Tengo que terminar de organizar este montón de contratos.
Hablaremos en el coche.
Él me lanzó una mirada nada satisfecha desde su mesa. De hecho, casi parecía enfadado. Intenté concentrarme en lo que estaba haciendo, pero era difícil de ignorar la sensación de estar desnuda bajo los focos abrasadores.
Vanessa, como la serpiente que era, se acercó lentamente, con una sonrisa de hiena, y no demoró nada en mostrar las garras.
—Y entonces, ¿qué quería Hector ?
—Nada que sea de tu incumbencia —murmuré.
—Pasé unos momentos muy agradables con Justin la noche del sábado... —dijo ella, sentada en la esquina de mi mesa.
—Oh, lo sé. Él me lo dijo. —Sonreí cándidamente—. ¿Sabes? Nunca imaginé que necesitases de esas cosas. Chantajear a un hombre para conseguir sexo... Qué decadente.
—Y no lo necesito. ¿Sabes, Kimberly? finges muy bien. Casi me convenciste de que tenían algo. Así que imagínate mi sorpresa al saber que habías comprado un marido —ella sacudió la cabeza y su largo pelo le cubrió los hombros—. Si supiera que Justin estaba a la venta, le habría hecho una propuesta hace mucho tiempo.
—Él no está en venta. No sé de qué estás hablando. Ahora mueve el culo de mi escritorio que no sé de qué vas —la pinché con un lápiz.
Ella se levantó, un poco sorprendida.
—No te hagas la inocente, Kimberly. No te pega. Conozco a las chicas de tu clase.
Suspiré, exasperada.
—Vanessa, estoy a punto de mandarte a la mierda. Así que no te quejes...
—Divertido. Me acusas de intentar chantajear a Justin, pero en realidad quien lo trató como un objeto fuiste tú. Y puedes estar segura de que no lo mantendrás durante mucho tiempo. Es cuestión de tiempo que yo consiga convencer a Justin de que tengo mucho más que ofrecerle que tú, una pobre huérfana echada a perder y mimada. Tienes los días contados, cariño.
Fue entonces cuando estallé. Me levanté de repente, sin poder contener mis impulsos. Agarré su brazo rápidamente y lo giré detrás de su espalda, haciendo que su puño golpease la nuca. Ella gritó de dolor cuando le estampé la cara en la parte superior de mi organizado escritorio. Me encantó.
—Mi abuelo no me repudió del todo, Vanessa. Sé muchas cosas, he visto muchas cosas, aprendí mucho en mis viajes. Puedo romper tu pequeño bracito de anoréxica antes de que puedas decir silicona. Créeme, domino muchas técnicas de persuasión, y sé que no querrás conocer ninguna de ellas. Aléjate de Justin.
—¡Suéltame, me haces daño! —Gimió ella.
—Oh, ni siquiera he empezado a hacerte daño. ¡Y si todavía quieres desfilar mostrando esa sonrisa cínica en esa cara tuya de palo, quédate lejos de mi marido, o te juro por Dios que te voy a arrancar todo los dientes con una lima de uñas!
—Kimberly, suelta a Vanessa. —Me pidió Justin, detrás de mí, tratando de alejarme de la chica—. Vas a tener problemas en la empresa.
Con un movimiento brusco, la solté. Ella jadeó, apoyándose en mi mesa.
Su cabello, siempre meticulosamente peinado, eran un desastre, y tenía los ojos enrojecidos de rabia.
—¡Estás loca!
—No tienes idea de cuánto —sonreí diabólicamente.
Justin agarró mi bolso y empezó a arrastrarme hacia el ascensor.
—¡Estás avisada! —grité antes de que él me metiese dentro.
—¿Qué hiciste? —me preguntó con enojo.
—¿Y qué me hizo ella a mí? ¡Esa perra me llamó cariño! Me dijo que era una huérfana echada a perder, que compré tus servicios y que te alejaría de mí.  Que nuestros días están contados. Y estoy segura de que Hector escuchó todo eso esta mañana. ¿Qué quieres que haga, Justin? ¿Qué ponga cara de tonta?
—¿Por qué te molestó tanto? Ella dijo la verdad.
Por primera vez desde que nos conocimos, Justin me hizo daño. Tan profundamente que no podía respirar. Me libré de sus manos, empujando con fuerza.
Él suspiró.
—Quiero decir que ella tiene razón acerca de nosotros. Nuestros días están contados —señaló.
—Bueno... sí... pero no de la manera que ella sugirió. Y ahora somos amigos. Me preocupo por ti y creo que tú te preocupas por mí, por lo menos un poco. Y pienso que lo que tenemos, es algo que debería ser respetado. —¿Qué estaba diciendo? Nada tenía sentido, y todavía lo veía todo rojo.
—Tienes razón. Pero no necesitabas llegar tan lejos.
El ascensor se abrió y nos dirigimos al coche.
—Espero que esto no se sepa —él continuó—. La agresión física no se tolera en la empresa.
—Tranquilo, Justin. Mi abuelo se encargó de todo. No puedo ser despedida.
Tengo un empleo vitalicio o algo así
—Sí, pero te pueden cambiar de puesto. Dejarte aislada para que no crees problemas. ¿Alguna vez pensaste en la posibilidad de pasar meses en la copiadora?
Me quedé paralizada.
—¡No! ¡Eso sería... el apocalipsis! —Exclamé, horrorizada.
Justin puso los ojos en blanco y tomó mi mano, abrió la puerta del coche y me ayudó a entrar. Sentí frío, estaba helada. ¿Estar de pie en la copiadora toda la vida? ¡Yo prefería el autobús!
Él dio la vuelta y se metió en el coche con elegancia. Giró la llave y el motor rugió suavemente.
—¿Qué tal si hacemos algo diferente hoy? ¿Quieres salir y beber algo? —sugirió.
—Me gustaría, pero hasta la próxima paga estoy sin blanca. No tengo dinero, ni siquiera para una barra de pan. Gasté casi todo en la cena... uh... no tengo dinero.
Sonrió.
—Te estoy invitando. Yo pago.
—Bueno… Entonces, sí. Realmente necesito olvidarme de algunas cosas. Aunque sea sólo durante unas horas —y una de ellas se encontraba justo delante de mí, con sus casi dos metros de altura y sus enormes manos agarrando el volante. Dudaba poder sacarme de la cabeza a Justin con él allí, a dos palmos de mí, pero no perdía nada intentándolo.
Necesitaba comprar urgentemente una moto y poner fin a esta ridícula proximidad.
—Kimberly, sobre esa historia de la moto... —dijo, como si leyera mis pensamientos—. Olvídalo. Mientras seas mi esposa, no te subirás a una de esas cosas —dijo de forma categórica, mirándome—. Voy a hacer todo lo posible y lo imposible para que no puedas comprarte la moto. Por si no lo has notado, soy muy decidido. Y casi siempre consigo lo que quiero.

Se Busca Marido (Jb)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora