◇Capítulo: 45◇

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Maratón: 6/6

CHICA CENICIENTA SE DIVIERTE CON SU PRÍNCIPE ENCANTADO DURANTE LA TARDE EN EL PARQUE
Kimberly Jones pasó la tarde del último domingo en un picnic romántico al lado de su marido, Justin Bieber, en el parque municipal. La joven pareja no tuvo problemas en demostrarse afecto en público e intercambió caricias todo el tiempo.
Esta vez, nuestra chica problemática parece finalmente haberse sosegado y disfruta de una relación estable y aparentemente apasionada desde hace aproximadamente un mes. ¿Será capaz de mantenerla?
—¡Argh! ¡Detesto estos periódicos! —gruñí, mirando la foto de Justin y de mí recostados sonriéndonos, yo encima de él y su mano en mi culo. Podría ser peor, me consolé. Podría ser una noticia en donde una “fuente segura” aseguraba que mi casamiento era toda una farsa. Sin embargo, ver mi intimidad expuesta me irritaba—. ¿Por qué mi vida le interesa a alguien?
—Porque eres la heredera de uno de los mayores empresarios del mundo
—dijo Amaya, mientras nos metíamos entre los archivos.
Justin intentó esconder el periódico, porque sabía que no me gustaban aquel tipo de noticias, pero noté algo extraño cuando Paulo bromeó con él, llamándolo príncipe encantado. Terminó mostrándome el periódico, muy contrariado, tengo que admitirlo.
—Todo lo que tú haces es oro para ese tipo de impresos. Si es algo vergonzoso o malo, mejor todavía.
—Bueno, espero que estén cansándose. Me he comportado de manera irreprochable últimamente. Nadie puede culparme por estar cariñosa con mi marido, ¿no es así?
Ella sonrió, y sus ojos grandes se convirtieron en dos pequeñas ranuras.
—No realmente. Y Justin está loco por ti. ¡Tienes tanta suerte! —suspiró ella.
—Lo sé. ¿Quién imaginaría que aquel hombre rudo que conocí semanas atrás giraría mi mundo patas arriba?
—Quisiera que alguien me mirase del mismo modo que Justin te mira a ti. Hace más de un año que no tengo novio —se lamentó.
—Ah, Amaya. Aparecerá alguien en cualquier momento. ¡Yo misma no estaba buscándolo y mira solo! Ese dios lleno de buenos modales y agarre fuerte, es mi marido.
Ella suspiró pesadamente.
—¿Sabes, Kimberly? Mucha gente decía que ustedes… que el casamiento de ustedes…
—Lo sé —interrumpí—. También lo escuché. Olvídate de eso. —No tuve el coraje de mentirle. Realmente me gustaba Amaya.
—Vanessa hizo una mueca cuando vio la noticia esta mañana.
—No lo dudo. —Vanessa estaba demasiado tranquila, como si se esforzase en mantener la superficie calmada. A pesar de eso, estaba alerta. Personas como ella no desisten tan fácilmente.
—Ella… Creo que no debería contarte esto… —dijo ella, sin gracia.
—¡Ah, claro que debes! —señalé—. Por favor, Amaya, cuéntame.
Me miró durante un momento, ruborizándose y pareciendo no querer tocar el asunto, pero terminó cediendo.
—Vanessa está detrás de Justin desde hace mucho tiempo. Mucho antes que tú aparecieras aquí. Él nunca se fijó en ella, e imagino que es por eso por lo que ella está tan desesperada para intentar seducirlo. Generalmente los hombres caen de rodillas a ella. —Amaya puso los ojos en blanco—. Vanessa no está acostumbrada a ser rechazada.
—Entonces es el momento de que aprenda —sonreí.
—Solo… ten cuidado ¿sí? Puede ser una peste cuando quiere.
—Ya lo he notado. Estaré atenta, aunque no tiene la menor posibilidad de que Justin se interese por ella, menos ahora que estamos tan… Él jamás haría eso.
—Estoy feliz por t… ¡Ah, no! —gritó ella cuando alguien abrió la puerta violentamente, golpeando la silla donde una cantidad enorme de contratos estaban apilados, haciendo volar todo por los aires.
—¡Ay, caramba! Perdona —dijo Paulo, ruborizándose mucho.
Inmediatamente comenzó a recoger los documentos, tratando de juntarlos como podía. Sentí que Amaya podría comenzar a llorar en cualquier instante. Había pasado horas organizando aquellos contratos.
—Joyce me pidió que le avisara a Alicia que el Dr. Clóvis está aquí y quiere hablar con ella —dijo él, agachándose y recogiendo las páginas a un ritmo frenético—. No quise hacer esto. Discúlpame, Amaya.
—Está bien, Paulo —dijo ella, pero su rostro delicado no escondió la angustia.
—Te ayudo a organizar todo —se ofreció, nervioso—. Lo hago solo, si tú quieres.
Ella sonrió un poco.
—Ayudar está bien. ¿Podrías separar los contratos por sector, por favor?
—¡C-claro! —asintió él, sonriendo, con los dedos temblorosos.
Me quedé observando cómo esos dos trabajaban en perfecta sintonía, como si uno supiera exactamente lo que el otro quería que hiciera. Cómo Paulo miraba furtivamente al rostro de Amaya, cómo parecía tener cuidado que sus manos se encontraran de casualidad, la respiración acelerada hacía a su pecho delgado subiera y bajara con rapidez. Amaya estaba tan ciega…
—Iré… a ver lo que Clóvis quiere y regreso para ayudarlos —mentí. ¿Quizás un tiempo juntos abriera los horizontes de estos dos?
Me llevó diez minutos llegar al noveno piso. Lily me llamó, llorando, contándome lo que yo ya sabía. Breno pretendía mudarse y ella no sabía qué hacer.
Quería pasarme por su casa para contenerla de alguna manera antes de ir a casa, pero me dijo que ellos cenarían juntos para tratar de resolver la situación esa noche, aunque ella no supiera cómo.
Clóvis me aguardaba en la sala grande de reuniones, sentado a la cabecera de la larga mesa. Su rostro era una máscara impasible, lo que me pareció una pésima señal.
—¿Qué sucedió ahora? —cuestioné, cruzando los brazos sobre el pecho en cuanto entré.
—Siéntate, Kimberly.
Contrariada, me senté a tres sillas de distancia.
Él abrió su carpeta de cuero desgastada y retiró una pila de periódicos doblados al medio.
—Muy interesante lo que encontramos en los periódicos, ¿no crees? Siempre me sorprende cómo las personas son capaces de disimular —tiró una pila sobre la mesa, y la foto de mi paseo en el parque con Justin cubría la parte superior de la primera página.
Respiré un poco aliviada. No había nada allí que me comprometiese. Una pareja abrazada en el parque no podría ser considerada atentado violento al pudor o cualquier cosa de ese tipo. Mientras estuvieran vestidos, por lo menos.
—Puedes creer lo que quieras. Mi vida personal no le interesa a nadie —hablé.
Clóvis suspiró.
—¿Sí? —Y tiró sobre la mesa otra pila de periódicos, más antiguos, un poco arrugados. Páginas de clasificados.
¡Mierda!
—Héctor me buscó esta mañana. ¿Puedes imaginar cómo este material llegó a mis manos?
Me limité a mirar las páginas arrugadas.
—Hay más evidencia —sacó algunas hojas de su carpeta y las dejó sobre la mesa. Una rápida mirada a los papeles y casi me caí de espaldas. Mis conversaciones con Justin por MSN habían sido impresas. Todas, incluyendo el supuesto pedido de matrimonio.
¡No!
—¿C-cómo conseguiste eso?
—Héctor tiene sus medios —hizo un movimiento despectivo con la mano.
¿Quién habría ayudado a Héctor con eso? me pregunté. ¿Quién quería que Justin y yo nos separásemos? ¿Quién accedió a eso? Mi ordenador tenía contrase…
—¡Esa perra! —¡Esta vez arrojaría a Vanessa por la ventana! ¡Ah, sí que lo haría!
—Estoy decepcionado —continuó Clóvis, ignorándome—. Decepcionado y triste. Te pedí tanto que confiaras en mí, que me escucharas, pero nunca lo has hecho.
—No tienen como probar nada —rebatí, tragando en seco—. Nosotros consumamos nuestro matrimonio. Todo es legítimo ahora. Somos una pareja de verdad.
—¿Realmente? ¿Y quién creerá eso después de que Héctor exponga el fraude? Y, créeme, tiene pruebas. Cualquier juez entenderá lo que tú y Justin hicieron como un acto de mala fe, y jamás creerá que consumaron en matrimonio, aunque eso sea cierto.
—¡Es verdad! ¡Nos amamos, Clóvis! ¡Lo juro!
—Lo siento mucho, pero dudo que alguien lo crea. Yo mismo no puedo creerlo. Has hecho todo mal, Kimberly. Dejaste todo expuesto, listo y fácil de ser encontrado. Tu teléfono está en el anuncio, aunque no tu nombre. Pero lo más importante fue el primer error que cometiste de pagar el periódico usando tu tarjeta de crédito —sacudió la cabeza, pareciendo devastado—. Te dije que Héctor era implacable.
—¿Por qué me has llamado aquí? —pregunté entre dientes, tratando de hacer que mi voz no temblase nuevamente. Reconocía cuando estaba equivocada.
No tenía cómo argumentar.
—Héctor quiere abrir un proceso contra ti y Justin. Conseguí persuadirlo a esperar un poco más, hasta que yo conversara contigo. Él está furioso, habló hasta despedir a Justin.
Cerré los ojos, para no permitir que las lágrimas que los quemaban cayeran.
—Usando sus palabras: “Despediré a Justin con una excelente carta de recomendación, que hará que nunca más consiga empleo en ningún lugar de este país”.
Abrí los ojos.
—No puede hacer eso.
—Puede, Kimberly. ¡Puede y lo hará! A menos que tú ayudes.
—¿Cómo?
Él exhaló fuerte.
—Conseguí convencer a Héctor de no entrar en acción antes de hablar contigo. Él estuvo de acuerdo en olvidar lo ocurrido si tú acabas con la farsa.
—No puedo hacer eso —mi voz falló—. Amo a Justin, Clóvis. No puedo abandonar a mi marido ahora.
Me observó atentamente y soltó una exclamación.
—Eso complica todo, Kimberly. Pero, si eso es verdad, si tú realmente amas a Justin, piensa en lo que es mejor para él. ¿Cómo cuidará de su hermano sin tener empleo?
Mis ojos casi se salen de órbita.
—Sí, Kimberly, estoy al tanto de que el hermano menor depende de Max.
—No permitas que hagan nada contra Justin —me escuché diciendo—. ¡Por favor!
Clóvis se levantó lentamente y me rodeó, hasta posar una mano gorda en mi hombro. Sentí un escalofrío cuando me tocó.
—Es por eso que estoy aquí. Sepárate de Justin, por su bien. Pídele el divorcio y acaba de una vez con este matrimonio de fachada. Así tendrás todavía oportunidades de recuperar tu herencia algún día, Kimberly. Te garantizo que Héctor no hará nada contra Justin mientras yo sea el cuidador de tu herencia.
—¿Por qué Héctor me odia tanto? —me cubrí el rostro con las manos—. ¿Cuál es su problema? No iba a destituirlo de su cargo de presidente, Clóvis. ¡Cuando yo asumiera la herencia, iba a dejar todo como está!
—¿Tú crees que es por eso? ¿Qué Héctor está tan empeñado en desenmascararte solo para no perder la presidencia?
—¿Y qué más podría ser? Es la única explicación lógica que veo. No puede estar preocupado con mi bienestar, ¿no es así?
Clóvis arrugó la frente.
—Eso es muy grave, Kimberly. Si Héctor está haciendo todo esto solo para continuar al frente del conglomerado, es porque esconde algo.
Una señal de alerta se encendió en mi cabeza.
—¿Qué dices? —me giré en la silla.
Las cejas de Clóvis se juntaron.
—Es solo una sospecha que se me ocurrió ahora. Creo que… No puedo acusar a nadie sin tener pruebas. Necesito investigar mejor antes de levantar falso testimonio. Héctor es mi amigo, en definitiva. Pero, si está actuando de forma ilícita, es mi deber detenerlo. Para eso, voy a necesitar tiempo. Si fuera ese el caso, si Héctor tiene algo que esconder, tal vez pueda encontrar una forma de alejarlo por un tiempo, pero tú me tendrás que ayudar.
—¿Cómo?
Él suspiró.
—Haciendo lo que Héctor quiera que hagas. Tienes mucho que perder. Justin tiene todo a perder. ¿Puedo contar contigo? ¿Finalmente trabajaremos juntos?
Me hundí en la silla. No pude contener las lágrimas, que caían en un torrente desenfrenado. Analicé las posibilidades que tenía. No podía pensar en nada, razonar correctamente. No quería pactar con Héctor, pero no podía permitir que Justin perdiese el empleo que ayudaba a toda su familia. Me maldije por no haber notado las verdaderas intenciones de Héctor en su cara.
—S-sí —lloré—. Me alejaré de Justin.
—Buena chica —murmuró, juntando sus cosas—. Hablaré con Héctor ahora mismo. No te preocupes más por él. Cuidaré de todo para ti.
No podía permanecer más allí. Necesitaba respirar, necesitaba… a Justin.
Recomponiéndome de la mejor manera que pude, decidí buscarlo a los tropiezos.
El abuelo insistió para que le contase a él sobre la confusión en la cena del Comex, y eso realmente ayudó. Tal vez esta situación fuera parecida. Tal vez Justin supiera qué hacer, me ayudara a pensar en algo. Mientras, no lo encontré en el sector nueve.
—Justin fue hasta la sala de fotocopiado —me dijo Paulo—. ¡Esos australianos están acabando con nuestros nervios! No paran de pedir copias de todo. Eh, ¿tú estás bien?
—Sí. Gracias, Paulo. Solo necesito hablar con él.
Seguí por el corredor con los ojos hinchados, sin realmente darme cuenta de las miradas curiosas a mi alrededor. La puerta de la sala claustrofóbica estaba cerrada. Entré sin llamar, esperando que Justin estuviera allí y pudiera contarle todo.
Agradecía cuando abría la puerta y lo vi, pero, un segundo después, me sentí como si me estuviera derrumbando. Estaba acompañado. En realidad, estaba muy ocupado, sosteniendo a Vanessa por los hombros. Las manos de ella luchaban con los botones de su camisa, la boca embadurnada de pintalabios estaba hundida en su cuello. Justin la sostenía con fuerza, no podía entender si para alejarla o acercarla a él. Cuando finalmente me vio, sus ojos se volvieron un tono más oscuro.
—¡Kimberly, no! No es nada de lo que estás pensando —dijo él, dando un empujón nada gentil a Vanessa.
Ella trastabilló, sonrió y se enderezó, cerrando los botones de la blusa con deliberada lentitud.
—Ah, Justin, que disculpa horrible —se burló—. ¡Ella nos vio!
—¡Cierra la boca, Vanessa! Solo… —bufó él, mirándola con algo parecido al desprecio y furia. Después volvió los ojos para mí y se acercó, solo un paso.
Sabio de su parte. Yo estaba un poco fuera de control y no sabía de lo que sería capaz si alguien me tocaba en aquel instante.
—No es lo que parece —trató.
Apenas observé la escena: Vanessa alisando su falda, el rostro y el cuello de Justin sucios de pintalabios rojo, la desesperación en sus ojos. Por un momento, contemplé la hipótesis de aplastar la enorme cabeza de Vanessa con la tapa de la fotocopiadora. Pero de alguna forma me contuve. Tenía serios problemas en aquel momento, y ella no pasaba de una molestia menor.
Abandoné la sala de la misma forma que entré: muda y con los ojos hinchados. Corrí para coger mi bolso y bajé las escaleras lo más rápido que pude.
Justin me seguía. Cuando alcancé la calle, me agarró por la cintura, deteniéndome.
Lo empujé, sin obtener mucho éxito. Golpeé su pecho descargando mi rabia, llorando y rugiendo al mismo tiempo, tratando de calmarme.
—¡Fue una trampa! Jamás haría algo para lastimarte. ¡Jamás! ¡Necesitas confiar en mí! —imploró él con los ojos locos, sosteniendo mis muñecas y tratando de hacer que me detenga de golpearlo—. Acabo de conquistarte, ¿crees realmente que echaría todo a perder?
Quería decir muchas cosas, pero no pude. Me ahogaba con palabras, con sentimientos, con imágenes horribles: él sosteniendo a Vanessa, Marcus en su silla de ruedas, Héctor y su maldad, mi abuelo en un cajón, Clóvis anunciando el fin de mi matrimonio. Era mucha información. Héctor era un golpista, un chantajista, un demonio. Vanessa era lo que siempre fue, una vaca. Y Justin era el hombre que amaba, oliendo a perfume barato y con el rostro manchado por un pintalabios que no era mío.
Tiré de mis brazos, librándome de los suyos.
—¡No me toques!
En ese momento, un autobús en la parada comenzaba a arrancar. Alcancé la puerta antes que Justin me impidiera subir.
—¡Kimberly! —gritó, parado como una estatua, pareciendo tan desorientado que más lágrimas brotaron de mis ojos.
Me acomodé en uno de los asientos, agradecida de tener un lugar para sentarme, y lloré mucho. El cobrador me miraba confuso, los pasajeros fingían no notar mis sollozos. Circulé por la ciudad durante mucho tiempo, tonta y confundida, sin saber qué hacer o a dónde ir.
Mi móvil sonó varias veces, pero lo ignoré. Sabía que debía ser Justin queriendo explicarse. Cerré los ojos muchas veces, con la esperanza de poder dormir y el abuelo apareciera para decirme lo que debía hacer, pero aparentemente no era así como la cosa funcionaba.
El sol comenzaba a bajar y no tenía idea en qué parte de la ciudad me encontraba. Recordé la tarde del domingo, como Justin se abrió, mostrándome su alma y haciéndome amarlo aún más. Recordé la cena con su familia, cómo fue valiente enfrentando el enojo de sus padres y la ira de su hermano con la cabeza alta. Recordé la noche del sábado, el beso apasionado, el baile, la entrega. De su rostro asustado cuando abrí la puerta de la sala trece, de la sonrisa cínica de Vanessa, de los ojos tristes de Clóvis. Todo de mezclaba en un vórtice confuso, y no podía mantener una línea de razonamiento.
Recé en silencio, pidiendo que alguien allá arriba me enviara una señal y me sacara de aquella agonía, pero nada sucedió. El vehículo redujo la velocidad para que alguien bajara. Mirando por la ventana, vi, posada en el palo de la parada de autobús, una mariposa. Azul.
Descendí de prisa, sin tener idea de dónde estaba.

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