◇Capitulo: 24◇

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Maratón: 4/5

—¿Kimberly? —Justin  me llamó, golpeando la puerta del baño—. Estoy acabando de arreglarme el pelo. ¡Sólo un minuto! —Decidí no hacerme nada especial con el cabello esta noche para la cena con Justin. Pero dejarlo suelto, perfectamente liso y natural llevaba algún tiempo. Apagué el alisador del pelo y lo peiné por última vez. Me miré en el espejo y quedé satisfecha con el resultado.
Cerré más firmemente la bata negra y abrí la puerta.
Justin  había salido una hora antes. Dijo que necesitaba resolver un problema de última hora, pero que volvería a tiempo.
—Me visto en dos segundos... ¡hey! ¡Terminaste pronto! —Exclamé una vez que lo vi con su traje oscuro perfectamente planchado y totalmente sexy.
Parecía sacado de un anuncio de revista.
—No hay mucho que pueda hacer para mejorar —dijo él, pareciendo sincero en su modestia, lo que era absurdo, ya que Justin  era todo eso. Cualquier actor de Hollywood mataría por tener esa cara, ese cuerpo, o la voz, o los cabellos... —Estás muy hermosa.
Sonreí.
—Imagina el revuelo que causaré cuando aparezca en el restaurante vestida así... —bromeé. Como respuesta, él me sonrió—. Estaré lista en un minuto.
—No hay necesidad de apresurarse. Estamos bien de tiempo.
—De acuerdo. Ya vuelvo.
Justin  estuvo un poco distante durante todo el día, no es que alguna vez hubiera estado cerca. Muy bien, yo estaba borracha la noche anterior y medio lo ataqué, pero no tanto como para no saber lo que hacía. Sentí mi cara arder cada vez que me acordaba cómo había jugado con él y como él me había rechazado.
Avergonzada hasta la médula, me obligué a pedirle disculpas por la mañana, mientras tomaba su café negro. Mi estómago se revolvió al sentir el olor y mi lengua seca salivó desagradablemente.
—Justin, lo de anoche, yo...
—Lo sé.
—No sé qué me pasó. Creo que...
—Sí, lo sé. No te preocupes. Está bien.
—Vaya, Justin —suspiré profundamente y sonreí—. Estoy aliviada de haber tenido esta conversación contigo.
Después de eso, él actuó como si nada hubiera pasado, y, por supuesto, yo hice lo mismo, pero me dolió un poco la forma en que parecía querer mantenerse lejos de mí.
Me colé en mi habitación tirando la bata al suelo y buscando unos zapatos a juego con el vestido que había usado en la boda, lo único más elegante que traje de mi antigua vida. No había tomado muchas cosas del abuelo. Pensé que, como fui desheredada, no necesitaría ropa formal mientras fuese, tenía que admitirlo de una vez, pobre.
Soy pobre.
Aceptarlo no tuvo el efecto que esperaba. No me sentí mejor al admitir mi nueva posición. Me encogí de hombros y me senté en la cama, aplastando una bolsa.
—¿Qué...? —Yo no había dejado nada allí. De hecho, ni siquiera reconocía esa bolsa de color arena decorada con letras rojas. La tomé con cuidado, cogí el paquete envuelto en papel de seda y desenvolví lentamente hasta ver aparecer un delicado vestido negro. Me quedé boquiabierta cuando lo reconocí.
Corrí hacia la puerta, pero me detuve a tiempo, antes de aparecer delante de Justin  utilizando sólo unas bragas. Me puse la bata y rápidamente fui a la sala.
—¿Qué es esto? —pregunté. Él estaba revolviendo en sus CDs. No se movió cuando dijo:
—Creo que se llama vestido.
—Sé que es un vestido. Lo que me pregunto es que estaba haciendo en mi cama.
—Creí que querías este vestido...
—Esa no es la cuestión. Es precioso, Justin, pero no lo puedo pagar. —Era molesto ver la forma en que evitaba mirarme.
—No lo harás. Es un regalo, Kimberly. Deberías comprobar si acerté con la talla.
—¡Justin! ¿Quieres hacer el favor de mirarme? —Exigí airadamente.
Él dejó la pila de CDs y poco a poco se volvió. Sus ojos eran vacilantes.
—¿Por qué me compraste este vestido? —Le pregunté.
—Porque quise —se encogió de hombros, tocando una de las cajas de CD sobre el estante.
—Cuesta más que tres meses de mi salario. Es demasiado caro. Esto es...
—miré el vestido en mi mano, probablemente Justin  salió más temprano para ir buscarlo. Tragué saliva—. Es hermoso, pero no puedo aceptarlo.
—¿Y por qué no? Soy tu marido, puedo comprar lo que quiera a mi esposa. ¿Es eso un delito? —me preguntó más relajado, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Si estuviéramos casados de verdad, tal vez no. Pero sabes tan bien como yo que no somos más que… amigos que comparten un apartamento. No puedo aceptar —extendí el vestido para que lo alcanzase.
Justin  se pasó una mano por sus cabellos claros y suspiró. Dio unos pasos, hasta que su ancho pecho quedó a dos palmos de mi nariz.
—Kimberly, esta noche es importante para mí. Muy importante. Mucha gente respetable de la empresa en la que trabajamos va a estar ahí para evaluarme. Tú eres mi esposa, y a todos los efectos, eres mi reflejo —él sonrió.
—Pero...
—Quiero que todos te vean cómo eres realmente. Una chica hermosa y cariñosa que rara vez se deja ver, por qué se esconde detrás de su sarcasmo. Y ese vestido es sólo un regalo. No hay necesidad de preocuparse. No estoy teniendo ninguna extraña idea que vaya más allá de nuestro acuerdo pactado. Realmente no.
—Pero, Justin, yo...
—¿Llevarás este vestido como un favor a un amigo? Sólo para que me sienta más seguro. Ya estoy lo suficientemente nervioso. —Sus ojos brillaban tanto que casi me cegaron.
Por supuesto que no estaba teniendo ideas. Sólo quería mostrar a una mujer bien vestida. Nada más. Su gesto bondadoso no era más que un intento de sentirse más seguro.
—De acuerdo —convine con irritación—. Yo... Gracias por el vestido, voy... —y señalé mi habitación con el pulgar.
—Espero —sonrió.
Volviendo rápidamente a la habitación, me puse el vestido y me miré en el espejo. La talla y la caída eran perfectas. El escote era provocativo y elegante. Me puse los zapatos, unas sandalias negras, simples, medio retro, agarré el bolso de mano de croché y regresé a la sala. Justin  me saludó con una enorme sonrisa mientras me examinaba. Me sonrojé un poco. Él siempre conseguía hacer eso, hacerme sentir desnuda cuando me miraba.
—Hermosa —suspiró.
Yo sonreí, un poco avergonzada.
—Gracias. Estoy lista.
—No —Él se aproximó, con sus ojos fijos en los míos, y extendiendo la mano, tocó mi hombro. Me quedé sin aliento cuando sus cálidos dedos acariciaron mi piel sensible, pero luego, con una sacudida repentina y un tic, me dejó ir—. Ahora sí estás lista —y me mostró la etiqueta que acababa de arrancar.
—Ah.
Sonriendo, el indicó con su brazo que fuese delante.
Justin  estaba tenso mientras conducía por la ciudad, aún más silencioso que de costumbre. Cuando estacionamos frente al Restaurante francés elegante y snob, odiaba el Le Jacques desde que fui invitada a marcharme después de una disputa con el chef Jean-Jacques, que había insistido en poner crema batida en mi mousse de chocolate, cuando él sabía que yo odiaba la crema batida. (Recé para que a nadie se acordase del incidente). Justin  se adelantó al portero y corrió a abrir la puerta. Se quedó a mi lado, se pasó la mano otra vez por el pelo, se enderezó la corbata por enésima vez y expiro con fuerza absurdamente tenso.
Cogí su mano y entrelacé mis dedos con los suyos, tratando de calmarlo.
Él pareció sorprendido.
—Todo va a estar bien, Justin  —le aseguré—. Nadie es más tradicional o más responsable que tú en esta empresa.
Sonriendo, apretó mis dedos suavemente.
—Gracias, Kimberly —y empezó a guiarme por el salón decorado con mucho oro, flores y delicados encajes, sin soltar mi mano.
El abuelo Steeven  se reunía aquí a menudo con la Junta Directiva de sus empresas. De inmediato, reconocí todos los rostros que formaría parte de la reunión. Gerson Ribeiro, un aburrido con mirada de superioridad, Ivan Andrade, un hombre de mediana edad con cara de estreñimiento y Heloisa Shutz, la única mujer de la Junta Directiva, elegantemente vestida con un traje profesional, con ojos rápidos y astutos que enmascaraban sus casi cincuenta años.
Saludé a todos con mi mano libre. Cuando Justin  trató de hacer lo mismo, sólo cambió una mano por la otra sin soltarme. Otros tres empleados estaban también en la mesa: Jeferson, el tartamudo con su esposa embarazada, y otros dos hombres —también con sus esposas— que nunca se molestaron en darme los buenos días.
Alguien tocó mi hombro. Hector Simione, el actual presidente de G&G Cosméticos.
—No sabes lo feliz que estoy de verte de nuevo, Kimberly —dijo, con una mirada inquisitiva que conocía desde la infancia. Él fue, durante mucho tiempo, vicepresidente de J & J y amigo de la familia. Después de la muerte del abuelo, asumió la presidencia dejada para él. Su piel aceitunada contrastaba con el pelo gris, casi plateado a los lados de la cabeza. Tuve la impresión de que asumir la presidencia de J & J había contribuido al aumento de sus canas.
—Yo no estoy tan segura de eso —murmuré, recordando la amenaza implícita que me había hecho al verme en J&J mi primer día de trabajo.
Justin  me dio un codazo, reprochando mi comentario y me apartó de allí.
—Perdón por el retraso —se disculpó Clóvis, irrumpiendo en el ostentoso salón del Le Jacques—. El tráfico era terrible. Buenas noches, caballeros, señoras.
Enrojecí cuando sus ojos se posaron en mi mano entrelazada con la de Justin.
—Kimberly —me dijo con una sonrisa.
—Clóvis —traté de sonar confiada.
—Parece que decidiste no seguir mi consejo —dijo sonriendo—. No llamaste.
—Nunca fui muy buena siguiendo consejos, ya lo sabes.
—Eso es cierto —él sonrió, pero parecía preocupado.
—¡Justin! —Llamó Hector—. ¿Podrías explicar a Heloisa los nuevos contratos con los árabes?
Justin  me miró por un segundo antes de soltar mi mano y unirse a los directores de J&J.
Clóvis se quedó a mi lado.
—Tengo la impresión de que no entendiste lo que te dije —murmuró.
—Entendí perfectamente Clóvis. Fuiste muy claro.
—Tal vez no tanto como yo esperaba. Todavía insistes en esta farsa.
—No es una farsa —le respondí de inmediato.
—Kimberly, estoy realmente sorprendido por tu obstinación. Este capricho tuyo puede ser perjudicial, ya te lo dije. Deberías aceptar mi consejo, o me veré obligado a...
—¿A qué, Clóvis? ¿Me vas a mandar a una escuela en Suiza? Ya superé esa edad hace mucho tiempo... —me burlé.
Él suspiró exasperado, sacudiendo la cabeza.
—Eres imposible. Tu abuelo tuvo cierta razón al escuchar los consejos de Héctor.
—¿Qué consejos?
—Sobre el testamento. ¿No te conté que fue él quien le sugirió nombrar un tutor hasta que estuvieras casada? —Sus cejas se arquearon.
—No, no me lo contaste, pero me lo vas a contar ahora —me volví, quedando frente a él.
—Vaya, lo siento, Kimberly —se quitó las gafas, se frotó los ojos y exhaló enojado—. Estoy bajo mucha presión.
—De acuerdo. Ahora habla.
—Cuando llamaste desde Ámsterdam contando que estabas en la cárcel, una vez más, tu abuelo Steeven  se puso realmente furioso —recolocó sus gafas sobre la nariz—. Estábamos cenando en este mismo restaurante, tu abuelo, Hector y yo. Después de pedirme que me pusiera en contacto con sus abogados para sacarte de la cárcel, se quejó diciendo que tenía que hacer algo acerca de tu falta de madurez.
—¿Y...?
—Hector mencionó un amigo con un caso similar. Tu Steeven  lo meditó y me pidió que hiciera un nuevo testamento allí mismo, en la mesa. Traté de razonar con él, lo juro por mi honor. Pero tu abuelo estaba muy decepcionado contigo. Y, además, Hector encontró un arreglo muy conveniente y comenzó a hacer hincapié en los beneficios que esto te traería...
—O a él —completé sorprendida, y finalmente, comenzando a entender algunas cosas—. Al final, el asumió el puesto del abuelo Steeven.
Clóvis frunció el ceño, desconcertado.
—¿Qué quieres decir? —me preguntó.
—Nada. Sólo estoy tratando de entender. Ese testamento no era cosa de mi abuelo. No creo que lo hiciera por su cuenta, por muy enojado que estuviera conmigo.
—Kimberly, lo hizo. Yo estaba allí. Lo hizo por voluntad propia.
Asentí con la cabeza por costumbre. ¿Qué beneficios obtendría Hector además de asumir el mando del Conglomerado Jones y tener océanos de dinero bajo su control?               Muy bien, yo nunca moriría por Clóvis, ni él por mí, pero no tenía ninguna razón para desconfiar de lo que me decía. El abuelo confiaba en él, y eso era razón suficiente para que yo también confiase.
—Todo lo que quiero es que seas feliz —dijo—. Se lo debo a tu abuelo. Así que para con esa mierda y actúa como una adulta. Era lo que tu abuelo esperaba de ti —y se alejó, uniéndose al pequeño grupo de hombres trajeados.
Me llevó algún tiempo tratar de asimilar lo que Clóvis trataba de decirme con todo aquello, pero entonces todos comenzaron a sentarse en sus lugares y Justin  volvió a ponerse a mi lado y darme la mano.
Inmediatamente dejé esos temas desagradables para más adelante. Él apretó mis dedos varias veces, nervioso, agitado, sin embargo, estas emociones estaban muy bien ocultas bajo su expresión seria y profesional .
—Vamos a terminar con el suspense de una vez. —Anunció Hector cuando llegaron las bebidas—. Creo que los cuatro ya están bastante tensos. El Consejo de J & J analizó las carreras de cada uno de ustedes, y quedó claro que todos tienen la capacidad para dirigir el departamento de comercio exterior. Desafortunadamente, sólo uno puede asumir el cargo. Eso no significa que no puedan tener un futuro brillante en la empresa. Como ustedes saben, empresas diversificadas forman el Conglomerado Jones, y a su debido tiempo necesitaremos personas capaces de dirigirlas. Con una votación cerrada, acabamos en un punto muerto —continuó—. Dos de ustedes recibieron la misma cantidad de votos.
Decidimos que Justin  Bieber y Jeferson Diniz son igualmente capaces de asumir el cargo de director de la Comex. Por eso, Mr. Clóvis Hernández, representante legal del fundador de la compañía, tiene la última palabra —él señaló al abogado—. Clóvis, está en tus manos.
Justin  se tensó a mi lado, esperando el veredicto, pero yo me relajé. Él era el más indicado, y Clóvis lo sabía.
—Dos jóvenes talentosos y exitosos. Ambos muy capaces y dedicados a la empresa. Es extremadamente difícil elegir. Sin embargo... —Justin  apretó mi mano ligeramente —Jeferson tiene un poco más de experiencia y creo que se merece dirigir el departamento.
La decepción apareció en la cara de Justin  con la misma velocidad con la que desapareció. Encaré a Clóvis completamente desconcertada, pero él evitó mi mirada.
—Jeferson, usted es el nuevo director de la Comex.
Todos en la mesa aplaudieron el nuevo director. Incluso Justin.
—¡Protesto! —Me oí decir.
Oí algunas risas.
—Kimberly, ¿qué estás haciendo? —Murmuró Justin.
—Kimberly, querida —Hector sonrió—. Esto no es un juicio. Se trata de un encuentro entre amigos.
—No es lo que parece —insistí, mirándolo fijamente—. Sinceramente Hector, dudo que mi abuelo actuara del mismo modo que Clóvis o que cualquier persona presente. Si alguien sabía cómo pensaba, ese alguien soy yo. Creo que tengo derecho a expresar mi opinión. Al Abuelo Steeven  le gustaría oír lo que yo tengo que decir. Él siempre quería escuchar mis opiniones.
—Por supuesto que lo haría, Kimberly —explicó Hector, un poco a regañadientes—. Nosotros también. Pero no en una reunión de la Junta Directiva. Después de recuperar tu derecho como heredera, estaremos encantados de escuchar tus ideas. En estos momentos, la decisión fue tomada y debe ser acatada.
—Pero... pero... —Miré alrededor de la mesa. Estaba haciendo el ridículo—. Ok. Está bien. Recuperaré mi herencia. En breve. —Miré a Hector obstinadamente. Él ni siquiera parpadeó—. Y entonces muchas cosas serán diferentes por aquí. Mi abuelo le dio mucho poder a aquellos que no se lo merecen. Apuesto a que él no conocía a las serpientes venenosas que mantenía a su lado.
—Específicamente, ¿a quién te refieres? —preguntó Hector.
—A nadie.
Clóvis sonrió.
—Ella se parece a su abuelo —comentó—. Kimberly  realmente tiene la sangre de los Jones.
—En efecto. Steeven  también tenía una fuerte opinión sobre cualquier tema... —Hector sonrió nostálgico, y entonces ambos empezaron a recordar animadamente los "recuerdos de viejos amigos", ignorándome por completo.
Bebí mi copa de vino. Y luego otra. Y algunas más. Yo no estaba contenta.
Estaba furiosa. ¡Más que furiosa, estaba en llamas! ¿Cómo tuvo Clóvis el coraje?                Yo sabía lo que estaba pasando allí. Se había cabreado cuando Justin  se enfrentó a él en la cafetería de J&J. Miré a sus ojos y apreté los puños. E incluso insinuó a Justin  que me estaba exigiendo favores sexuales para mantener nuestro matrimonio, lo que era un disparate. Clóvis tuvo una impresión equivocada de Justin, completamente equivocada. Pero, ¿vengarse de esa manera? ¿Qué edad tenía? ¿Ocho?
Esto es lo que debería hacer: levantarme, mirar a cada una de las caras de la mesa y decir con voz tranquila y contenida que Clóvis sólo eligió a Jeferson para castigar a Justin  por haberlo desafiado. Eso es lo que debería haber hecho.
Pero entonces Justin  sabría que su ascenso naufragó gracias a mí, aunque fuese indirectamente.
Él me odiaría. Peor aún, lo decepcionaría.
La cena continuó con conversaciones sueltas y relajadas, incluyendo a Justin  que participó entusiasmado, pero yo podía imaginar lo mucho que le costaba. Clóvis me miraba furtivamente de vez en cuando, y sonreía con pesar.
No toqué la comida. Pensando en Marcus, en como la promoción de Justin  ayudaría a mejorar su tratamiento, o al menos su comodidad, y en lo mezquino que fue Clóvis, lo que me revolvió el estómago. Yo bebía una copa de vino tras otra y miraba fijamente al terco y robusto abogado esperando que mi rabia lo quemase.
—¿Por qué has hecho eso? —le pregunté en un susurro.
—Lo siento mucho si el resultado no te gustó. Hice lo que consideré correcto —murmuró, avergonzado.
—No, no lo hiciste. Elegiste a Jeferson porque Justin  no va contigo.
—No, Kimberly  —él negó con la cabeza, agotado—. Escogí a Jeferson por ser más adecuado para el puesto. Mi desacuerdo con Justin  no tuvo ningún peso en mi decisión. —¡Como si yo me lo creyese!
—¡Vete a la mierda! —Me oí decir más alto de lo que pretendía y, a pesar de la conversación fluida que rondaba en la mesa, acabé atrayendo algunas miradas.
—¿Va todo bien? —Justin  me preguntó con suavidad.
No pude ver la decepción en sus ojos, la mantenía bien encerrada.
—No —murmuré de nuevo—. No estoy bien. ¡Nada está bien!
Él me miró inquisitivamente, pero Hector le preguntó algo que le hizo desviar los ojos. Yo casi no podía respirar. Necesitaba aire, necesitaba ayuda.
Corrí al baño, tropezando con unas cuantas mesas en el camino, aunque no me importaba. Cerré la puerta del baño decorado en más tonos de oro y blanco, y me apoyé en el gran banco frente al espejo.
¡Todo para nada! Todo el trabajo, el esfuerzo y la dedicación de Justin  en los últimos años no le valieron de nada.
Su sacrificio al casarse conmigo no le valió de nada. Todo lo que él había deseado simplemente se desmoronó ante todos. Si no me hubiese metido en su vida, él y Clóvis no habrían discutido y todo estaría bien.
—Todo es mi culpa. ¡Maldita sea! —Apoyé la frente contra el espejo y cerré los ojos, impotente. Entonces sentí la cosa más extraña del mundo. Me sentí como si alguien —no cualquier persona, pero alguien concreto, alguien que yo sabía que jamás volvería a hacerme aquello— acariciaba mi cabello. Era tan real, tan familiar, que abrí los ojos al instante, sólo para tropezar con mi propio reflejo.
Yo estaba absolutamente sola.

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