◇Capitulo: 34◇

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La noche no salió como había esperado. Justin no me besó, ni nada de eso, pero no fue un fracaso total. Aquellos momentos fueron preciosos, demasiado íntimos para ser simplemente amigos. Era como si finalmente, hubiera conseguido perforar su armadura y, a través de esa pequeña grieta, algo mágico nos conectara.
Sentí el impulso de contarle todo. Todo. Mis sueños, mis temores, mis problemas, lo que Clóvis había dicho sobre su carrera, mis sospechas con respecto a Hector, mis neuras sobre mis pechos pequeños, las conversaciones en sueños con mi abuelo... Sentía que ser honesta era la mejor manera de llegar a su corazón.
Pero ¿y si él no entiende? ¿Y si me odiara porque, indirectamente, perjudiqué su promoción y arriesgué su carrera? A toda prisa, me levanté de la cama, y decidí arriesgar lo poco que había conseguido e intentar algo más profundo, más sólido y tal vez más extraordinario.
No podía soportar vivir así, como si estuviese caminando por el filo de una navaja.
Encontré a Justin sentado en la mesa de la cocina con una pila de sobres en la mano.
—Buenos días, Bella Durmiente. ¿Has dormido bien? —me preguntó con una gran sonrisa. Casi desistí. Casi.
—Buenos días. Tengo que hablar contigo.
—Tenemos tiempo. ¿Por qué no te sientas a desayunar conmigo? —Él movió la silla para que me sentara a su lado.
Me senté rebotando en el banco alto. Mí coraje comenzaba a tambalearse.
Justin me dio una taza de café humeante y pan integral. Su dedo se deslizó sobre la mermelada de frambuesa. Él llevó su dedo a la boca y lo lamió, dejándome, durante aproximadamente diez segundos, en éxtasis. ¡Mi Dios, mi marido era sexy!
Respiré hondo e intenté comenzar.
—Justin, quería hablar contigo acerca de un tema muy molesto.
—Está bien... ¡Eh, mira! —exclamó, mostrándome un gran sobre del Conglomerado Jones—. ¡Hector me invitó a la fiesta anual del Conglomerado! Esto nunca había sucedido antes. ¿Significará algo?
—Puede ser. Hector te conoce a ti y a tú trabajo. —O tal vez quiera evaluar más de cerca nuestra relación—. Pero volviendo al asun...
—Aquí dice que mí esposa debe estar presente —él sonrió, seductor. ¡Como sinecesitara esforzarse para seducirme!— ¿Me harás el honor? Es el sábado.
—Uh... Está bien.
—Todos los directores del Conglomerado Jones estarán presentes. Es un poco intimidante, pero también es una tradición.
—Lo sé, ya estuve en muchas fiestas como esa. De hecho, creo que en todas.
—El abuelo siempre me arrastraba con él desde la infancia. Pensaba que no había nada de malo en tener a una mocosa corriendo de un lado a otro, manchando con merengue los costosos vestidos de las mujeres.
—Ah, claro —de repente su buen humor desapareció y su rostro se endureció—. A veces me olvido de que eres la heredera de todo.
—Sólo iba a esas fiestas porque el abuelo era el dueño de todo, no yo. Realmente nunca fui invitada. Ni siquiera este año.
Su expresión se suavizó un poco.
—Bueno, te estoy invitando. Por supuesto, siempre que no te avergüences de aparecer ante todo el mundo en compañía de un plebeyo —apuntó.
Me tomó un segundo más de lo necesario entenderlo. Justin nos estaba separando por la clase social. Así que mi voz fue muy chillona cuando gruñí:
—¿Eh?
—Tú eres la élite. Los periódicos te llamaban la princesa del Conglomerado hasta hace poco —él desvió la mirada hacia su café.
—Sí, a ellos también les gustaba utilizar el término chica problemática y recientemente fui degradada a Cenicienta. ¡Yo no soy de la élite ni nada parecido! Nunca lo fui —dije nerviosamente.
—¡Lo recuperarás todo pronto, todo lo que era de tú abuelo, y ocuparás su lugar! —dijo Justin con una voz distante.
—¿Y eso es malo? —inquirí.
—No. Por supuesto que no —suspiró pesadamente—. Te mereces todo lo mejor que la vida te pueda ofrecer, Kimberly.
—No puedo evitar haber nacido rica, Justin —murmuré.
—Lo sé. ¿De qué me querías hablar antes? —Cambió de tema, visiblemente molesto—. ¿Qué querías decirme?
—Uh... eh... yo... —¡Habla! ¡Dilo de una vez! Acaba con esto de una vez por todas—. Yo... ¿Crees que podremos ir al teatro un día de estos?
¡Oh, Dios! Por favor, no dejes que me pregunte nada más. Por favor, recé. No podía haber nada más entre nosotros. No con esa estupidez de la diferencia de clase social. Además, ahora, yo era tan pobre como él. De hecho, mucho más. Y Justin no era pobre de verdad, simplemente no era rico, por así decirlo. Y contarle que yo contribuí a no mejorar su condición social, no iba a ayudar en absoluto ¿verdad?
—Creo que sería genial. Escoge tú una obra. Te confieso que no tengo ni idea de lo que está en cartelera.
Asentí mordiéndome el labio, detestando engañarlo, lo que no era nuevo para mí. Mentir, ya formaba parte de lo que era, pero algo había cambiado con Justin.
—Yo... —señalé con el pulgar hacia mi habitación.
—Espero. —Él sonrió, pero era una sonrisa triste.
Tenía que apresurar las cosas, tenía que conseguir seducir a Justin, y hasta me imaginaba cómo, aunque me ruborizaba con sólo pensar en ello. Quedé con Lily después del trabajo para que me ayudara con mí plan de seducción.
Al salir de la oficina, Justin me dejó en el café. Dijo que tenía asuntos que atender, pero me pidió que lo llamara si necesitaba que me llevara.
—Él siente algo por ti —dedujo Lily después de narrarle los últimos acontecimientos—. Está claro que algo siente. Enfrentemos los hechos, Kim. Justin es muy íntegro. No va a faltar a su palabra. Ustedes acordaron no tener contacto físico, y apuesto que hará todo lo posible para evitarlo. Y, por supuesto, se siente abrumado ante la fortuna que te espera. Cosas de hombres. Super normal.
—No creo que sea normal. Necesito apresurarme, hacerle saber lo que siento por él, pero sin ser demasiado directa. No quiero asustar a Justin... mucho.
Decidí probar tú táctica.
—Ya tardabas —dijo, tomando un gran sorbo de su capuchino.
—Voy a necesitar un préstamo de tu tarjeta de crédito. Estoy en números rojos Lily. Lo siento.
—No hay problema —sonrió ella, animada—. ¿Qué será, tiendas o sex-shop? ¡Oh, Dios!
—No me puedo creer que vaya a hacer esto —murmuré avergonzada, sacudiendo la cabeza.
—Lo que yo no puedo creer es que tardaras tanto en tomar esta decisión. Yo en tú lugar, ya me habría convertido en una mujer fatal hace mucho tiempo.
—Necesito que dé resultado Lily. Han sucedido algunas cosas esta semana... —le hablé de Vanessa y de que Hector había sido informado sobre mí matrimonio de mentira. Y me acordé de que Lily había tenido un papel importante en ello—. No me puedo creer que le contaras a Breno que mi matrimonio era una fachada. ¡Caramba, Lily! Me lo complicaste todo!.
—Oh Kim, perdóname. Se me escapó. No quise decir nada, pero cuando me di cuenta, ya lo había dicho. —Sí, lo podía imaginar. Lily vivía haciendo este tipo de cosas, hablar sin pensar hasta que era demasiado tarde y después lo liaba todo cuando intentaba solucionarlo. Nunca lo solucionaba—. Le pedí a Breno que no contara nada a nadie, te lo juro, pero...
—Obviamente no te escuchó.
—Perdóname —su rostro adoptó una expresión de culpa tan dolorosa que me rompió el corazón. Suspiré.
—Está bien, Lily. No importa. Pero, por el amor de Dios, habla con él de nuevo y explícale que nadie más puede saber esta historia.
—Lo haré. Lo siento mucho. Kim. No debería haberle dicho nada. Pensé que era seguro —murmuró, bajando los ojos—. Estoy segura de que Breno no lo hizo por mal. Nunca te haría daño a propósito. Y yo tampoco.
—Lo sé —suspiré, desanimada por no ser capaz de estrangular al novio de mí mejor amiga, como me gustaría—. Tengo miedo. Vanessa no tiene poder para hacer nada, pero Hector... es muy inteligente. Incluso invitó a Justin y a mí a la cena anual del Conglomerado. Creo que está planeando algo. Necesito un plan B. Yo he estado pensando en tú idea de desafiar a mí abuelo. ¿Crees que tú abogado podrá incluso ayudarme a anular ese testamento?
—Lo creo. Boris es una fiera para estas cosas.
—Entonces, consígueme una cita, pero no le digas nada a Justin. Por lo menos hasta que le explique todo lo que está sucediendo. Si quieres, ve con Breno.
—Como si no supiera que lo haría de todos modos—. Pero adviértele que si abre la boca de nuevo, le arrancaré los ojos.
—Si él quiere ir. —Se encogió de hombros.
—¿Pelearon de nuevo?
—No. Pero ayer finalmente me llevó a conocer a su hermana —me confió, haciendo una mueca.
—Y por tú cara fue un encuentro tenso.
—Como mínimo —suspiró—. Bruna, mira que original. Bruna y Breno —ella reviró los ojos—. Bruna trata a su hermano como a un bebé, y definitivamente no le caí bien. Dijo que le estaba robando la inocencia a su hermano pequeño.
Me reí en voz alta.
—Pues sí —continuó—. Entonces ella estuvo analizando todos mis movimientos, y cada vez que Breno me tocaba sentía que estaba a punto de saltar sobre mí y a estrangularme en el suelo del comedor.
—¡Dios mío! Y Breno, ¿qué dijo?
—Trató de convencerme de que su hermana es muy posesiva con todo, que le tengo que dar tiempo y que terminará aceptándome. Pero yo no necesito que ella me acepte. No necesito que nadie que me acepte. Sólo espero que él también sienta de esa manera y que no necesite la aprobación de nadie —echó su largo pelo negro hacia atrás, resoplando ligeramente, y cambió de tema—. Pero cuéntame. ¿Cómo es que eres la nueva estrella de la compañía?
Puse los ojos en blanco y le conté los detalles de mi adquirida nueva popularidad. La tensión que flotaba en el aire se desvaneció.
Breno la llamó unos minutos más tarde, y aunque ella trató de ser la reina de hielo, fracasó vergonzosamente y se derritió al teléfono. Suprimí una mueca cuando se convirtió en todo dulzura. Básicamente, creo que estaba un poco celosa.
Ojalá me pudiera derretir así con Justin. Y por supuesto, quería que él me correspondiese.
Al final, opté por ir de compras, lo del sex-shop era demasiado para mí, y fue Lily la que decidió lo que usaría esa noche, ya que yo no podía dejar de pensar que aquello era desesperante.
Ya era tarde cuando me dejó en casa, pero prometió llamarme si lograba hablar con Boris. La casa estaba en silencio cuando entré. Justin ya estaba en su cuarto con la puerta cerrada. Tomé una larga ducha, teniendo cuidado de hidratar cada centímetro de mí piel.
Un poco avergonzada, me puse el corto camisón negro con aplicaciones de encaje francés en los lugares estratégicos y me sentí como una idiota, por no saber si a mi marido le gustaba ese tipo de lencería. Alisé mi pelo con las manos y fui a la puerta, pero vacilé. Me miré en el espejo de nuevo, pensé en quitarme el camisón y reemplazarlo por mi cómodo pijama, pero Justin me había visto con él muchas veces y nunca se había sentido tentado de nada. O al menos nunca lo demostró.
Sintiéndome una mujer despreciada, desesperada y llena de artificios para tratar de seducir a mi marido, lo cual era totalmente cierto, me armé de valor para llamar a la puerta de su dormitorio. En menos de dos segundos Justin abrió.
Sin camisa.
Mis ojos se sintieron atraídos por su pecho, el abdomen plano como una tableta de chocolate, la pelusa allí existente. Por un momento glorioso, me olvidé de mi misión imaginándome escenas lascivas con ese hombre alto y fuerte, como un guerrero. En cómo sería colgarme de su cuello mientras él me tomaba en sus brazos y me tiraba en la cama salvajemente...
—¿Qué pasa? —preguntó.
Parpadeé, tratando de recordar cómo respirar.
—Er...
—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo? —preocupado, sus ojos buscaron los míos.
—Yo... —¿Qué estaba haciendo allí? Oh sí— ¡Cucaracha! ¡Hay una cucaracha en mí habitación. Enorme. ¡De este tamaño! —Abrí los brazos para ilustrarlo mejor.
Justin frunció el ceño, relajado y con ojos divertidos.
—¿Está segura de que no era un armadillo? Nunca oí hablar de que las cucarachas puedan alcanzar esas proporciones —se rió.
—¡Oh, era enorme! Más grande que un ratón. Tal vez era una rata. No la vi muy bien. No volveré a la habitación mientras esté allí —exigí.
—¡Salvaré a la frágil doncella! —bromeó, alcanzando la camiseta gris andrajosa y pasándola por encima de su cabeza, acabando con mí hermosa vista panorámica. Rápidamente entro en mí cuarto—. ¿Dónde viste la cucaracha?
—En el suelo. —¡Oh. Brillante!— Cerca de la cama. O tal vez cerca de la cómoda. No lo sé muy bien. —Era difícil precisar dónde podría estar mí cucaracha imaginaria.
Se agachó, examinando los rincones de la habitación. Me di cuenta de que todavía no me había mirado el cuerpo, alisé mí camisón, me moví el pelo para que me cayera sobre los hombros seductoramente y me apoyé en la puerta, tratando de lucir sexy e irresistible. No estaba orgullosa de lo que estaba haciendo, usar ese artificio no estaba en mi naturaleza, pero Justin exigía paciencia. Además, si funcionaba...
—No hay nada más que ropa sucia —tiró una falda en mí dirección y terminó golpeándome en la cabeza. Me deshice de la prenda, tirándola a cualquier esquina y me pasé los dedos por el pelo rápidamente para peinarlos.
—¿Está seguro? Yo la vi Justin. ¡Era gigantesca! —él buscó un poco más antes de darse por vencido.
—Se debe haber escondido en algún lugar. Mañana compraré insecticida, ¿de acuerdo? —dijo viniendo en mí dirección.
Levanté la cabeza para encararlo.
—Pero, ¿cómo voy a dormir con ese monstruo aquí? —murmuré desolada.
Estudió mi rostro por un momento y suspiró exasperado.
—De acuerdo, ya lo entendí. —Tomó mí almohada.
Tuve que contenerme de hacer el bailecito de la victoria, mientras que Justin me empujaba a su habitación. Finalmente estaba donde quería.
—Puedes dormir aquí —dijo.
—Gracias. Ni siquiera te darás cuenta de que estoy aquí —Sonreí amorosa, deseando todo lo contrario: que él notara, y mucho, mí cuerpo junto al suyo. Los beneficios del camisón empezaban a surtir efecto, y la tanga me estaba poniendo de los nervios.
Justin puso la almohada sobre la cama y tomó la suya.
—Buenas noches. —Comenzó a retirarse.
—¿A dónde vas? —pregunté, más alto de lo que pretendía.
—Voy a dormir en tú habitación. Por si la cucaracha aparece otra vez.
—¡Yo... no! —pero él ya había cerrado la puerta, dejándome allí con ese estúpido camisón (que ni siquiera había notado) y el corazón oprimido.
Caí en la cama y puse la almohada sobre la cabeza para ahogar un grito.
¿Por qué todo era tan difícil con Justin? ¿Cuál era su problema? Irritada, me senté sobre la sábana, golpeando la almohada para ahuecarla. Cerré los ojos.
—Creo que tus planes no van a dar resultado.
—¿Lo crees? —dije sonriendo, abriendo los ojos y tirando de la sábana hasta la barbilla, tratando de ocultar mi camisón nada recatado. Si se trataba de un sueño, ¿no podía estar usando algo menos escandaloso?—. No me había dado cuenta, abuelo.
Él se rió entre dientes.
—Tú problema, Kimberly, es querer resolver cosas importantes usando la mentira como arma. Nunca va a funcionar.
—No estoy de acuerdo. Decir la verdad siempre me ha creado problemas.
Lo sabes.
Él negó y su rostro se tornó más serio.
—No. Tomar la decisión equivocada te crea problemas, cariño. Y estás cometiendo el mismo error ahora, con Justin.
—¿Qué sugieres que haga? Voy a su habitación, quiero decir, a mí habitación, y le digo: “Justin, estoy completamente enamorada de ti.” Él se reirá. Me siento segura con él, abuelo, me siento protegida... y... no quiero echarlo a perder.  Deja que me encargue de mi vida amorosa, ¿de acuerdo? Háblame de la otra vida. ¿Es interesante? ¿Qué haces cuando no estás en mis sueños?
El Abuelo frunció el ceño.
—Tratando de mantenerte alejada de los problemas, eso es lo que he estado haciendo —gruñó.
—Ah. ¿Has tenido suerte...?
—No.
—Ya me lo había imaginado —suspiré—. ¿Sabías que Justin me hizo chantaje emocional para que no comprara la moto?
—Sí, y gracias a él, te libraste de un sermón —sonrió—. La estrategia sin táctica es el más lento camino hacia la victoria. Las tácticas sin estrategia son el ruido antes de la derrota.
Puse los ojos en blanco.
—¿Por qué hablas conmigo con refranes? Además, podrías haber elegido uno más sabio e interesante para citar. “Homero Simpson”, por ejemplo. ¡Sun Tzu4es muy molesto!
Su risa llenó la habitación.
—“Homero Simpson” es ahora un sabio —sacudió la cabeza con fingida indignación.
—Te encantaba Homero —le recordé.
—Eso no quiere decir que sea sabio. No debería ser un ejemplo para nadie.
—¡D'oh! —imité y el abuelo se rió de nuevo. No pude evitar reír con él, su risa siempre era contagiosa.
—De acuerdo. Él es un tonto a veces, yo dije que a veces, tiene momentos interesantes —sonrió.
—Nunca se me ocurrió que podrías encontrar a “Homero Simpson” realmente interesante —me burlé.
—Eh… yo era un hombre de muchas facetas. Tú no las conocías todas.
—¿Ah no? —pregunté intrigada. Él negó.
—Tú conociste mi lado paternal. Mi lado más perspicaz siempre se mantuvo lejos de ti.
Bueno, ya que él lo mencionaba...
—¿Por qué hiciste aquel testamento, abuelo? —observé atentamente su rostro desgastado por el tiempo.
Se puso serio, con la mirada perdida de una forma que me decía muchas cosas, y al mismo tiempo, no me decía nada.
—Cierra los ojos. Necesitas descansar. Tú abuelo te contará un cuento para que tengas buenos sueños.
—¡Pero ya estoy soñando! —señalé—. O... ¿no? —Él frunció el ceño.
—Cierra los ojos, Kimberly. No me quites este placer... —suspiré frustrada.
—¿Por lo menos tendrá un final feliz? —Me acomodé más en la almohada blanda.
—Lo descubriremos —respondió con evasivas, como lo había hecho durante toda su vida cada vez que trataba de anticipar el final de sus historias—. Había una vez una niña que vivía en un reino lejano y adoraba apostar a los caballos...
Con mi desilusión con respecto a Justin temporalmente olvidada, y las sábanas impregnadas con su olor envolviéndome, me fui durmiéndome con el sonido de esa voz que yo idolatraba. En menos tiempo del que pensaba, yo estaba lejos, feliz, casi flotando, vagando en la inconsciencia.

Se Busca Marido (Jb)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora