Maratón 1/3 Capitulo Cuatro. Parte II.

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Un desierto bajo un sol abrasador se alzó en su recuerdo. Los hombres y la maquinaria moviéndose a través de interminables millas de arena y calima bajo un cielo tan ancho y vacío que resplandecía bajo el sol del medio día como un estilete de acero inmaculado.

Kevin Powell, un duro y serio sargento, había tenido el valor, conocimiento y frescura de decirle a un teniente a la cara que lo estaba haciendo mal.

Justin sonrió levemente ante el recuerdo de aquel momento vergonzoso y enfurecido. Ya había sido bastante difícil admitir ante sí mismo que no sabía lo que estaba haciendo, pero que el sargento se lo dijera había sido especialmente humillante. Había hecho todos los esfuerzos posibles desde entonces por olvidarlo.

-¿Qué pasó? -pregunto por detrás de él.

El desierto volvió al pasado, donde pertenecía. Justin se dio la vuelta para mirarla.

–Era mi primer turno. Yo era joven y un *beep* -sacudió la cabeza lentamente-. Pero por suerte, no lo bastante *beep* como para no aprender. Cometí un error que nos podría haber costado la vida a mí y a mis hombres.

-¿Qué? -preguntó ella con curiosidad.

-Eso no importa ahora. Lo único que importa es que Kevin Powell me lo impidió a tiempo –recogiendo la copa, Justin se apoyó en el alféizar de cara a ella-. Kevin era el tipo de Marine que haría parecer una nena a John Wayne.

-Un poco intimidante, ¿no?

-Desde luego.

–¿Te caía bien?

Justin pensó en eso durante un largo minuto.

-¿Que si me caía bien el primer sargento? Lo admiraba a muerte –dijo por fin aunque aquello no era suficiente para explicar su relación-. Me enseñó mucho.

–Y sin embargo, no le recordabas.

–Yo nunca he dicho que no lo recordara. Sabía su nombre, pero no le había vuelto a ver en cinco años.

-Sin embargo...

Justin apretó más el frágil cristal. Bajó la vista hacia sus nudillos blancos y deliberadamente se obligó a relajarse. Inspirando para calmarse, contestó:

-Me acuerdo muy bien de la gente, _____. Cada vez que cierro los ojos, veo las caras con toda claridad. 

-¿Qué caras? 

-Las de los muertos.

_____ tomó aliento. Incluso bajo aquella pobre luz, vio ensombrecerse sus ojos. Dio un sorbo a su vino para pasar el repentino nudo que sentía en la garganta.

¿Qué podía decir? Le contempló un largo instante y supo que ya no estaba con ella en la habitación. Con las facciones contraídas, estaba inmerso en sus recuerdos, unos recuerdos que ella le había obligado a revivir.

De repente, _____ deseó acercarse a él, deslizar las manos por sus hombros y consolarlo como a un niño perdido.

Pero él no era un niño.

Y los sentimientos que despertaba en ella no eran completamente altruistas. Ni maternales. Bajo el suave brillo de la lámpara, _____ contempló los duros rasgos de su cara como si estuviera en un sueño. Sus largos dedos estaban jugueteando con el cristal girándolo de forma lenta e hipnótica. Se preguntó qué sentiría si le tocaran aquellas manos tan delicadas.

Si explorara su cuerpo con la misma finura y cuidado que aquella copa.

Ser la mujer a la que él se volviera cuando sus sueños no le dejaran dormir.

El estómago le dio un vuelco y se le aceleró el pulso. Un minuto estaba deseando consolarlo y al siguiente estaba atrapada en una fantasía sensual que le dejaba el cuerpo palpitante de una necesidad que no hubiera creído posible.

Sin embargo, eran más inquietantes las sensaciones emocionales que despertaba en ella. Sentía deseos de dar, de consolar, de amar.

Mentalmente dio un paso atrás.

Cerrando los cansados ojos, intentó librarse de aquellas fantasías. Pero no pudo. Como en un sueño, Justin se inclinó hacia ella susurrando su nombre. _____ se arqueó hacia él alzando los brazos en un abrazo de bienvenida.

Él la apretó contra su pecho y _____ escuchó el regular latido de su corazón. En su estado medio adormilado, se acurrucó contra él.

–¿Adónde vamos? –murmuró.

–Vas –corrigió él en voz muy baja–. A la cama.

_____ apretó los brazos alrededor de su cuello y apoyó la cabeza contra el respaldo para mirarlo.

–Eres peligroso, capitán.

Justin bajó la vista hacia ella cuando se detuvo a la puerta de la habitación de invitados. Apretó los brazos ligeramente alrededor de su cuerpo.

–¿Yo? Yo soy un Marine. Somos los chicos buenos, recuerda.

Ella sacudió la cabeza lentamente sin saber si la estaba interpretando mal a propósito. Levantando una mano, deslizó los dedos a lo largo de
su mandíbula y sintió tensarse un músculo en respuesta. Oh, sí. Él sabía exactamente de lo que estaba hablando.

-No sería una buena idea-, le dijo.

-Probablemente no -acordó él volviendo la cara hacia su mano.

-No me interesa mantener ninguna relación, ¿sabes? –explicó _____.

–Ni a mí tampoco -dijo él rozándole la yema de los dedos con los dientes.

_____ sintió una descarga eléctrica por la piel.

–Nos arrepentiremos, Justin.

-Quizá, _____. Pero nunca lo olvidaremos.

Dios bendito, pensó ella. ¿En qué se había metido?

Sin decir una palabra más, Justin abrió la puerta, la guió por la oscuridad y cruzó la habitación hasta la cama. Como si fuera la flor más delicada del mundo, la tendió en el colchón. Apoyando los brazos a ambos lados de su cabeza, se inclinó y le rozó los labios con los suyos.

A _____ se le desbocó el corazón, se le paró y empezó a latir de nuevo mucho más aprisa. Al mirarlo, por primera vez en muchos años, no supo qué decir.

Justin se incorporó despacio y susurró:

-Que duermas bien.

Entonces abandonó la habitación como alma que lleva el diablo.

_____ permaneció en la oscuridad con los ojos muy abiertos escuchando los gorgoritos de Estrella y los salvajes latidos de su propio corazón.

Un regalo inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora