Desolación.

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La noche ya había caído. Viviendo en la única casa en pie en medio de las ruinas del pueblo, nos encontramos con algunas personas, eran seis hombres y cuatro mujeres todos de una edad muy avanzada.

Al principio se asustaron de nosotros, pero después de que los convenciéramos que no queríamos hacerles daño, nos dejaron sentarnos junto a ellos en la escuálida fogata que habían encendido con los restos de madera de lo que en alguna ocasión fue un caballo de juguete.

En tiempos más felices un niño debió sentarse sobre él e imaginar que cabalgaba. Ahora, sin su dueño, solamente era madera para fogata.

Nosotros llevábamos un poco de carne, así que se las ofrecimos, pero casi ninguno de ellos poseía dientes, por lo cual Karla decidió hacer sopa con las pocas verduras que habían conseguido comprar antes de nuestra carrera hacia aquí.

Los ancianos se mostraron felices, después de todo hasta ese momento habían sobrevivido con raíces que debían chupar o frutas semipodridas, pisoteadas por quienes habían destrozado el pueblo.

-¿Qué ocurrió? -le pregunté a uno de los ancianos, quien me habían dicho, hasta hace poco era el alcalde del pueblo.

No nos encontrábamos con los otros. El pobre estaba acostado en una cama algo alejado, cubierto por sucias mantas con los bordes quemados que una de las ancianas había hallado entre las ruinas.

-Maldad humana, hijo -respondió, tocando con suavidad el muñón gangrenado en donde antes existió una mano-. Si, maldad humana.

"En los tiempos que corren ya no podemos confiar en nadie. Aquellos que se suponía nos cuidaban, nos traicionaron. Ocurre en todas partes.

Hablaba mediante delirios, pero no me esperaba otra cosa: él era el único sobreviviente de este pueblo, los demás ancianos llegaron caminado hasta este lugar desde las pequeñas aldeas costeras al oeste. Según me dijeron, casi todas ya estaban deshabitadas, ambas facciones en guerra habían obligado a sus ciudadanos a alistarse en sus ejércitos, obligándolos a morir en peleas que ninguno quería pelear, pero si se negaban, les sucedía lo que a este pueblo.

Las aldeas se quedaron solamente con los más débiles, víctimas fáciles de los esclavistas o los bandidos. Eligieran lo que eligieran, solamente les esperaba sufrimiento.

Me sentía enfermo solamente de pensarlo.

-¿Quién eres? -pregunto el anciano. Había estado preguntando lo mismo cada veinte minutos, más o menos, mientras su fiebre subía cada vez más. Moría y nada podía hacer para evitarlo.

Afuera la peste de los cadáveres se incrementaba, ninguno de los ancianos tenía la fuerza para enterrarlos, los habían dejado ahí, dejándolos en espera para cuando se les unieran.

-Soy el señor de la tormenta -le respondí, intentando que las lágrimas no nublaran mi vista.

Hasta ese momento le había respondido con mi nombre actual o el antiguo, sin ninguna reacción en especial de su parte, sin embargo, ese título pareció mover algo en su memoria, porque, por primera y última vez, embozo una sonrisa.

-Ya veo. Si eres tú, tal vez puedas salvarlos. Se los llevaron a la mansión del valle, en espera de ser ven... vendidos. Aún viven, al menos los más jóvenes. Tú, que venciste a los más fuertes, te los encargo.

Cerró los ojos y después de dos respiraciones profundas, murió. En sus últimos momentos me había confundido con Delien, pero eso no significaba que le iba a fallar.

Tome su cadáver y me dirigí a la linde del bosque, ahí cave un hoyo profundo. No podía hacerlo con los demás cadáveres, pero al menos a él le daría un buen lugar de reposo.

Cuando acabe mire por un largo rato el tumulto de tierra en donde yacía ahora el viejo, muerto en la miseria por culpa de la ambición humana.

-¡Demonios! -grite, golpeando con todas mis fuerzas un tronco cercano. Los relámpagos resonaron en la calma, haciendo que se escucharan con mayor potencia de la normal, como si reflejaran mi rabia y frustración.

No por primera vez me pregunte si estaba haciendo lo correcto. Christopher podía tener razón, a lo mejor deshacer todo y empezar de cero era la mejor opción. Tal vez simplemente debía hacerme a un lado y dejar que todo siguiera su curso.

-Hill, dime, ¿acaso tu anterior mundo era un paraíso?

Yunei apareció tras de mí. Estuvo a mi lado durante la charla con el anciano, me ayudó a cavar su tumba. Y aun así olvide que estaba ahí.

-No.

Mi respuesta fue simple y vaga. Por supuesto que no era un paraíso, cualquiera lo sabría solamente con encender cualquier día el televisor.

-Entonces, volvería a suceder lo mismo una y otra vez, ¿cierto? Muerte, hambre, desolación. Siempre estarán presentes, poco hay que podamos hacer. Pero aun así...

Tomo mi mano y me obligo a mirarla. En sus ojos también había lágrimas. Yo no era el único que había llorado.

-No todo es malo. Alzar las copas con tus amigos, ver la sonrisa de un niño jugando, escuchar las risas de un parque al atardecer. Las parejas que caminan tomadas de las manos, alegres de estar juntos. Amigos, familia. No todo es negro, Hill, las cosas buenas son por las que debes estar de pie, por las que vale la pena vivir. Por las que vale la pena luchar por nuestra supervivencia.

"Vamos a esa mansión, pelearemos con todo lo que tenemos y sacaremos a los que podamos de ese infierno, incluyendo a la niña diosa. También debes estar consiente que no es posible salvarlos a todos. Pero incluso si pasa, no te derrumbaras, ¿sabes por qué?

-¿Por qué?

-Porque estaré ahí para apoyarte.

-Estaremos ahí para apoyarte -repitió Karla. Había regresado después de servir a los ancianos, aun con el olor de la comida sobre ella.

-Perdón por hacerte que prepararas la comida -dije, intentando hacer una pequeña broma

-No importa. Si se los hubiera dejado a ustedes, los pobres no la habrían contado -respondió, sonriendo un poco-. Al menos ahora comerán algo caliente, aunque sea solamente por esta noche.

Karla se adentró en el bosque hasta que solamente fue visible su silueta. Después silbo una melodía baja, llamando al enorme lobo, quien apareció junto a ella como si se materializara.

-Mifi ya ha descansado lo suficiente -murmuro, para luego voltear a vernos. En la oscuridad de la noche únicamente se lograban distinguir los ojos de ambos, brillando con intensidad, un par amarillos y un par rojos.

" Es hora de ir a cazar.

Theria Volumen 3: Regreso a Ulien.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora