15._ ❘ ❘Perdón❘ ❘

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Luego de haber salido de su casa a altas horas de la noche se dedicó a caminar por largos treinta minutos. La brisa fresca de la noche golpeaba su rostro sin ninguna contemplación. Sus hebras doradas se mecían al compás del viento, sin importarle que su cuerpo pidiera cobijó por el frío nocturno, siguió caminando. Sacó del bolsillo de sus pantalones su móvil y marcó un par de números. Tal vez sus viejos ex-amigos pudieran saber algo. Fue precavido en todo momento, e ignoró las preguntas del motivo por el cual buscaba la dirección del de cabellera escarlata. Sin nadie que le respondiera lo que realmente era su interés devolvió el celular a su bolsillo trasero. La luna brillaba en lo alto del cielo oscuro, iluminando las calles con sus rayos lunares; La noche era joven y no tenía ni una gota de sueño. Decidió marcar un número más, al cabo de unos quince minutos el taxi que pidió llegó de manera puntual. Abrió la puerta trasera y se subió con rapidez al vehículo. Su mirada penetrante se posó en aquel viejo taxista que conducía esa noche.

—¿A dónde lo llevó joven? —preguntó el señor de canosos cabellos, mirándolo a través del retrovisor.

—Al bar “El Olimpo” —ordenó con voz fuerte y sin titubeó.

Estaba acostumbrado a dar órdenes a sus empleados y eso no cambiaría ésta vez. Aquel hombre no era más que un trabajador que estaba para servir. No tenía por qué recibir un trato que no fuera ese.

—Como guste. —Los motores del coche rugieron, para después arrancar por las ahora oscuras calles.

La luna ahora era cubierta por una nube, la cual impedía su vista por completo.


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Hacía ya media hora que llegó a aquel lugar. Para ser sinceros era la primera vez que estaba ahí. Nunca tuvo curiosidad alguna por esté. Era cierto que había oído hablar de el. Todo mundo lo nombraba. Al parecer el lugar era famoso, y tenía mucho éxito. Al entrar los ojos sus ojos casi se le salen de su órbita al verlo ahí; Su caminata era suave y al mismo tiempo tan sensual, sus caderas se contoneaban al ritmo de su caminar, pareciese como si quisiera seducir a los clientes que ahí se encontraban, y vaya que lo estaba logrando. Podía observar a muchos viejos pervertidos recorriéndole de arriba a abajo con la mirada lasciva, como si lo estuvieran desvistiéndo con ésta. Apretó sus puños tan fuertes que sus nudillos se pusieron blancos, y sus venas saltaron de la ira al verles relamerse los labios con deseo al mirarle el trasero ¿Es qué acaso no se daba cuenta el muy idiota, o es qué aquellas miradas le encantaban? era lo segundo que zorra había salido el muy infeliz. Pero por muy perra que fuese él no podía permitir que se fuera con uno de esos viejos sapo-verdes. 

Se dirigió a la barra a paso firme, tomando asiento en uno de los taburetes. El barman acudió de inmediato a él; Era un joven de por lo menos 24 años, se veía muy afeminado. En meses anteriores tal vez lo hubiera insultado por coquetearle. No le venían los hombres. Pero ahora no estaba tan seguro, no sin aquel francés contoneando las caderas a cada rato, como si quisiera seducirlo. Su rostro se endureció al verle con aquel idiota. Casi golpea la mesa al verle besarlo. Se contuvo, no podía dejar que supieran que se encontraba ahí.  

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Les había visto discutir hace unas horas y la verdad es que le encantó. Su sonrisa se ensanchó al verle tan enojado. Tomaba ya su quinta copa de vodka, el alcohol recorría sus venas, junto con aquellas mágicas pastillitas que le calmaban la ansiedad. , eran drogas. Le valía un pepino si éstas le provocaban un día la muerte, él no creía en ello, y no pensaba hacerlo, su madre no tenía por qué enterarse. Nadie sabía su pequeño secreto, y se encargaría que jamás se supiera. Todo ese alboroto lo había causado Shaina, su novia. La muy zorra lo engañaba a cada que tenía oportunidad, y ahora lo comprobaba.

Al verle salir echando chispas de aquel lugar no sin antes darle una estrepitosa cachetada a su novio, se levantó y pagó la cuenta. Ya no tenía nada que hacer ahí. Abandonó el lugar, terminando al salir a la peliverde, quien entró en pánico al notar su presencia.

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Le veía dormir plácidamente en aquella mullida cama de sábanas blancas con una pequeña mancha de sangre en ella. El galo perdió su virginidad con él. No valía la pena, se arrepentía de lo acontecido. Al verle despertar con una sonrisa decidió hablar.

—Me das asco. —Fue lo primero que dijo borrándole aquella hermosa sonrisa al contrario.

No lo conmovió su rostro decepcionado, sus ojos aguosos, ni su vulnerabilidad. Se encargó de destrozarlo hasta romperlo en pedazos. Le vio huir lejos, tan lejos que temió no volverle a tener.

Fue un idiota. Sus lágrimas salieron sin aviso alguno. Llevó ambas manos a su rostro llorando a mares.

—Perdón —susurró con la voz rota, en medio de un torbellino de emociones.

Había actuado mal, no lo merecía, no lo hacía.



Cami.

❝Me das Asco❞© CaMilo❇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora