18._ ❘ ❘Boda❘ ❘

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Sentado frente al espejo en aquella silla en la que pasaría meses o tal vez años se miraba con alegría. Sus rubíes ojos destellaban una chispa sinigual. Estaba tan feliz. Al fin había llegado el día, el maravilloso y tan esperado día.

Se casaba. Sí, por los dioses mismos que se casaba.

Habían pasado apenas dos semanas desde su graduación y también la última vez que lo había visto. Se había jurado olvidarlo, pero su presencia en aquel lugar le afectó, aún qué no lo dijera en voz alta.

Con su traje blanco completamente planchado y sus zapatos relucientes sonrío de la emoción. Su cabello sujeto a una trenza que venía desde el lado izquierdo hasta la parte baja de la zona derecha, unas bellas y pequeñas flores habían sido colocadas por su madre minutos antes. El fleco permanecía como siempre cubriéndole la frente y las cejas, dos largos mechones caían a los costados de su cabeza dándole así un toque sensual y atractivo. Sus párpados portaban un tono café claro, sus largas pestañas se veían mucho más largas y negras de lo normal gracias al rímel aplicado y sus labios eran tan rojos como la manzana. El maquillaje en su rostro pasaba desapercibido ya que contrastaba con su belleza. Cualquiera que lo mirará en aquellos instantes no notaría el maquillaje. Era completamente suave y casi parecía natural. En su regazo un ramo de rosas blancas descansaba sobre él. Unos toques en la puerta lo sacaron de su ensoñación.

«Había llegado la hora» —Se dijo.

—Adelante. —Pudo ver a su madre ingresar por ella y brindarle una sonrisa llena de tranquilidad, como si tratará de calmarlo.

Se suponía que en éste gran día debía estar más que nervioso, pero contrario a lo que pensó, no lo estaba. Ni un poco. Y aquello no sabía si tranquilizarle o preocuparle. Amaba a Saga, por ello es que se casarían. Pero los últimos meses cuando el peli azul lo acompañaba a sus terapias se portaba brusco de repente, se iba con una excusa o simplemente le mandaba un mensaje diciendo que no llegaría. Vaya, ni siquiera era capaz de llamarle o disculparse.

Llevaban casi cuatro años juntos. Pero nada era ya como en el pasado. Su futuro esposo era hostil con él, en ocasiones hasta grosero y un poco chocante. Ya no le contaba nada como lo hacía cuando adolescentes. Sin duda alguna el gemelo mayor había cambiado mucho.

Su relación se había vuelto monótona. Siempre era lo mismo, sin ningún cambio aparente. No había salidas, ni paseos. Besos, solo en ocasiones, lo más alarmante era que durante ese tiempo solo se habían acostado unas tres veces.

Muchas veces tenía ganas de estar con el mayor, su cuerpo lo extrañaba y pedía por él, pero de alguna u otra manera el griego salía con un; ¡No estoy de humor!, o ¡Estoy ocupado!, o tal vez con ¡No tengo ganas!, o mayoritariamente con un ¡¿Cómo puedes pensar en sexo en tu estado?!, y vaya que esto último sí que dolía.

—Hijo, hay que irnos. Llegó el día —. La voz de su progenitora lo devolvió a la realidad.

—Claro —respondió con un deje de inseguridad ¿Y si nada cambiaba después de la boda?, ¿Si su vida se convertía en un infierno donde no solo ellos resultarán heridos?, ¿Estaba haciendo lo correcto?

—No estés nervioso hijo, no tienes por qué estarlo; Hoy es tú boda, por lo tanto el día más feliz de tú vida, a sí que ¡sonríe! —una pequeña sonrisa se asomó por sus labios. Su madre notó que algo pasaba, pero no quizo indagar nada, no quería abrumarlo más.

—Vamos —le ayudó con la silla de ruedas y juntos salieron de la cómoda y gigantesca habitación.

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En las afueras de la iglesia los invitados veían al novio de aquí para allá. Las horas pasaban y Camus no llegaba. La multitud comenzó a mirar con un deje de burla y gracia al griego. No tenían que ser genios para saber lo obvio. Lo habían dejado plantado. Las risitas mal disimuladas se comenzaron a escuchar cada vez con mayor intensidad.

Un auto negro y de lujo se detuvo frente a la iglesia. Inmediatamente todos posaron sus miradas en éste. La puerta fue abierta por el conductor quién le tendió la mano al joven dentro ayudándolo a pararse. Todos se quedaron asombrados al ver al recién llegado sonreír de oreja a oreja, victorioso de recibir aquellas curiosas miradas. Su traje blanco, su cabello rojo y sus ojos rubíes miraban con burla y diversión todo.

—Me esperabas Saga —sonrió macabramente el novio, para después besar al chofer frente a todos sin importarle nada.— Siento la demora, pero no habrá boda —soltó de golpe. Las personas comenzaron a murmurar entre ellas, Saga miraba la escena sin poder creérselo.

—¡¿Camus?! ¡¿Qué es esto?! —exclamó más que molestó, acercándose a paso apresurado a la pareja de recién llegados.

—Lo siento, pero él... —tomó fuertemente de la cintura al francés— es mío. —Sin más devoró su boca de la manera más vulgar y lasciva.

—Tú. —La rabia que en aquellos momentos sentía el peli azul no se comparaba con nada—. Hijo de perra.


—Cami.

❝Me das Asco❞© CaMilo❇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora