Prólogo

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Ya pasaba una semana desde la muerte de su madre, Cora. Imágenes e imágenes, con voces claras y profundas, pero que a sus oídos eran mudas, recorrían su mente. "Tú hubieras sido suficiente", la imagen de su madre se mostraba fuerte y clara. "Momentos desesperados requieren medidas desesperadas", la voz de Gold sonaba en su cabeza para perderse en sus recuerdos, una expresión de cólera pasó por su rostro, pero desapareció tan rápido como otra imagen llegaba. "Tú robaste su vida, lanzaste algún hechizo" una voz desgarradora, la suya, pero no era capaz de reconocerla. "Yo no hice nada", respondía otra voz, una arrogante que conocía hace años. La imagen de su madre en el suelo, Gold vivo después de estar en su lecho de muerte.

 Otra imagen y otra. Mary Margaret, Blancanieves, era la culpable. Su rostro acompañaba otra imagen, una más antigua, Daniel. Y después acompaña a Cora. La cólera inunda su rostro nuevamente, pero también, se va. Al mismo tiempo una lágrima cae lentamente su mejilla. "Ella tiene que pagar". Otra imagen, otra lágrima. Ella debía pagar, pero ya pasó una semana y no hizo nada al respecto. No le importaba realmente. Por primera vez en muchos años, desde que se casó con el rey Leopold, su rostro reflejaba rendición.

 Esa semana, no hizo más que pasar de la cama al baño, y a la cama de nuevo. No salía para nada. No estaba de humor para miradas de miedo u odio, aunque ya no estaba segura de cuál le molestaba menos. Con su magia, ignorando de nuevo la promesa que le hizo a Henry, aparecía comida. No sé molestaba en cambiar de ropa, el pijama de seda era mucho más cómodo que sus pantalones de traje o sus vestidos ajustados al cuerpo.

Henry, por su parte, no estaba muy preocupado por su madre. Estaba muy bien con Neal y Emma, y sus abuelos. Eran como una familia, la familia perfecta. Regina solo tendía a arruinar su familia. Era una bruja retorcida, la Reina Malvada. No sabe amar y nunca lo sabrá. Todo eso pasaba por su pequeña cabeza. Lo hizo sentir que estaba loco. Era egoísta y malvada, nunca lo amó realmente. O de eso se convenció todas las noches antes de dormir desde que empezó a creer en cuentos de hadas. De que como era mala, nunca lo amó realmente. De que todo lo que hacía era un plan retorcido. No se preocupó en visitarla, ella no era su madre realmente, y, además, no se lo merecía después de todo lo que hizo.

Regina notaba la falta que Henry le hacía, pero se cansó de insistir. Sabía que si el quería verla lo haría. Ahora si seguía persiguiendo a su hijo, terminaría por espantarlo del todo.
Pensó en su promesa: redimirse ante él. Tal vez no sea capaz de no usar magia, pero de usarla para el bien...
No se arrepentía de todo el caos y dolor que causó, todo eso la llevó a Henry, la persona que más ama. Pero si ese caos y ese dolor era lo que la separaría de su hijo, estaba dispuesta a solucionar todos los errores del pasado que aún eran posibles. No podía traer a su padre de vuelta de la muerte, o volver de las cenizas las aldeas que quemó, mucho menos volver el tiempo atrás y no lanzar la maldición. Pero había algunos detalles que con un poco de magia, podrían ser fácilmente arreglados.

Con un movimiento de su mano, ya se encontraba de pie en su bóveda. Había algo que terminó de convertirla en la reina Malvada, esa poción. Tenía que haber alguna forma de revertirla. Tal vez era un poco egoísta, pero era algo bueno, y tenía que comenzar con algo.

Sacó libros, y más libros. Cada uno la dejaba más perdida que el otro. Estaba rodeada de ellos, la mayoría escritos en medio élfico, despeinada, en una situación no muy digna de una reina. No dormía en horas, aunque no hacía diferencia a cuando estaba completamente deprimida. Entonces se le ocurre otra alternativa, una vieja y confiable. El libro de su madre. Bueno, de Rumplestilskin.
Con un movimiento de su mano, el libro aparece en esa misma mano, sosteniendo el objeto con firmeza. Quería sonreír, pero decidió no hacerlo hasta asegurarse que allí tenía la respuesta.
En efecto, allí estaba. La mejor parte de todo: tenía todos los ingredientes ahí, al agarre de su mano.

Parecía que su suerte estaba cambiando.

ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora