El Regreso y el Padre.

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El Mercedes Benz cruzó la línea roja del límite del pueblo. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la morena. La magia empezaba a fluir por sus venas. La sentía, fuertemente intentando salir por sus poros. Entonces se detiene, unos pocos centímetros del límite. Se precipita a salir del auto, llevándose unas cuantas miradas extrañadas de Henry, quien baja tras ella, dejando a Emily sola.

«Mamá, ¿qué sucede?» dijo el niño.

No quería que la llame mamá, porque cuando lo hacía le daba la sensación de no querer irse nunca. Pero lo ignora. Tenía un problema más grave: su magia.

Su cuerpo temblaba intentando controlarse. No quería ese poder, la hacía hacer cosas inimaginables. Pero mientras más intentaba eliminarla, más cerca de sus poros, a punto de explotar, la sentía. Se alejó de Henry, no quería lastimarlo, no quería lastimar a nadie. Era como una maldición. Estuvo tanto tiempo sin magia, intentando negarla, que ahora que volvía a un lugar donde la tenía, estaba fuera de control. Sabía que una vez que la magia tome control de ella, volvería a ser la que era antes, dejaría de ser despreocupada y alegre y volvería a ser la alcaldesa fría. La magia la cambia, la hacía sentir poderosa, en control, tanto de ella misma como de todos, pero al mismo tiempo la hacía perderse y perder el control sobre sus emociones y acciones.

Sabía qué hacer para controlarla, Rumplestilskin se lo enseñó décadas atrás: tienes que aceptar la magia como parte de ti. Pero no lo quería. Aceptar la magia la llevaría a quedarse. Y quedarse con magia, la llevaría a dónde no quería volver: la maldad. Porque al pasar la línea su magia volvió, y con ella sentimientos de ira, tristeza y cólera.

La magia funciona con la emoción, y ahora estaba tomando el control en ella.

No había opción, debía aceptarla, terminaría en pánico e hiriendo personas durante su corta estadía en el pueblo. Debía dejar de luchar contra sí misma y aceptar quién era otra vez. Sabía que no iba a lastimar a Henry, no si no tenía miedo, no si hacía lo que debía hacer. Resignada, respira profundamente, y forma una bola de fuego. Sentía el fuego crepitando entre sus dedos. El poder en la palma de su mano.

«Mamá, ¿qué estás haciendo?» dice lentamente, un poco preocupado.

«Solo comprobando», una sonrisa, un poco perversa pero no seriamente, aparece en su rostro. Su mirada pasa del fuego a su hijo. «Regresé» sentencia, mientras aplasta la magia con su mano, haciendo desaparecer en fuego.

Henry no evita sonreír. Eso significa que se quedaba, ¿verdad? O por lo menos, eso esperaba. Que use su magia podía ser algo bueno, tal vez así acepte que pertenece a Storybrook, con él, con su familia. Tenía un buen presentimiento sobre aquello.

Suben al auto nuevamente y se dirigen al pueblo. Tal vez controle su magia nuevamente, pero estaba igual de nerviosa. Porque desapareció casi un año y olvidó completamente lo que sucedía con ella en el pueblo. Las miradas de miedo, los susurros, el odio... Ya no lo podía manejar tan bien como antes, no después de vivir en un lugar donde a nadie le importaba quién fue. Pero, particularmente, no estaba preparada para ver a cierta rubia que la besó, quién curiosamente tiene a dos idiotas, que intentó matar en varias ocasiones, como sus padres.

Se dirigió al departamento de los Charmings. Fuera, estaba esperando Emma. Regina entendió al instante que estuvo allí por horas. Lo sabía porque ella haría lo mismo si su hijo se escapara y estuviera un día afuera. Además, ya vivió la escapada con Henry.

El niño baja y se dirige a su madre, quién lo estrecha entre sus brazos demasiado.

«Ma', no puedo respirar».

«Es lo que obtienes por escaparte», Regina escucha desde el vehículo, y sonríe levemente.

«Pero era por una buena causa» se excusó con tono suplicante.

ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora