Regina

La Culpa y Henry.

Cuando Regina sale de su cama, aún en pijamas, se dirigía al cuarto de Emily. Usaba una de sus camisetas y un short elastizado. Agradecía a Dios por la comodidad de su nueva ropa, aunque seguía sin agradarle el poco lujo o la falta de seda en sus ropas y sábanas. En el camino, sentado en el sofá de la sala, se encuentra con Henry. Aún no estaba acostumbraba a ver a su hijo sin que la trate como un monstruo o la ignore. Él esbozaba una sonrisa, dirigida a ella. Otro dato extraño: se levantó solo de la cama, sin necesidad gritos o almohadazos.
La verdad era que no había podido dormir mucho, estaba demasiado emocionado y asustado.
«Buenos días», le dice él. Ella se limita a sonreír tímida. Definitivamente, ya no sabía cómo actuar con él. Pasa al cuarto de su hija.

Henry, por su parte, estaba entusiasmado por volver a casa con su madre, y quería pasar más tiempo con su hermanita. Intentaría convencerla de que se quede. Pero tampoco quería que el viaje termine rápido. Deseaba disfrutar cada segundo con Regina. Después de diez meses, culpándose y extrañando a su madre, no pensaba desperdiciar un momento.

Diez meses atrás.

«¡NO! ¡Ella nunca me abandonaría!» gritó el pequeño Henry, completamente afectado ante la huida de su madre.

«Henry...» intentó hablar con él Emma.

«¡No, no, no! ¡Ella es mi mamá! ¡Nunca...!». Su respiración era agitada, su voz bajó y se rompió. Varias lágrimas cayeron por sus mejillas. «Ella nunca me dejaría».

Emma se acercó e intentó abrazarlo, consolarlo. «Henry...» dijo de nuevo, pero él se alejó de ella, como si se tratara de la plaga.

«No me toques» dijo el pequeño y de encerró en su cuarto.

La rubia no sabía qué hacer. De todas las reacciones que pasaron por su mente, nunca pensó que sería TAN malo. Obviamente el niño amaba a su madre, después de todo, ella lo crío. Pero no se imaginaba los gritos, la desesperación, la falta de contacto con Emma, la lámpara rota que tiró cuando de su boca salió "se fue" y un tazón de cereales caído del shock por la noticia.

Entonces tuvo una idea. Subió y deslizó la carta, que no tuvo oportunidad de entregar, bajo la puerta. Se sentó contra la puerta. «Lo siento mucho, chico. De verdad lo siento».

Bajó las escaleras y se encontró con Mary Margaret y David. Sus miradas impactadas pasaron de la lámpara rota y el tazón de cereales en el suelo a Emma.

«¿Qué pasó aquí?» dijo Mary Margaret, dulcemente, pero aún así un poco molesta.

«Henry» se limitó a decir.

«¿Henry hizo esto?» preguntó el hombre. Su hija se limitó a asentir.

«¿Por qué?».

«Regina».

«¿Qué hizo ella ahora?» dijo él, con un tono molesto, que anunciaba peligro, pronunciando "ella" con desdén.

Eso molestó a Emma. «¡Nada! Ella no hizo absolutamente nada. No mató ni maldijo a nadie, por el amor de Dios» levantó la voz. «Henry está triste, porque Regina se fue» dijo con un aire de tristeza, bajando la mirada.

La pareja intercambió una mirada. La mujer pareció afectada, y lo estaba. A pesar de todo, Mary Margaret nunca dejó de querer a su ex madrastra, siempre esperó que pudieran llevarse bien otra vez. Pero David simplemente arqueó una ceja y sonrió levemente.

«¿Por qué te afecta? Todo estaría mejor sin ella» dijo encogiéndose de hombros.

Las dos mujeres lo fulminaron con la mirada. «¡¿Cómo puedes decir eso?!» gritó Emma.