La Oscuridad.

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«¡No sé qué hacer!».

«¡Sólo has algo!» gritó Belle en desesperación.

En ese momento, tocada por las lágrimas cayendo por las mejillas de Belle y el traidor sentimiento de que no podía dejar a Rumple morir, Regina entró a la tienda.

«Yo puedo ayudar».

«¡Regina!» se sorprendió Emma, y luego frunció el ceño de una forma un tanto tierna. «Pensé que te quedabas en Granny's».

«¿De verdad creíste que sería tan fácil?» preguntó retóricamente. «Shush, Emma, estás feliz que esté aquí. Me necesitan» le echó una mirada al hombre en el suelo y su sonrisa victoriosa desapareció. «Bueno... Gold me necesita. Supongo que finalmente pasó; la oscuridad se apoderó de su corazón... Sabes, no tendría que ocuparme yo si tan solo hubieras practicado tu magia» reprochó a Emma.

La rubia puso los ojos en blanco. «¿Qué vas a hacer?».

Como respuesta, la alcaldesa atravesó el pecho del Oscuro y arrancó su corazón. Un jadeo retumbó en la tienda al tener a la vista el órgano, repleto de oscuridad hasta el punto de estar hecho de carbón.

«Dios mío, Rumple» musitó Belle.

Regina, aún en cuclillas, giró la cabeza y le hizo un gesto a Emma para que se acerque. «Necesito tu ayuda» dijo.

«Pero...» su voz tembló, entonces carraspeó. «No sé qué hacer» repitió sus palabras de hacía unos segundos.

«Sígueme. La oscuridad... Es demasiado poderosa para que yo pueda sola».

Emma asintió, tragando saliva. Siguió a Regina, que había levantado sus manos y empezado a absorber la magia del órgano en un haz de luz negra, ahora junto con ella.

Así solo quedó el corazón en blanco, como nuevo, al igual que la daga del Oscuro, que ya no llevaba el nombre de Rumplestilskin. Emma y Regina se ojearon en pánico. Cuando empezaron a absorber la oscuridad, lo único que tenían en mente era salvar a Gold, así que no pensaron que hacer con ella. Entonces, la magia oscura se liberó de su agarre, escapando afuera.

Las chicas miraron el cuerpo inconsciente de Gold, vacilantes sobre ir o quedarse para ver si estaba bien. Una mirada hacia Belle, que temblaba de rodillas al lado del hombre, le dijo a Regina lo que debía hacer. Se arrodilló al lado opuesto de la castaña, dándole una pequeña sonrisa a una de las pocas personas del pueblo que no le guardaba rencores a pesar de que lo merezca, y rodeó con delicadeza el corazón sobre el pecho de Gold mientras lo colocaba en donde pertenecía.

«Ustedes vayan» le dijo a Emma. «Yo voy a ver si está bien».

Notó a Emma dudar un segundo antes de asentir, con esa sonrisa que tenía, que le decía la magnitud de la confianza de la rubia en ella—confianza que nunca descubrió cómo exactamente la ganó.

La Salvadora, su madre y su novio—quien se les unió en el camino— se alejaron de la tienda en busca de la Oscuridad. No sin antes, claro, que Emma vea a Regina un instante más, que memorizaba el rostro de Gold con una expresión de preocupación extraña de ella cuando se trataba de gente que no le importaba. Como Gold, o Emma. Lo que la rubia no pudo ver, ya que se había dado la vuelta otra vez, fue que Regina también se giró para verla, unos pocos segundos antes de que la madre de su hijo desaparezca de su vista.

El grupo corrió por la calle principal, deteniéndose justo en frente de la torre del reloj y biblioteca. Perdieron de vista a la Oscuridad y ahora se encontraban mirando a su alrededor en su busca.

«¿Dónde está?» preguntó Snow.

«Nos está rodeando» se dió cuenta Emma, ligeramente en pánico.

ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora