Padres e hijos.

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«Regina...» balbuceó Gold, mirando la botella boquiabierto. «Ella es mi...mi...¿cómo?» preguntó en cambio, siendo incapaz de completar su oración.

«Cora te mintió, Rumplestilskin» respondió, prácticamente escupiendo el nombre del hombre. «Hoy, Regina y yo empezamos a hacer las paces, y pensé, ¿por qué no hacerle un favor a mi hermana?» explicó, más para sí que para Gold. «La verdad. Es un arma muy poderosa. Al igual que en ti, Rumple, la familia es tu más grande debilidad».

«¡No le harás nada!» espetó Gold.

«Ahí está» apuntó Zelena, chasqueando la lengua. «De todos modos, no pensaba hacerle nada. No aún».

Con esas últimas palabras, Zelena salió de la tienda, dejando a Gold pensativo. Regina era su hija. Todo ese tiempo... Hizo lo imposible para recuperar a Bae, al costo de su propia hija y nunca lo supo. Debía pedirle perdón a Regina, debía contarle la verdad e intentar recuperar a la única familia que le quedaba.

Todavía no tenía claro cuáles eran los planes de Zelena, pero no eran su prioridad. Y, si la bruja intentaba algo contra su hija, se encargaría de arrancarle el cuello con sus propias manos.

Determinado a rearmar su vida, Gold abandonó su tienda, en búsqueda de Regina y aún llevando la brillante botellita en su mano.

Mientras tanto, Emma despertaba para encontrarse con que Henry había desaparecido del barco. Dejando a Garfio atrás antes de que se le pudiera insinuar y con los nervios resaltando sus ojos, salió a buscarlo.

Por alguna razón, creyó que tendría más sentido que Henry haya ido al loft con sus abuelos. Eso sumó miedo a sus nervios. Si estaba allí, debía estar con ese hombre, en peligro. Sólo Dios podía saber lo que Leopold era capaz de hacer y no le confiaba en absoluto con su hijo, especialmente después de haberle levantado la mano a su..."nieta".

Golpeó la puerta del apartamento con insistencia, hasta que Snow la abrió completamente escandalizada hasta que notó que se trataba de Emma. La morena la vió, tratando de decir algo, como disculparse, pero la rubia se adelantó y entró al lugar sin darle oportunidad.

«¿Dónde está Henry?».

«¿Henry?» apareció David, frunciendo el ceño. «No está aquí».

«Oh... Desapareció del Jolly Roger, pensé que estaría aquí».

«¿Has intentado con Regina?» sugirió Snow.

Emma golpeó la palma contra su frente en reprimenda por no haberlo pensado antes. Henry estuvo insistiendo por días para ir a ver a su madre, por supuesto que fue a la mansión. Estaba a punto de dirigirse a la mansión cuando notó que el tercero e indeseado habitante del loft no hizo una aparición.

«¿Y Leopold?».

Snow instantáneamente señaló a su cama para luego entrar en pánico junto con David cuando la vieron vacía.

«Tal vez fue al baño» sugirió ella con un hilo de voz.

«O tal vez fue tras Regina» gruñó Emma y se dirigió a la mansión, ahora con más de una razón y una excusa por si la morena intenta echarla a patadas... O bolas de fuego.

Después de su encuentro con Henry, Regina se sentía mucho más liviana, serena. Su hijo siempre triunfaba en subir su estado de ánimo.

«Te extrañé tanto, mamá» dijo él mientras la abrazaba.

«Yo también, mi principito» murmuró apoyando el mentón en su cabeza.

«Todo lo que está pasando es mi culpa» soltó el niño, aferrándose con más fuerza a su madre.

ReginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora