Luna de plata

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Soñé en un lugar claro, muy iluminado, donde mi esposo y yo dormíamos sobre una colina verde repleta de flores. Por los alrededores solo se veía neblina muy turbia, pero el cielo era más azul de lo normal. El me acariciaba de la misma manera que lo había hecho, antes de quedarme dormida. Su mirada se perdía en el horizonte, por donde se asomaba ese deslumbrante sol que tanto extrañaba.

Aterrizamos con el atardecer y aún no podía saber en donde nos encontrábamos.

Edward se reía de mis intentos fallidos de investigación, pero en algún momento muchos nombres coincidirían...

Leía muchos nombres árabes y la gente parecía hablar el idioma, lo que no sabía, era exactamente de donde.

A pesar de eso, había mucha gente americana, por los rostros podía diferenciarlas, pero éstos parecían ejecutivos y hombres de negocios. Ya tenía otra pista.

Cuando fuimos en busca del equipaje, la pantalla de la correa que mostraba el nombre de la ciudad de donde proveníamos tenía un mismo mensaje en varios idiomas, de los cuales reconocí el español.

-¿Dubai? –Le pregunté con duda.

Sinceramente no era mucho lo que sabía de Dubai.

Edward pareció no importarle sembrar una duda en mí, así que quedé dudosa, y tendría que esperar hasta llegar al hotel.

Tomamos un extraño taxi, que ni siquiera podía asegurar que era uno. Era totalmente fuera de lo normal, porque no era el común amarillo que rondaba en las calles de Estados Unidos. Era todo blanco.

-¿Qué clase de carro es éste? –Le pregunté en voz baja a Edward.

-Es un Rolce Royce –Me susurró y saludó al conductor.

El hombre era un señor de tez un poco oscura, con facciones árabes y parecía muy amable del modo por el que le hablaba a mi esposo. Estaba uniformado tal cual como un chofer.

Ya me tendría que acostumbrar a la idea de llamarlo de esa forma y ya lo estaba haciendo.

Habían demasiados rascacielos, y edificios modernos, nada parecía ser del siglo anterior ni de hace diez años atrás tampoco.

Tomamos un desvío de una larga avenida y ya estaba oscuro.

Parecía que nos dirigíamos a una calle ciega, pero de los lados podíamos ver una bahía extensa, donde el agua se reflejaba de todas las iluminaciones de los edificios.

Los laterales de la calle por donde pasábamos estaban iluminados de unas luces que cambiaban de colores. Después podía visualizar unas palmeras y unas enormes antorchas.

Edward subió la mano y tocó un botón que hizo que se abriera una pequeña ventana sobre nosotros, que sólo nos permitía visualizar la maravilla que nos presentaba al frente.

Si era ahí a donde nos dirigíamos, de verdad tenía que estar soñando.

Todo parecía perfecto. Era algo impresionante. No quería ni imaginarme cual era mi cara. Aún seguía con el trauma de la impresión, y el Plaza en New York, no se comparaba en nada a esto.

El señor hizo parada al frente del hotel y dos hombres nos abrieron la puerta, de forma educada.

Otros dos se encargaron de las maletas y Edward estaba por entrar al hotel.

-Edward, el señor se fue y no le pagaste –Le susurré al oído con nervios.

El se burló de mí.

-Es un servicio del hotel, Bella. No tenemos nada que pagarle.

Me sentí un poco estúpida y lo tomé de la mano.

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⏰ Última actualización: Feb 10, 2018 ⏰

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