¿Y ahora?

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Hannah

Nos montamos en el taxi y me puse el cinturón algo nerviosa. Hasta ahora había visto un buen plan lo de ir a hablar con Justin y todo eso, pero mis objetivos comenzaban a emborronarse. Estaba perdiendo toda la seguridad que tenía cuando salí de casa en cuestión de segundos y Jess lo notó.


—Eh, Ann —susurró —tranquila.



Asentí y Jess indicó al taxista donde debía llevarnos. Durante todo el viaje pensé y repetí una y otra vez lo que debía decir a Justin, aunque sabía de sobra que cuando llegara allí se me olvidaría todo. Entonces decidí que debía relajarme y respirar hondo, pero cuando vi que llegábamos a casa de los chicos mi pulso comenzó a acelerarse rápidamente.



Bajé del taxi mientras Jessica pagaba al taxista y traté de tranquilizarme apoyándome en el coche levemente. Cuando Jess bajó me miró con seguridad y llamó al timbre de la casa de los chicos. Mi pie golpeaba una y otra vez el suelo esperando a que nos abrieran y a los pocos segundos Justin abrió la puerta y me miró fijamente a los ojos. Llegué a preguntarme si aquello estaba siendo real.



—Os dejaré solos —dijo Jess y entró a la casa. Oí como subía rápidamente los peldaños de las escaleras.



—Hola.



El respondió mirándome lentamente de arriba abajo, como si no creyera que yo estaba justo ahí, en ese mismo instante.


—¿Qué haces aquí? —Me miró confundido.


—¿Quieres que me vaya? —Pregunté, igual de confundida.



—No, claro que no, pero... No pensé que volverías —respiró hondo. —Te vas sin avisar después de lo que pasó ayer y no das señal alguna de vida y ahora vuelves como si nada hubiera pasado.



—Quería hablar de eso —fruncí un poco el ceño. —¿Puedo pasar?




—Claro —se giró y subió los peldaños hacia su cuarto, como pocos minutos antes había hecho Jess.



Cuando llegamos a su cuarto él se sentó en la esquina de su cama y yo preferí quedarme de pie. No me sentía tan cómoda como otras veces en aquel espacio, pero una pequeña parte de mi mente decía que todo aquello era culpa mía.



—Y bien... —me miró fijamente.



—Yo... No sé qué pasó ayer, pero no quiero ignorarlo y seguir con nuestras vidas como si nada hubiese pasado.



Volvió a fruncir el ceño, mientras pensaba algo.



—Deja de hacer eso —susurré mientras soltaba el aire que había acumulado y relajaba los hombros.



—Dejo de hacer ¿el qué? —preguntó.



—Lo de la frente. No la arrugues —hice señas a su frente.



El relajó los hombros y miró hacia abajo y entonces yo me acerqué a él y me senté a su lado.



—Está bien, no quieres hablar del tema —le dije. —Lo entiendo, no pasa nada. Fue un simple momento estúpido, podría haberle pasado a cualquier pareja de amigos que se quieran tanto como nosotros.


—¿Amigos? —preguntó y sonrió levemente.  —A veces me pregunto si me escuchas alguna vez.

Tenías que ser túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora