EL VESTIDO

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Hannah

—¡Eh, guapa! —Me gritó mientras se acercaba a mí.

Le sonreí y entrelacé su brazo con el mío mientras andábamos.

—¿A qué no adivinas algo? —Me dijo, aguantando las ganas de chillar como una niña de diez años en un concierto de One Direction.

—Sorpréndeme.

—¡Amy me ha dicho que Ian le ha preguntado sobre mí! —Chilló mientras daba saltitos de alegría.

Mucho había tardado.

—A por él, rubia. —Le guiñé el ojo.

Jess empezó a reír pero justo en ese momento sonó mi teléfono. Era Laura.

—Lo siento, Ann, esta tarde no puedo ir a comprar el vestido. Mi madre necesita mi ayuda en la tienda por que su ayudante se ha desmayado y está en el hospital. Puedes ir con Jess, más tarde iré yo a por el mío.

—Jo, Lau.

—Ya, bueno, tengo que dejarte.

—Besos, cielo. Qué te vaya bien —dije suspirando.

—Hasta mañana Ann.

—Que fastidio. Lau no viene —le dije a Jess. —Tendré que ir sola contigo... Qué rollo —Susurré para picarla.

—Mentirosa, si te encanto.

Seguimos; mejor dicho, siguió hablando de lo maravilloso y fantástico que era Ian hasta que llegamos a la calle donde estaban nuestras casas. Éramos vecinas desde que me mudé aquí. Mi casa era la número 12 y la suya la 8. Nos paramos en mi puerta.

—Esta tarde, a las siete, ¿verdad, Julieta? —Le pregunté, riéndome, para confirmar lo de esta tarde.

—Por supuesto, guapita. —me respondió, con una sonrisa boba.

Le di un beso en la mejilla y abrí la puertecilla de la entrada de mi casa. Pasé por el jardín delantero y entré a mi casa.

Deje las llaves en la entrada y fui directa a la cocina. Hacía bastante calor, bebí agua y me subí arriba. Era pronto para comer, así que me lancé a la cama, me quité los zapatos y al poco tiempo me dormí.

Me despertó la melodía de llamada de mi móvil. Alargué el brazo hasta mi mesita y lo cogí.

—¿Si? —Pregunté, con voz de recién levantada.

—Hannah, ¿estás lista? Hemos quedado en diez minutos y no me respondías a los mensajes.

—¿Qué? ¿Diez minutos? —Me levanté corriendo. —Pero, ¿qué hora es?

—Hannah, son las siete menos diez.

—Madre mía, madre mía. Me he dormido seis horas.

—¿Cómo? —Se escuchó una enorme carcajada al otro lado de la línea.

—Qué fuerte. ¿Para qué habíamos quedado?

—¿Cómo que para qué habíamos quedado? ¿En qué mundo vives, Hannah? ¡Para comprar los vestidos del sábado!

—Hostias. Ya me visto, ve viniendo.

—En cinco minutos estoy ahí. —Siguió riéndose y colgó.

Me había dormido con la ropa puesta, y se me había arrugado la blusa. Definitivamente, tenía la cabeza en otra parte.

Y, ¡uf! Tenía que ducharme. Corrí hacia el baño y me desvestí. Me hice un moño para no mojarme el pelo, y me metí bajo el agua.

Tenías que ser túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora