MERYBETH
—Te ves cansada —dijo Graham apenas me vio tumbada en la cama.
Ese día había ido a comprar el vestido de novia con Aileen y Valerie. No había considerado lo agotador que sería, más si tomamos en cuenta que, en todas las tiendas que visitamos, recibía el mismo sermón de las vendedoras.
No iba a negar que fue mi culpa por dejar todo a última hora, pero tampoco era para tanto. De cualquier forma, mi idea era un vestido sencillo.
—Creo que Aileen sobregiró la tarjeta. —Su ceño se frunció. Aunque sonara como una exageración, Grahms sabía que con la irlandesa esa frase tenía una probabilidad muy alta de ser cierta—. Es tu culpa, no debiste dársela. Te pediré el divorcio si no tenemos para comer en nuestra luna de miel. Por cierto, ¿qué haces aquí? Pensé que ya te habrías ido a la cabaña.
Cuando llegamos a la granja, cuatro horas atrás, la casa estaba vacía. Mi prometido había dejado una nota falsa alegando una emergencia con la vaca de un vecino, por lo que me sorprendió verlo entrar a la habitación poco después de mí.
Sonrió y se pasó la mano por el cabello. Ese gesto me causó un retortijón.
—Quítate el vestido y date la vuelta, Beth.
El brillo travieso en sus ojos me alarmó.
—Las chicas están en la casa. Además, estoy cansada.
Asintió en silencio. No obstante, no tomó mi respuesta como una súplica para dejarme descansar, sino como una invitación a disponer de mí como él quisiera.
Se sentó en la cama, muy cerca de mí, y comenzó a desabotonar la parte superior de mi vestido. Luego, con mucha suavidad, me ayudó a sentarme para poder desnudar mi torso; levanté la cadera y él jaló la floreada tela por mis piernas.
No había comprendido sus motivos hasta que me instó a ponerme bocabajo, se untó las manos con nuestra crema corporal y presionó mi espalda, creando círculos sobre mis omóplatos.
—No puedo creer que, después de casi siete años, hayas considerado la idea de que no respetaría tu derecho a decir que no —murmuró suave. Lo poco que había destensado mis músculos, fue en vano.
—Lo de la otra noche...
—Fue bajo tu consentimiento, cielo. Y, si no mal recuerdo, fue tu idea hacerlo así.
—Dolió —respondí ausente—. Ya no quiero que lo hagas.
Se quedó callado durante unos minutos, masajeando mi cuello y espalda. Sus yemas hacían la presión necesaria sobre los puntos duros bajo mi piel. Bajaba por los costados, y ascendía por el centro, siguiendo la línea de mi columna.
—Yo te entiendo —dijo con calma—, pero él...
Desde el lunes por la madrugada, cuando nos encontramos en el establo, hubo una diferencia con su actitud nocturna. Si antes me daba miedo, ahora era peor, puesto que Graham hablaba como si su yo interno fuera alguien distinto. Se refería a él en tercera persona, de la misma forma en que su versión noctámbula hablaba del Grahms normal.
—No creo que sea prudente hacerlo enojar —continuó—. El acuerdo al que llegaste con él parece tenerlo tranquilo, incluso contento. Beth —apremió con urgencia—, por primera vez en semanas no me asusta que el reloj marque las tres y...
—No sabía que te asustaba —interrumpí.
Me pregunté si el Graham de día estaba encerrado en su cuerpo durante la noche, consciente de lo que hacía su versión demoníaca, pero incapaz de hacer algo.
ESTÁS LEYENDO
Redención [Saga Doppelgänger]
Paranormal«Merybeth, por ahí dicen que somos la suma de pequeñas cosas. Nuestro presente, quienes somos, no es más que la acumulación de momentos efímeros que parecieran insignificantes, pero que no lo son. ¿Qué tanto modifica tu destino un beso en Roma? Me c...