Extra

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Marzo de 2021.


Apenas si tuve la energía suficiente para levantar mi mano y llevarla al revoltijo naranja que reposaba en la curva entre mi hombro y mi cuello. La piel de la parte posterior de este último estaba erizada y sensible por las ráfagas de aire que Merybeth dejaba escapar por su boca.

A media luz, y en completo silencio, no era difícil ser consciente de lo desaforado de nuestros corazones, la humedad de nuestras pieles, o la calidez de esa palpitación constante de la que siempre me pesaba salir.

Ella, aunque también estaba agotada, hizo el esfuerzo de levantar la barbilla para besar el borde de mi mandíbula. Yo, en cambio, ni siquiera pude concentrarme en acariciarle la cabeza, por lo que me conformé con intentar ceñirla más a mí.

La sonrisa que se extendió por mi rostro me hizo creer que había una similar en el suyo, era un momento tan pletórico que ni la sombra de años atrás me hizo borrarla; por el contrario, me regocijé en que esos meses habían sido cosa del pasado y jamás volverían.

Cuando pierdes algo que valorabas mucho, y luego lo recuperas después de creer que ya no lo volverías a tener, te queda ese sentimiento de recelo que te hace preguntarte si esa será la última vez antes de regresar a la oscuridad.

Pasaron semanas después de la muerte de Clarisse para que Merybeth se acercara a mí en un ámbito sexual. Y cuando lo hizo, nos dimos cuenta de que eso, al igual que lo demás, estaba roto y necesitaba arreglo.

Ya no éramos compatibles. Mis caricias no surtían efecto, e incluso yo, con todo el deseo acumulado, no me sentía seguro. La confesión de la pelirroja, sobre lo que mi doble había hecho con mi cuerpo, había sido como un impermeable. Dejé de entregarme por completo por el temor de que algo de eso hubiera quedado en mi subconsciente y se apoderara de mí, al igual que ella se reservaba por la asociación que le evocaba mi tacto.

Las cosas estaban tan mal que llegamos al punto en el que monopolicé el éxtasis y ella mejoró en su técnica actoral. Fuimos a declive y hasta a terapia tuvimos que ir. El sexólogo, paciente como un santo, escuchó nuestras peleas y nos envió ejercicios de tarea; al inicio fueron sencillos, pero conforme subían de nivel, la incomodidad volvía porque ya no parecíamos tener la confianza de antes para explorarnos mutuamente.

Salimos a flote cuando el sujeto se dio por vencido —o quizá esa fue su última carta para abrirnos los ojos—, y sugirió la separación como solución eficaz y definitiva para nuestros problemas.

—¡Es un estúpido! —Había dicho la escocesa al entrar al auto. Ignoré el portazo que dio porque mi ira me hizo dar uno peor.

—¡No volveremos ahí! —increpé—. Nada más quiere sacarnos dinero y no pienso dárselo a cambio de insultos. ¡A mí nadie me dice que soy incapaz de darle placer a mi novia!

McNeil bufó con cierta sorna impregnada. Por supuesto que me ofendí, claro que ella no lo vio porque se entretuvo en las últimas calles de Innerleithen.

—¿Eso qué quiso decir, dulzura?—amenacé.

—Que será estafador, pero no un mentiroso.

Como la carretera estaba despejada, me permití orillarme haciendo caso omiso a la educación vial. A dos segundos de abrir la boca para proferir el cúmulo de rabia que tenía en la garganta, me permití ver el perfil altanero de la mujer que tenía como copiloto. Había petulancia en su postura debido a que sentía que estaba en lo cierto. Y aunque así era de momento, yo sabía hasta dónde podía llevarla.

Redención [Saga Doppelgänger]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora