Mayo de 2019.
Hay, por lo menos, cien representaciones de The Green Man en la Capilla Rosslyn.
Desde que fuimos a las charlas prematrimoniales, las caras regordetas de ojos pequeños, nariz ancha, y por cuyas bocas parecían salir plantas, me causaban tanta intriga y aversión que de inmediato perdía la concentración en cualquier persona que me estuviera hablando.
—Si mi hermana o Aileen me descubren aquí, no voy a llegar vivo al altar, pelirroja —reclamó Alex, volteando hacia el final del pasillo en el que aguardaba a que me quitara de la puerta.
Ignorando el ceño fruncido y maléfico de la escultura en la parte superior de la pared de enfrente, me moví para que mi futuro esposo entrara.
—¿Qué haces aquí? —increpé, asegurando los lazos de mi bata. No quería que viera la sorpresa debajo de esta.
—No hay nada ahí que no hubiera visto antes —bromeó con un guiño, refiriéndose al gesto que traté de hacer con discreción.
—No has respondido mi pregunta.
—Fúgate conmigo. Ahora. —Los años que habíamos estado juntos forjaron esa comunicación clásica de las parejas que se fraguaba silente, por lo que intuyó que no lo tomaba en serio—. No es broma, mujer. Tenemos bastante tiempo de sobra como para ir y volver. ¿Qué dices?
Miré la puerta de madera sin saber qué hacer. Los planes de Alexandre a veces solían ser impredecibles y cabía la posibilidad de que no llegáramos a tiempo para nuestra boda.
—No solo te matarán a ti, sino a mí también. Lo sabes, ¿verdad? ¡Tápate los ojos! —No se negó como consideración a que había accedido a su capricho. Se puso el antifaz de gel que me había puesto mi mejor amiga y que tuve que retirar cuando escuché que tocaban la puerta, y esperó paciente a que me vistiera. Mientras tanto, seguí parloteando para no pensar en las consecuencias de nuestros actos—: ¿Adónde vamos, por cierto? Espero que no sea lejos porque todavía tengo que maquillarme, peinarme...
—Innecesario, me casaría contigo aunque vinieras recién levantada.
No dudaba de su palabra. Él lo haría sin pensarlo, al igual que yo lo aceptaría con el mismo aspecto que tenía cuando me lo pidió por última vez. Sonreí al recordar su barba de días, su ropa deportiva sucia de fango y vegetación, la luz incidente de un amanecer grisáceo a través del mosquitero de la tienda cuando acampamos cerca del lago Awe, y las suaves palabras que removieron la quietud de aquel despertar.
Aún conservaba aquel instante en mente cuando salimos de la capilla a escondidas. Nos dirigimos hacia la izquierda, luego bajamos por un sendero bastante inclinado de escalones traicioneros, y pasamos el cementerio hasta que llegamos a una bifurcación del camino. Alex avanzó confiado sin soltar mi mano.
Supe que habíamos pasado la zona de peligro cuando quedamos ocultos por infinidad de enormes árboles de troncos recubiertos con pelusa esmeralda y cuyas copas rebosaban de vida, tanto por el follaje, como por los sonidos de las urracas y cornejas. A nivel del suelo también se notaba el movimiento de mamíferos pequeños que iban de aquí para allá, excepto cuando pasábamos cerca de ellos y tenían que buscar refugio para evitar la posible amenaza.
Si ese paseo tenía algún propósito, las intenciones no se vieron claras ni deseosas por salir a la luz. Caminamos tranquilos, disfrutando la vista y el aire fresco que de vez en cuando soplaba. El silencio entre nosotros era cómodo, así como el simple contacto de nuestras pieles.
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Redención [Saga Doppelgänger]
Paranormal«Merybeth, por ahí dicen que somos la suma de pequeñas cosas. Nuestro presente, quienes somos, no es más que la acumulación de momentos efímeros que parecieran insignificantes, pero que no lo son. ¿Qué tanto modifica tu destino un beso en Roma? Me c...