ALEXANDRE
Tamashi fue un guerrero japonés que vivía al pie de una montaña. Rodeado de naturaleza, bajo un techo seguro y junto a su amada esposa, Shiori, no tenía nada más que pedirle a la vida. Excepto, quizá, un hijo que alegrara más sus días.
Sin embargo, por mucho que lo intentaron, Shiori siempre perdía al bebé cuando este aún se gestaba. El problema era el estrés que le generaban los viajes de su esposo a la aldea más cercana; viajaba durante tres días para ir en busca de alimentos y eso la sumía en una constante preocupación porque la guerra a la que fue enviado dejó secuelas psicológicas en ambos. El miedo a no verlo regresar la consumía cada que lo veía partir.
Un día, Tamashi tuvo una premonición; en un sueño vio una escena que le conmovió el alma. Aunque la apreció como si fuese un espectador ajeno, verse a sí mismo, con un niño en brazos y al lado su esposa, la alegría que embargó su corazón fue suficiente para que su determinación le instara a conseguirlo, fuera como fuese.
Trabajó durante meses la tierra de los alrededores para sembrar y cosechar sus propios alimentos. Además, cuando una nueva corazonada le anunció que el momento estaba cerca, hizo un último viaje para conseguir la mayor cantidad de productos y así evitarse la ausencia, que era lo que provocaba los abortos en su mujer.
El embarazo de Shiori fue próspero. El primer trimestre, que era el que más les preocupaba, pasó de manera tranquila. La carencia de factores que la estresaran fue de gran ayuda para que el feto adquiriera la fuerza necesaria que lo hiciera aferrarse a la vida.
No obstante, por más que Tamashi quiso quedarse en su hogar, el destino tenía planes distintos. Una mañana, antes de que Shiori despertara, la pareja recibió la visita de un mensajero del Emperador. Una nueva guerra se avecinaba y su presencia era requerida para liderar una de las principales tropas defensivas.
Tamashi supo que eso no solo mermaría la vida de su hijo, sino que podría llevarse también a Shiori. Ella no sobreviviría al perderlos a ambos.
Durante días utilizó la tranquilidad de la montaña para ir a reflexionar por las noches. Sin embargo, no se dio cuenta de que no estaba solo; un demonio lo vigilaba a cada paso que daba.
Este ente, motivado por la curiosidad, se le presentó en forma de una anciana para que Tamashi le tuviera confianza. Al descubrir el dilema que le atañía su responsabilidad con el pueblo, le contó de los Ikiryō, que eran manifestaciones del alma separadas de su cuerpo.
El demonio le aseguró que conseguiría un cuerpo en el que parte de su alma moraría hasta que la guerra terminara y él volviera. Tamashi, al ser de buen corazón, no vio malicia, por lo que aceptó de buenas a primeras.
La noche que Tamashi dobló su alma, la anciana no se le presentó; solo llegó un joven que aseguraba que la mujer lo había enviado para que utilizara su cuerpo. Sin perder más tiempo, y siguiendo el ritual que estuvo practicando con su mentora, dividió su alma en dos y la obligó a quedarse dentro del otro muchacho que, poco a poco, fue cambiando su apariencia para igualar a la de Tamashi.
Lo que él no sabía, era que el cuerpo del demonio fue quien le dio asilo a su alma porque quería satisfacer tanto sus deseos carnales, como su intención de procrear más seres como él.
Tamashi, si bien lejos y sufriendo por no estar con Shiori, al menos se consolaba porque por las noches, al dormir, su parte separada le enviaba recuerdos de la realidad que vivía en su hogar.
ESTÁS LEYENDO
Redención [Saga Doppelgänger]
Übernatürliches«Merybeth, por ahí dicen que somos la suma de pequeñas cosas. Nuestro presente, quienes somos, no es más que la acumulación de momentos efímeros que parecieran insignificantes, pero que no lo son. ¿Qué tanto modifica tu destino un beso en Roma? Me c...