Capítulo 30

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Merybeth, por ahí dicen que somos la suma de pequeñas cosas. Nuestro presente, quienes somos, no es más que la acumulación de momentos efímeros que parecieran insignificantes, pero que no lo son. Cada anécdota que vivimos, cada decisión que tomamos... todo, hasta lo que uno considera intrascendente y termina por olvidar, nos trajo a lo que ahora podemos presumir ser.

Me gusta creer que todo tiene un porqué. Me gusta pensar que ambos llegamos a ese bar aquella noche porque, independientemente de lo que fuimos, debimos conocernos y estar juntos. Porque, más allá de lo que significaste en mi conexión con Alexandre, tu incursión trajo una época de paz a mi vida. Porque más que ancla, puente místico o como le quieras llamar, te convertiste en esa persona con la que algún día me imaginé envejecer, quien me hizo apreciar lo maravilloso de una vida en común, y la persona que, cuando mirara en retrospectiva, me hiciera ver la diferencia entre el antes y el después.

¿Qué tanto modifica tu destino un beso en Roma?

En mi caso, y puedo comprender que en el de él también, fue mucho; ese acto cambió el curso de los años venideros para mí. Comprendo ahora que tampoco puedo culparlo del todo. Fuiste un huracán que arrasó con dos ciudades distintas que estuvieron conectadas entre sí mucho antes de que el caos las visitara.

Beth, desde muy joven supe que mi naturaleza era distinta del resto. Por eso mismo nunca me preocupé en establecer lazos afectivos porque, cuando ves tu propia oscuridad, sabes que las probabilidades de ser merecedor de algo puro son muy bajas. No creí, ni siquiera cuando veía a la tímida pelirroja que me observaba a escondidas en la cafetería de la secundaria, que alguien como ella lograría desmentir lo que por tanto tiempo supuse. ¿Cómo hubiera podido prever que ella, sin proponérselo en absoluto, haría que esos sentimientos que creí arrebatados resurgieran con tanto ímpetu?

Aquella madrugada del veintiséis de julio llegó a mi vida la mujer que me haría querer sobreponer lo bueno por encima de mis instintos.

Sé bien que al inicio mis intenciones no fueron sinceras, y no sabes cuánto me arrepiento de haber dejado que el interés acaparara esos meses que no volverán; porque por las noches, mientras extraño el calor de tu cuerpo que por tanto tiempo me abrigó, los reproches de lo que tuve la fortuna de vivir y no disfruté, me atormentan mezquinos, me recuerdan que lo que fue ya quedó atrás, y que nuestras primeras veces llevan consigo las manchas de la deshonestidad.

Aun así, quiero irme con la creencia de que los años que me dedicaste te hice feliz. Sé que no fui perfecto, que quizá con el tiempo te di por segura y eso propició que te enamoraras de alguien más; que olvidé conquistarte porque así somos todos, creemos que la seguridad de nuestro hogar será eterna y no pensamos en las posibilidades de que mañana ya no estará. Somos tontos egoístas que nada valoran...

Y a pesar de eso, a pesar de ver cada día en el espejo lo que hice mal, trato de convencerme de que en algún momento tu amor fue tan profundo como el mío. Quiero hacerlo porque por meses, en la primera mirada que me dedicabas al despertar, o en el último beso antes de dormir, podía percibir esa caricia que apagaba las llamas de un infierno que tanto me empeñé en ocultarte.

Me arrepiento de eso, ¿sabes? Constantemente suelo preguntarme cómo hubieran transcurrido las cosas de haber hablado a tiempo. Supongo que mi miedo a perderte me cegó ante la realidad que muy en mi interior sabía. Me hubieras aceptado, lo sé. Habrías aprendido a convivir con el demonio que te amó, y quizá, si teníamos suerte, habríamos encontrado la manera de apaciguarlo.

Redención [Saga Doppelgänger]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora