Capítulo 16

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ALEXANDRE


Desperté con un terrible dolor de espalda cuando la luz de la mañana entró por la abertura de las cortinas que daba justo en mi cara.

Merybeth, la razón por la que no había podido moverme en la noche —o mejor dicho en la mañana, puesto que nos metimos como a eso de las tres a dormir—, seguía acomodada en mi pecho. Me rodeaba el torso con una mano y una de sus piernas estaba enredada entre las mías. Parecía un gato montés domesticado, si es que tal cosa existía, o quizá un zorro de pelaje reluciente que, luego de años en el bosque, fue adoptado por una familia humana.

Después de un rato de arrumacos en la alberca, que no pasaron al siguiente nivel por respeto al hogar ajeno, nos unimos al grupo que se había organizado alrededor de una fogata improvisada. Algunos seguían bailando al ritmo de la música que salía por las bocinas, pero la mayoría ya estaba en ese ambiente tranquilo en el que solo bastaba charla y una bebida para pasar un buen momento.

TJ, a eso de la medianoche, se despertó como si le dieran los primeros rayos del alba, fresco y sin rastro de haber bebido cual ruso en Año Nuevo.

Levanté la cabeza y vi a mi amigo al otro lado de la sala, aunque esto era innecesario, puesto que sus ronquidos eran inconfundibles. A quien sí me sorprendió ver fue a Robert, ya que se fue a su hotel con la chica con la que estuvo parte de la tarde y no recuerdo haberlo visto volver. Sigrid estaba dormida en el sillón y no había rastro de Lucas.

Las necesidades corporales imperaron sobre mis ganas de no importunar el sueño de McNeil. La dejé lo más cómoda posible que podía estar sobre las mantas del piso, y salí de la sala en penumbras.

—¿Mala noche? —preguntó Lucas cuando lo alcancé en la cocina. No supe si lo decía por mi cara o porque trataba de relajar los músculos acalambrados de la espalda con movimientos bastante torpes; quizá fueran ambos.

—He tenido peores. ¿Tienes café? La cabeza me martillea como el infierno. —Señaló un estante. Cualquiera habría pensado que era una descortesía hacer que los propios invitados se sirvieran como en casa, pero así lo manejábamos nosotros. Ya teníamos la suficiente confianza como para considerarnos bienvenidos a tal grado. Puse el grano molido en el filtro y esperé a que cayera el líquido en la jarra de cristal—: ¿Qué estás bebiendo?

—Agua de plátano para la resaca.

Imité el gesto de asco que apareció en su cara. El líquido en su vaso era una mezcla ligeramente blanquecina en cuya superficie se agrupaban trozos apenas molidos de la fruta. No se veía apetitoso.

—¿Y sirve?

—No sé. Es la primera vez que la hago, la abuela le preparaba esto a mi hermano cuando volvía en un estado bastante crítico. No le gustaba, pero se lo tomaba. Era eso o arriesgarse a que nuestros padres se dieran cuenta.

Le dio un sorbo y lo pasó a duras penas.

Me tomé mi bebida en silencio, viendo las caras que hacía Lucas cada vez que intentaba tomar esa cosa. Cuando el asco pudo más, tiró la mezcla por el desagüe y se sirvió café.

Salimos al jardín a levantar toda la basura de la noche anterior. Había latas por doquier, platos desechables todavía con trozos mordidos y algunas pertenencias olvidadas. Incluso había uno que otro vaso rojo nadando en la alberca.

Los otros cuatro cuerpos en la sala empezaron a dar señales de vida como a eso de las once de la mañana. Eso me hizo pensar en que el tiempo no pasaba en vano; apenas unos años atrás podíamos continuar la fiesta hasta el día siguiente e irnos directo a la universidad con solo dos tazas de café bien cargado. Claro que apenas terminaban las clases caíamos rendidos en los pastizales del campus, sin embargo, teníamos la energía suficiente para aguantar lo necesario. ¿Y ahora? Bueno, la respuesta estaba en nuestros semblantes ojerosos, caras resecas, músculos rígidos, bostezos continuos y humores indispuestos.

Redención [Saga Doppelgänger]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora