MERYBETH
Creí que moriría de insolación apenas salimos del Aeropuerto Internacional de Palm Springs, en California. La infinidad de turistas, entre ellos Alex, caminaban como si estar a mitad del infierno fuera lo más normal del mundo.
—¿Podemos regresar? —pregunté quejumbrosa, señalando la entrada del aeropuerto.
—¿Se te olvidó algo? —Miró mi maleta y mi bolso de mano. En su mente ya podía escucharlo maldecir por tener que salirse de la fila de los taxis—: Espera, ¿hablabas sobre regresar a Canadá?
—Olvídalo. Espera aquí, no me tardo.
Dejé mi equipaje con él y corrí de regreso, esquivando a los que iban saliendo.
La tienda de recuerdos estaba a reventar, pero por fortuna, la mayoría se dedicaba a observar y sopesar qué es lo que querían llevar, por lo que no había tanta gente formada para la caja. Tomé un sombrero de ala y una gorra, ambos con un estampado de palmeras, y me formé detrás del último.
Cuando regresé, la escena no había cambiado mucho. Alexandre solo había avanzado un par de lugares, sin embargo, no se veía desesperado. Admiré su paciencia para permanecer bajo el sol sin quejarse.
—¿Cómo es que no te estás muriendo de calor? —reclamé, poniéndole la gorra.
No era posible que el sol no estuviera en su punto más alto y aun así calentara de semejante forma.
—Me adapto con facilidad, dulzura. Además, me preparé mentalmente. Sí te dije que estaríamos a mitad del desierto, ¿no?
Su tono burlón me hizo mirar al cielo.
—Creí que era una exageración. —Y más o menos lo era. O sea, sí estábamos dentro del desierto de Sonora, no obstante, no lo parecía si considerábamos la urbanización frente a nosotros—. ¡Me quiero quitar el vestido!
Su carcajada fue un claro indicio de que no me tomaba en serio. Sin embargo, no lo había dicho en broma.
Esperamos al menos otros veinte minutos para que fuera nuestro turno. Gracias al cielo, el auto tenía aire acondicionado y el hombre hacía su negocio redondo con las botellas de agua fría que guardaba en una hielera de unicel. Si por mí fuera, le hubiéramos comprado hasta los hielos que mantenían la temperatura de las botellas.
—¿A dónde los llevo, jóvenes? —preguntó con un marcado acento latino.
—Hotel Triada en Indian Canyon, por favor —respondió Alex, consultando un mapa.
Al parecer, la ciudad no era tan grande. Por lo que mencionó el conductor, el hotel estaba en las orillas y no tardamos ni diez minutos en llegar a nuestro destino.
El sitio en el que pasaríamos la noche bastó para que mi bochorno aminorara. Mientras Alex pagaba el recorrido y el agua, me dedique a observar la fachada blanca con techos inclinados cafés. Las palmeras del exterior eran enormes, sobrepasaban la aguja de la estructura circular que parecía pastel de bodas, a un lado de la entrada.
El interior era bellísimo. Parecía una ciudad miniatura cuyas casitas estaban separadas por una diminuta calle de loseta. Lo verde abundaba en forma de reducidos jardines, vallas de arbustos y más palmeras. Al ver la alberca me dieron ganas de meterme y nunca salir.
Nuestra habitación estaba en la planta alta; subimos por unas escaleras negras de metal forjado, sorteando a los inquilinos que ya iban de salida, y me metí apenas Alex abrió la puerta. Sonreí de alivio al sentir la frescura del interior.
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Redención [Saga Doppelgänger]
Paranormal«Merybeth, por ahí dicen que somos la suma de pequeñas cosas. Nuestro presente, quienes somos, no es más que la acumulación de momentos efímeros que parecieran insignificantes, pero que no lo son. ¿Qué tanto modifica tu destino un beso en Roma? Me c...